"Me siento libre... La justicia de Dios está más alta que la soberbia de los hombres. El hombre verdaderamente libre es aquel que excento de temores infundados y deseos innecesarios en cualquier país y cualquier condición en que se halle, está sujeto a los mandatos de Dios, al dictado de su conciencia y a los dictámenes de la sana razón..." (carta de Juan Manuel de Rosas a doña Josefa Gómez)
Introducción
El objeto del siguiente artículo es realizar una aproximación al pensamiento político y constitucional de Don Juan Manuel de Rosas. La tarea no es original, si consideramos las obras que al respecto han realizado, desde ópticas distintas, numerosos pensadores como Julio Irazusta, Vicente Sierra, Héctor Corvalán Lima, Arturo E. Sampay o José Luis Romero. Sin embargo, nuestra intención es simplemente esbozar una síntesis de aquellos elementos constantes que marcan una continuidad en el pensamiento político rosista y permiten ubicarlo en un tipo de tradicionalismo católico criollo, más intuitivo que doctrinal.
Como sabemos, la formación intelectual de Rosas no fue fruto de estudios universitarios. La única educación formal que recibiera el futuro Restaurador de las Leyes fue la de su maestro de primeras letras don Francisco Javier Argerich, en aquella escuela particular a la que se refiere Carlos Ibarguren en su biografía sobre Rosas: “ A la edad de ocho años – afirma el historiador revisionista -, el chico fue puesto en la escuela de don Francisco Javier Argerich (...) Sus padres prefirieron que aprendiera las primeras letras en escuela particular, en vez de mandarlo a las muy concurridas del colegio de San Carlos o de los conventos de Santo Domingo y de San Francisco”. El resto – ciencia y virtudes - lo adquirió en su familiaridad con obras clásicas del pensamiento político occidental, en su contacto con el campo y en el trato con los hombres. Esa formación en cierto modo autodidacta (aunque fortalecida por los consejos de asesores instruidos como Anchorena, Rojas y Patrón o De Ángelis), unida a un profundo empirismo político, le permitieron ejercer el poder político con singular maestría. La lectura de sus escritos – cartas, proclamas, documentos de gobierno, entrevistas – nos permiten reconstruir los aspectos sobresalientes del pensamiento político y constitucional de Rosas. Del mismo afirma Corvalán Lima que “está avalado por una formación cultural nada común, rara en su época. Rosas no era un improvisado de la política, ni de la cultura. Su correspondencia, dada a conocer en los trabajos publicados por Saldías, Corvalán Mendilaharsu, Zinny, Cervera, Quesada, Ravignani, Ibarguren y tantos más, revelan a un razonador infatigable” Y en él, podemos descubrir la influencia de pensadores como Platón, Aristóteles, Cicerón, Gaspar de Real de Curban – discípulo de Bossuet -, Thomas Paine, Burke y Joseph de Maistre, como bien ha señalado Sampay en su interesante obra Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas, lamentablemente limitada por un tratamiento superficial y un enfoque de fondo cercano al marxismo. Vamos a analizar algunos de esos elementos constantes que nos permiten definir en sus justos términos las ideas políticas y constitucionales del Restaurador.
Hispanidad e Independencia
Se ha dicho que Rosas repudiaba la Revolución de Mayo, la gesta emancipadora y anhelaba los tranquilos tiempos de los Virreyes. No es cierto. Lo que sí sostenía era que por una imprudente política, lo que debió constituir una transición relativamente pacífica y ordenada hacia la autonomía o bien hacia la independencia plena, terminó en el caos y en la anarquía. De allí sus conocidas expresiones de que “los tiempos actuales no son los de quietud y tranquilidad que precedieron al 25 de Mayo. Entonces (…) la subordinación estaba bien puesta; (…) las guardias protegían la línea; (…) sobraban recursos; (…) el fuego devorador de las guerras civiles no nos abrazaba; (…) había unión…”. Pero si no existía en Rosas un rechazo explícito de Mayo – los documentos de su gobierno prueban exactamente lo contrario - , sí había en él una opinión claramente adversa hacia el jacobinismo liberal que torció los rumbos de la Revolución. Del mismo modo, se advierte en sus escritos un sentido amor a España, “nuestra Madre querida”, “Nación digna de suerte menos triste y desgraciada” como afirmaba, y una interpretación de la Independencia que es la única que en nuestra opinión parece legitimarla de acuerdo al derecho natural. Interpretación que está en la línea de lo sostenido por Mariano Moreno en su disputa con el Marqués de Casa Irujo, en parte por el Padre Castañeda en su “La mejor revolución insinuada en los sagrados libros para la instrucción de los políticos inexpertos”, y también en los argumentos jurídicos – no los históricos – del Manifiesto que mandara redactar el Congreso de Tucumán para justificar la Declaración de la Independencia. Decía Rosas: “¡Qué grande, señores y qué plausible debe ser para todo argentino este día (el 25 de mayo), consagrado por la nación para festejar el primer acto de soberanía popular, que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año de mil ochocientos diez! (…) No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para preservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por el acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus desgracias. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella y no ser arrastrados al abismo de males, en que se hallaba sumida España.
