Las “Dos
Banderas”
Enseña San Ignacio de Loyola en sus célebres Ejercicios Espirituales que la
Historia humana está inserta en un combate frontal entre dos fuerzas:
“Cristo (que) llama y quiere a todos debajo de su bandera, y Lucifer, al
contrario, debajo de la suya” (Ejercicios Espirituales, 137).
Estas palabras tan simples, pero tan profundas, fueron escritas en pleno siglo
XVI, tiempo en el que terribles borrascas arreciaban contra la Cristiandad.
Eran los años de Lutero y de Calvino, de Enrique VIII y de Isabel I; pero
también, del Concilio de Trento, de Carlos V y Felipe II, y del gran San
Ignacio, autor de los célebres Ejercicios citados, y fundador de la Compañía de
Jesús. Europa se había convertido en un terrible campo de batalla en el que el
“mal caudillo”, y el “sumo capitán de los buenos”, se
disputaban las almas y la cultura.
En medio de tan rudos combates, los territorios de nuestra América se
insertaban en la Historia de Occidente, y se convertían en parte del Mundo
Hispano. Aquí también se iba a librar aquella dura batalla.
El siglo
XVI: los cimientos hispanos de la Argentinidad
La conquista, más allá de las
miserias que lleva aparejado todo lo que es humano -y de las falsedades
difundidas por la llamada “leyenda negra”-, fue una epopeya cristiana...una
epopeya de amor cristiano...una epopeya de fundación de una civilización
cristiana. Fundación de ciudades, de “polis” cristianas, cada una con las
instituciones necesarias para el desarrollo de la vida humana y cristiana:
Colegios, Universidades, Hospicios, Iglesias, Conventos, etc. El relato de un
visitador mercedario del 1600 nos describe lo que era la ciudad de Lima de
aquel entonces:
“En esta ciudad asiste de continuo al Virrey, los oidores y la Audiencia real,
el arzobispo con su cabildo, porque esta iglesia de Lima es la metrópoli (…)
Hay universidad, con muchos doctores que la ilustran mucho, con las mismas
constituciones de Salamanca. Hay cátedras de todas las ciencias (…) Los
conventos, donde también en se leen artes y teología y cada semana hay
conclusiones (…) que son muchos y muy buenos, con muy curiosas iglesias. En
particular la de Santo Domingo, hay doscientos frailes; en San Francisco hay
más de doscientos (…); en la Compañía de Jesús, mucha riqueza y curiosidad de
reliquias, muchos religiosos y muy doctos (…) Conventos de monjas de lindas
voces, mucha música y muy diestras (…) Fuera de la ciudad hay casas de frailes
descalzos, y hay en ellas santísimos hombres (…) donde acude mucha gente a
consolarse con la conversación de aquellos religiosos (…) Hay en esta
ciudad cuatro colegios muy principales que ilustran mucho a la ciudad (…) Hay
hospitales para españoles y para indios, muy buenos y bien proveídos, con
muchas rentas, como el hospital de San Andrés, que es de los españoles, y el de
santa Ana, que es de los indios, y el hospital de San Pedro, que es para curar
a los clérigos pobres. Hay otro fuera de la ciudad (…) el de san Lázaro, donde
se curan llagas; y a todos estos se acude con mucha limosna (…) Hay cofradías
en todos los conventos, y todos hacen sus fiestas y con mucha abundancia de
cera que gastan; (…) y arrojan cohetes y hacen muchas invenciones de fuegos.”
Nuestras ciudades, aunque no tuvieron el esplendor de la capital virreinal,
también contaron con muchas de las instituciones descriptas por este fraile
mercedario. Podríamos decir que el siglo XVI fue el tiempo en el que se arrojó
la semilla de la que brotaría el “árbol” que hoy es nuestra Patria. Esa
semilla es, justamente, la siembra de cada una de las “ciudades fundacionales”,
actualmente capitales de muchas provincias argentinaS, en las que aun está
arraigado lo mejor de nuestra Tradición. El desarrollo de las mismas permitió
dar origen a un tipo humano particular característico de estas latitudes, el criollo, fruto
del mestizaje que acompañó a la labor colonizadora española.
Por
supuesto que gesta de tal magnitud No se llevó a cabo sin lucha. Si bien,
muchos fundadores y colonizadores contaron con el apoyo y colaboración de
algunos de los “pueblos originales”, entre éstos, y sobre todo por parte de
quienes ejercían la “hechicería”, hubo resistencias, desconfianza, conflictos y
duros enfrentamientos. Por supuesto que la cuestión se agravaba con los pecados
y miserias de muchos de los fundadores y colonizadores. O sea que aquella gesta
fundacional no pudo realizarse sin combate. Combate entre los “caudillos de
las dos Banderas” ignacianas. Ya sea en el interior de los
hombres como en el acontecer de la gesta fundacional.
El siglo
XVII: Apóstoles de fuego
A lo largo del siglo XVII fue muy intensa la labor evangelizadora y
civilizadora en estas latitudes. Se destaca, entre tantas, la acción de
gobierno de ese gran “príncipe cristiano” que fue Hernando Arias de Saavedra;
la actividad apostólica del Obispo de Córdoba Hernando de Trejo y Sanabria, y
la fundación de la Universidad; la descomunal labor realizada en el Noroeste de
nuestra Patria por ese santo enorme que fue San Francisco Solano; la fundación
de importantes Reducciones por parte de los Franciscanos; y, a partir de 1609,
el comienzo de la acción misionera de los Padres de la Compañía de Jesús en las
zonas de los pueblos guaraníes. La labor de los hijos de San Ignacio fue
inmensa, no sólo entre los guaraníes, sino además en la ciudad de Córdoba –en
la que perdura aun la famosa manzana jesuítica-; en Buenos Aires –donde
levantaron la primera iglesia de la ciudad y el primer colegio –en la famosa
“manzana de las luces”-, etc. Pero tal acción no podía dejar de ir acompañada
de lucha y de sangre. Y, como siempre, fue sellada con el martirio de
tantos héroes cristianos.
Haremos, a continuación una breve referencia a los personajes y
hechos más importantes de esta centuria. Para ello acudiré a la obra de
importantes autores.
a)
Hernando Arias de Saavedra
Verdaderamente un caballero al servicio de su Dios y de su Rey, participó en
múltiples campañas contra indios rebeldes con el objeto de pacificar la región,
fomentar el progreso de la misma, y la organización, civilización y evangelización
de los grupos aborígenes de la zona. Estuvo presente en la segunda fundación de
Buenos Aires, llevada a cabo por su suegro Juan de Garay. Fomentó los derechos
de los nativos ante los abusos de muchos encomenderos. Y, para una mejor labor
catequizadora, promovió la fundación de Reducciones en la Gobernación. Impulsó
la instalación de los Jesuitas, y el desarrollo de las posteriores Misiones
creadas por los mismos. Profundamente preocupado por el Bien Común persiguió el
contrabando y fomentó el desarrollo de la ganadería, ensayando las primeras
formas de selección del ganado.
“Nunca conoció otra patria que la suya, ni otras casas que los míseros ranchos
de terrón y paja.
Cuarenta años de guerras continuas, en un campo que tuvo por escena la selva
paraguaya y la extensa pampa argentina, que recorrió sin descanso por caminos
ásperos y fragosos. Conoció toda la gama del dolor humano, la fatiga y el
hambre, la sed y el frío, pero no le arredraron jamás. Las cruentas heridas del
combate y las fiebres del pantano que le desfiguraron el rostro y le quitaron
el sentido al oído, no sirvieron sino para demostrar su energía inquebrantable
y su bravura (...)
Protector de todas las ciudades de la provincia, colaboró a la fundación de
Buenos Aires, Concepción del Bermejo y Vera de las Siete Corrientes y fue el
centinela avanzado, que cuidó por muchos años, no se modificara el real que le
asignaron sus fundadores (...)
Ningún personaje de la Conquista reúne como Hernandarias, las extraordinarias
condiciones de la virtud heroica en más alto grado, hermanadas a la del
estadista en tan prodigioso equilibrio, y se muestre el valor temerario y la
prudencia; la justicia y la probidad; la energía y la templanza.”
b) El
Obispo Trejo y Sanabria
Un gran obispo de la Patria tuvo palabras célebres para referirse, a su vez, a
este otro gran Obispo -antecesor suyo-, que brilló en los orígenes de nuestra
nacionalidad:
“A
juicio de todo el mundo ilustrado, el siglo XVI fue para España un verdadero
siglo de oro en las letras, las bellas artes y en hechos de sin par
magnificencia (...)
(...) basta nombrar a Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, los tres Luis, de
Granada, de León, y Vives, Cervantes, Herrera y Velázquez de Silva, Garcilaso
de la Vega (el de Toledo) y Calderón de la Barca (...) Basta mencionar el
Escorial, las gigantescas campañas de América, la batalla de Lepanto, y hombres
como Cisneros, Felipe II, e Ignacio de Loyola (...) Francisco Javier (...)
Toribio de Mogrovejo y un Francisco Solano, sin hablar de las Rosas de Lima y
las Azucenas de Quito, y los Sebastián de Aparicio, Felipe de Jesús de Méjico
(...) España fue en el siglo XVI un verdadero sol de la civilización cristiana,
por su resplandor purísimo y por los rayos de verdad y de gracia que ha
irradiado hasta las extremidades de la tierra.
Uno de esos rayos fue Fernando de Trejo y Sanabria. No diré que el hombre a
quien somos deudores de esta Universidad se halla al par de un Francisco
Javier, de un Toribio, y de un Francisco Solano; no: la grandeza de un santo no
es de compararse con nada de este mundo (...); pero además del talento y
sabiduría de que nos da testimonio su Episcopado y su Universidad, Fernando
tiene para nosotros el especial título de ser hijo de nuestro suelo (...)
(...) hijo de la segunda generación de colonos españoles en nuestro suelo (...)
su piadosa y heroica madre le envió a Lima a hacer sus estudios; que allí tomó
el hábito de San Francisco, y que fue el primer criollo que gobernó la
Provincia Franciscana del Perú (...)
Felipe II fue quien presentó para Obispo del Tucumán al criollo del Paraguay; y
Clemente VIII, el gran amigo de San Felipe Neri, fue quien lo instituyó Obispo
(...)
Para apreciar el mérito del segundo Obispo efectivo del Tucumán debe uno
trasladarse con la imaginación a aquellos tiempos en que la actual diócesis se
extendía desde la Pampa hasta las orillas del Bermejo (...)
Visitó repetidas veces la mayor parte de su inmensa diócesis, celebró tres
sínodos, fundó dos Colegios Seminarios, solicitó continua y eficacísimamente la
conversión a la fe de los famosos indios Calchaquíes, estableció en todos los
lugares de su diócesis, asociaciones del SS. nombre de Jesús en beneficio de
los esclavos e indios, fundó el Monasterio de Santa Catalina de esta ciudad, y
creó la célebre Universidad”.
c) San
Francisco Solano
El
padre Cayetano Bruno, eminente historiador se refiere a tan gran apóstol:
“Nuestro
santo era andaluz, como que nació en Montilla. Se conoce su partida de bautismo
con fecha 10 de marzo de 1549; también que tomó el hábito franciscano a la edad
de veinte años (...) llegaron con el Padre Comisario al Tucumán el 15 de
noviembre de 1590, luego de hacer escala en Cartagena de Indias y en Panamá, y
de haber tocado la villa de Santa María de la Parrilla (...), Lima, el Cuzco,
Chuquiabo (La Paz) y Potosí.
Así
que llegó fray Francisco, se lo constituyó doctrinero en Socotonio y la
Magdalena. Fue su primer campo de acción y el único estable que tuvo en el
Tucumán (...) echóse a visitar los conventos de la custodia (...) Empezó por
Esteco (...) Estuvo en San Miguel del Tucumán. A Santiago del Estero llegó por
Río Hondo (...) Visitó (...) la ciudad de Santa Fe la Vieja, o de Cayastá, y
llegó por fin a Córdoba; regresando a las ciudades de arriba visitó a Salta. Y
se puso al cabo en la Rioja, donde paró (...) seis meses (...) hasta que tomó
el camino a Lima (...) La santidad de Solano obró, sin duda alguna razonable,
el gran prodigio de las innumerables conversiones que registran los procesos.
Claro
que era la suya una santidad a la antigua, incomprensible sin la crucifixión de
la propia carne. (...) Los prodigiosos carismas de fray Francisco. Fueron el
sello que puso Dios a su santidad”
d) Las
Reducciones Jesuíticas
“Puede definirse el sistema económico de las Reducciones como una economía
dirigida. En general, estaba basada en la agricultura (...) Las misiones del
Paraguay llegaron a tener el monopolio de la yerba mate, originaria de la región
de Mbaracayú, donde crecía en forma natural en enormes yerbatales. Fueron los
jesuitas quienes lograron el uso habitual de esta infusión (...)
Para
principios del siglo XVIII, las misiones de Paraguay comprendían treinta
pueblos, quince de los cuales en el actual territorio argentino (...)
Todos estos pueblos tenían casi la misma urbanización: alrededor de una inmensa
plaza rodeada de palmeras estaban dispuestas las hileras de casas de piedra o
ladrillos con sus galerías cubiertas donde se cocinaba o se descansaba. En la
plaza se ejercitaban las milicias y se celebraban las numerosas fiestas
religiosas patronales y litúrgicas, los bautismos y casamientos con gran
despliegue de música, danzas, procesiones y representaciones teatrales.
Dominándolo todo, la majestuosa mole de la iglesia, y más allá la escuela, el
hospital, la casa de viudas, los almacenes, la casa del corregidor indígena, el
cabildo, la cárcel y los diversos talleres donde al martilleo de la fragua se
mezclaban los sonidos de arpas, violines, chirimías y demás instrumentos allí
fabricados, mientras los tejedores trabajaban en sus telares alguna imagen o
doraban a la hoja las columnas de algún retablo. En Loreto funcionó una
imprenta dirigida por los padres Neumann y José Serrano (...) Allí se realizó
el primer libro impreso en la Argentina, fue el Martirologio romano,
y en 1705, De la diferencia entre lo temporal y lo eterno, del
padre Nieremberg, con ilustraciones y viñetas (...) Cada pueblo contaba con una
buena biblioteca (...) En la reducción de Santos Cosme y Damián, el padre
Buenaventura Suárez, jesuita criollo nacido en Santa Fe, levantó un
observatorio astronómico y entre 1703 y 1739, sólo con sus alumnos indígenas,
construyó dos telescopios, un péndulo astronómico y un cuadrante (...)
Las inmediaciones de los pueblos estaban ocupados por las propiedades
colectivas: ladrillales, hornos de cal, tintorerías, molinos, fundiciones de
campanas y cañones, y el cementerio (...)
Desde fines del siglo XVII, en todas las reducciones las tareas agrícolas se realizaban
de acuerdo con un sistema binario: el abambaé (propiedad del
hombre) y el tupambaé (propiedad de Dios), donde se
cultivaba la propiedad comunal, cuyas cosechas estaban destinadas a la
comunidad, incluidos huérfanos, viudas, enfermos, etcétera. Dos días a la
semana cultivaban el campo que se les había concedido y los cuatro restantes el
de la comunidad. Los domingos descansaban, así como también los numerosos días
de fiesta. Por la mañana, cada escuadra partía cantando para el trabajo,
precedida por una imagen sagrada. Por la tarde volvían cantando el catecismo o
rezando el rosario, cuando no lo hacían en la iglesia. El domingo, después de
la misa solemne, con profusión de cantos y música instrumental, se distraían
con el tiro al blanco, las carreras de caballos, los juegos de pelota y los
conciertos. En las fiestas de la Virgen y los santos patronos, y sobre todo en
la festividad de Corpus y la de San Ignacio, se representaban obras de teatro y
‘misterios’ o autos sacramentales, la mayoría compuestos por los mismos
misioneros”.
e) La
sangre de los mártires, “semilla de nuevos cristianos”
Nunca la Redención se concretó sin la efusión de sangre. Desde la Víctima del
Calvario hasta el dramático siglo XX, la siembra del Evangelio fue acompañada
del derramamiento de sangre. No puede ser de otro modo en un mundo marcado por
la presencia del pecado. Las “dos Banderas” siempre presentes.
La fundación de la Cristiandad en estos lares no fue una excepción. Veamos
algunos ejemplos.
- Roque
González y compañeros mártires: “Había nacido en Asunción el año de
1571 (...) Sólo pensó Roque en conquistas espirituales y en entrarse clérigo
para mejor lograrlas (...)
Su primer campo de
apostolado sacerdotal fue la provincia de Maracayú, río arriba del Paraguay.
Después el obispo fray Martín Ignacio de Loyola lo creó cura de españoles en la
catedral de Asunción (...) (Finalmente) se hizo religioso de la (...) Compañía
de Jesús (...)
A los seis meses de noviciado comenzó su asombrosa obra misionera.
Merced a los empeños de los padres Vicente Griffi y Roque González surgís en
1609 la reducción de Santa María de los Reyes de indios guaycurúes, a una
legua, río por medio, de Asunción (...)
El año 1619 echó el padre Roque por otros rumbos. Anhelaba conquistar las
márgenes del Uruguay, y tomó por aquella parte el 25 de octubre con tan buen
suceso, que antes de terminar el año surgía la primera reducción de Nuestra
Señora de la Concepción, a ‘una legua pequeña del Uruguay’ en su margen
occidental”. Otras
reducciones que fueron surgiendo con posterioridad fueron: “San Nicolás
de Pirantiní (...), San Francisco Javier de Céspedes (...), Nuestra Señora de
los Reyes Magos de Yapeyú (...), Nuestra Señora de la Candelaria del
Caazapá-miní (...)
El 13 de agosto de 1628 fundaba este la Asunción de Yjuhí, con 400 indios de
buena índole. Su intento era doble: reducir infieles y neutralizar con ellos el
ascendiente que ejercía en la región el famosísimo hechicero Nezú, indio de
pésima condición, vida escandalosa, y que, para colmo, ‘se hacía dios entre
ellos’ (...)
Viendo este desbaratado personaje que lo que los padres predicaban era tan
contrario a sus malas costumbres, y evitaban tener muchas mujeres, y los demás
pecados, convocó a los caciques junto a su manida de los bosques y los conjuró
a acabar con los hombres de sotana (...)
Los padres Roque González de Santa Cruz y Alonso Rodríguez fueron las dos
primeras víctimas inmoladas en la mañana del miércoles 15 de noviembre de 1628,
a golpes de porras con piedras enhastadas (...)”
Los mártires fueron “beatificados
por Pío XI el 28 de enero de 1934, y canonizados por Juan Pablo II en Asunción
el 16 de mayo de 1988”.
- Nicolás
Mascardi: “El padre Mascardi es la figura sobresaliente de las
misiones del Nahuel Huapi y de la conquista espiritual del extremo sur por el
lado de la Cordillera.
Nacido en Salzana (Italia) por el mes de setiembre de 1624, entróse jesuita el
año de 1638 en Roma (...)
En 1652 llegó a Chile, donde acabó sus estudios teológicos (...)
El padre Mascardi era rector del colegio de Castro, en el archipiélago de
Chiloé, el año de 1666 (...)
Una india (...) que los puelches llamaban reina, se propuso que también los
suyos de allende la Cordillera conociesen a Dios. Y fue tal su ascendiente
sobre el rector de Chiloé, que lo llevó a conseguir formal promesa de su
Provincial, de confiarle la misión del Nahuel Huapi apenas concluidos los años
de rectorado.
El padre Mascardi se propuso partir ‘solo y sin español ninguno, que no quiso
llevar sino un niño que le ayudase a misa’. Decidió ‘ir apostólicamente, a pie,
por cordilleras, nieves, riscos y peñascos’ (...)
En la segunda mitad de 1669, ya estaba Mascardi evangelizando a los puelches y
poyas de las riberas del Nahuel Huapi”.
Impulsado por el deseo de encontrar la mítica ciudad de los Césares, en la que
según creencias de la época se encontrarían muchos españoles sin asistencia
sacerdotal, decidió Mascardi iniciar su búsqueda. Cuatro excursiones realizó
por el sur. Iba ya a pie, ya a caballo, con un grupo de poyas. En la
última, atacado por indios infieles murió mártir.
- Pedro
Ortiz de Zárate y compañeros mártires: “Pedro Ortiz de Zárate nació
en la ciudad de San Salvador de Jujuy, en 1622 (...) Sus padres fueron don Juan
Ochoa de Zárate y su madre, doña Bartolina de Garnica. Entre los tíos de Pedro,
se distinguía don Juan Ortiz de Zárate, el famoso adelantado del Río de
la Plata.
Gracias a sus servicios al rey, sobre todo durante las guerras calchaquíes y
del Chaco, los Zárate recibieron mercedes en tierras y en encomiendas que se
extendían por leguas y leguas (...)
Como hidalgo, él estaba destinado a ocupar cargos directivos en el gobierno
municipal y, como único hijo varón, todos depositaban en él las más halagüeñas
esperanzas de que tendría bien en alto el honor y el prestigio familiar (...)”.
Pedro se casó con la hija de una
familia rival de los Zárate, Petronila de Ibarra. De esa unión nacieron dos
hijos: Juan y Diego. “(...) tanto por su formación ética como por su
hondo sentido de responsabilidades, fue un administrador excelente y un
encomendero querido y respetado (...)”. Todo iba bien en la vida de Pedro,
cuando en un accidente fallece su esposa. Pedro tenía 32 años. A partir de este
momento su vida cambió. Estudió en Córdoba, y terminó ordenándose de sacerdote.
Después de la ordenación volvió a San Salvador de Jujuy donde fue Cura párroco.
En esa zona siempre hubo grupos de indios que no terminaron de ser pacificados.
En esa circunstancias don Pedro organizó una gran misión evangelizadora. “Después
de intensos preparativos, en los que las autoridades y pueblos fueron
involucrados, hacia fines de 1683, la cruzada, encabezada por don Pedro y por
los misioneros jesuitas Antonio Solinas y Diego Ruiz, y acompañada de un
nutrido grupo de ayudantes y criados, se puso en marcha (...) La meta era la
actual comarca de Orán (Salta), donde fijaron sus tiendas.
La acogida de los indios fue muy buena (...) A los pocos meses, los misioneros
pudieron formar un pueblito o reducción, de unas dos mil almas. (...)
Los enemigos más recalcitrantes eran los hechiceros de cada clan (...)
En las primeras horas del 27 de
octubre de 1683 “mientras los misioneros se hallaban indefensos entre
indios amigos, los hechiceros y sus fautores los acometieron con suma gritería
y les quitaron las vidas con dardos y macanas (...) Después, mataron a otras
dieciocho personas que se hallaban en aquel puesto de Santa María: dos
españoles, un negro, un mulato, dos niñas, una india y once indios (...) Fueron
a celebrar el triunfo con las cabezas y brindaron con el cráneo hasta caer en
la embriaguez”.
El siglo
XVIII: una muy mala y una buena de don Carlos III
El Siglo XVIII se inicia para España y para Europa con la Guerra de Sucesión
Española, tras la cual se establece una nueva dinastía en el Trono español: los
Borbones. La nueva dinastía encontró una España quebrada económicamente por las
guerras de los siglos XVI y XVII. El Ideal de una Ecumene cristiana sostenida
por los Austrias había sido tremendamente desgastante para el Imperio, y los
nuevos Monarcas consideraron que era necesario dejar aquellos viejos ideales en
pos de una “modernización” de la Corona. Sostiene Zorraquín Becú que “al
Imperialismo religioso de los Austrias sucedió entonces una Monarquía
preocupada fundamentalmente por desarrollar su marina, su comercio y sus
industrias…” Por su parte Menéndez Pidal nos muestra cómo los
nuevos objetivos, que traen las nuevas camarillas dirigentes de las que se
rodean los monarcas recién llegados, introducen una división en las sociedades
hispánicas, por un lado los defensores de la vieja y castiza España, y por otro
los que procuran crear una acorde con los nuevos tiempos: “desde el
comienzo del siglo XVIII, la unidad espiritual de los españoles, que en los dos
anteriores siglos se manifestaba al exterior firme, perfecta, con débiles
escisiones tan sólo en puntos accidentales, deja ahora ver sus quiebras
profundas, poniendo en pugna dos ideologías frecuentemente exaltadas al
extremo. Los puntos de divergencia son muy varios según los tiempos, pero en el
fondo se lucha siempre por motivos religioso”. Ramiro de Maeztu, a
través de una muy gráfica metáfora, nos muestra cómo la España tradicional se
ve sofocada por las nuevas orientaciones reformistas, a tal punto que éstas
llegan a desfigurar el “rostro” auténtico de la España “eterna”: “España
es una encina medio sofocada por la hiedra. La hiedra es tan frondosa, y se ve
la encina tan arrugada y encogida, que a ratos parece que el ser de España está
en la trepadora, y no en el árbol (…) la revolución en España, allá en los
comienzos del siglo XVIII, ha de buscarse únicamente en nuestra admiración del
extranjero. No brotó de nuestro ser, sino de nuestro no ser.”
El espíritu de reforma introducido por los Borbones llega a su punto culminante
en tiempos de Carlos III, quien concretiza en los territorios hispánicos las
transformaciones propias del Despotismo Ilustrado. Éste fue un régimen que se
caracterizó por la centralización del poder, eliminando
viejos “privilegios” y “fueros” que las ciudades, las regiones, los
Gremios, la nobleza y las Órdenes religiosas tenían. La nueva concepción
política convertía al Gobierno en instancia suprema. Más allá de la búsqueda de
la Justicia o del Bien Común se consideraba que por el mero hecho de existir, y
de imponer Orden, un gobierno debía ser aceptado. Por otra parte, este deber de
los súbditos hacia la Corona pasaba a ser considerado como casi religioso.
Además, los intelectuales del momento pensaban que el fin de los Gobiernos era
promover el desarrollo material, agilizar el comercio, promover la navegación,
crear puentes, caminos, incentivar las ciencias, etc. Para desarrollar la
economía era necesario favorecer a los sectores de la sociedad ligados al
comercio y las finanzas (burguesía). La misión humanística y justiciera del
Poder era dejada de lado. Esta política, abandonaba los fines religiosos del
Estado, y lo convertía en instancia suprema, aún sobre la misma Iglesia,
secularizando la vida social, apartando de los intereses políticos las
preocupaciones religiosas, orientando a sus pueblos hacia intereses puramente
materiales. Detrás de estas políticas se encontraban ministros que pertenecían
a sectas francmasónicas.
A pesar de todo lo que se le pueda señalar a Carlos III, sin embargo se le debe
reconocer un mérito: la creación del Virreinato del Río de la Plata. En efecto,
ante la presión creciente de portugueses en su expansión hacia el oeste y el
sur, y de los ingleses en la costa patagónica y en Malvinas, el Monarca
resolvió fortalecer la región creando un nuevo Virreinato en torno a Buenos
Aires. De este modo, la región del Tucumán, de Cuyo, del Litoral –además del
Alto Perú, y el Paraguay- se orientaron hacia la región portuaria. Por lo que
podemos decir que la creación del Virreinato es el antecedente inmediato de la
formación de nuestra Patria, y que cumplió un papel providencial en la Historia
de la misma.