Esto, señores fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo Abierto celebrado en esta ciudad el 22 de mayo de mil ochocientos diez (…) Pero ¡Ah!... ¡Quién lo hubiera creído! …. Un acto tan heroico de generosidad y patriotismo, no menos que de lealtad y fidelidad a la Nación española y a su desgraciado monarca; un acto que, ejercido en otros pueblos de España con menos dignidad y nobleza, mereció los mayores elogios, fue interpretado en nosotros malignamente, como una rebelión disfrazada, por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderle dignamente.
Y he aquí, señores, otra circunstancia que realza sobre manera la gloria del pueblo argentino, pues ofendidos en tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español, perseveramos siete años en aquella noble resolución, hasta que cansados de sufrir males sobre males, sin esperanzas de ver el fin, y profundamente conmovidos del triste espectáculo que presentaba esta tierra de bendición, anegados en nuestra sangre inocente con ferocidad indecible por quienes debían economizarla más que la suya propia, nos pusimos en manos de la Divina Providencia, y confiando en su infinita bondad y justicia, tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España y de toda dominación extranjera”. Esta interpretación de la Independencia fundada en “justos títulos” aleja al pensamiento rosista de cualquier tipo de nacionalismo democrático al estilo del proclamado en el llamado “principio de las nacionalidades” o en una aplicación absoluta e ideológica del “principio de autodeterminación de los pueblos”, ajustándose más a la tradición de reconocer derechos “concretos” e independencias o conquistas en el derecho natural. Y a contrario sensu de la moda por entonces dominante, aún entre patriotas de vertiente tradicionalista, nada hay en él que suene a leyenda negra o a criollismo antihispánico.
Régimen Político y Constitución
Otro de los puntos clave para conocer el pensamiento de Rosas es el referido a la Constitución. Hemos sostenido en otro trabajo que Rosas sí quería una Constitución, pero según un método histórico- tradicional y no racionalista, y que hubo en tiempos de la Confederación un orden constitucional incipiente. Las opiniones del Restaurador al respecto están dispersas en numerosos escritos, como la Carta de la Hacienda de Figueroa o en el resto de su numerosa correspondencia con los Caudillos – que asesorados por “doctores” liberales reclamaban “Constitución” igual que los unitarios –, y en entrevistas como las concedidas a Santiago Vázquez en 1829 o Vicente Gregorio Quesada, ya en el exilio. Tomamos de esta última un fragmento que resume muy bien sus ideas: “Subí al gobierno encontrándome el país anarquizado, dividido en cacicazgos hoscos y hostiles entre sí, desmembrado ya en parte y en otras en vías de desmembrarse, sin política estable en lo internacional, sin organización interna nacional, sin tesoro ni finanzas organizadas, sin hábitos de gobierno, convertido en un verdadero caos, con la subversión más completa en ideas y propósitos, odiándose furiosamente los partidos políticos: un infierno en miniatura. Me di cuenta de que si ello no se lograba modificar de raíz, nuestro gran país se diluiría definitivamente en una serie de republiquetas sin importancia y malográbamos así para siempre el porvenir: pues demasiado se había ya fraccionado el Virreinato Colonial. La provincia de Buenos Aires, tenía, con todo, un sedimento serio de personal de gobierno y de hábitos ordenados: me propuse reorganizar la administración, consolidar la situación económica y, poco a poco, ver que las demás provincias hicieran lo mismo. Si el partido unitario me hubiera dejado respirar no dudo de que, en poco tiempo, habría llevado al país hasta su completa organización, pero no fue ello posible, porque la conspiración era permanente y en los países limítrofes, los emigrados organizaban constantemente invasiones...los hábitos de anarquía, desarrollados en veinte años de verdadero desquicio gubernamental, no podían modificarse en un día. Era preciso primero gobernar con mano fuerte para garantizar la seguridad de la vida y del trabajo, en la ciudad y en la campaña, estableciendo un régimen de orden y tranquilidad que pudiera permitir la práctica real de la vida republicana. Todas las constituciones que se habían dictado habían obedecido al partido unitario, empeñado – como decía el fanático Agüero - en hacer la felicidad del país a palos: jamás se pudieron poner en práctica. Vivíamos sin organización constitucional y el gobierno se ejercía por resoluciones y decretos, o leyes dictadas por las legislaturas: más todo era, en el fondo, una apariencia, pero no una realidad; quizá una verdadera mentira, pues las elecciones eran nominales, los diputados electos eran designados de antemano, los gobernadores eran los que lograban mostrarse más diestros que los otros e inspiraban mayor confianza a sus partidarios. Era, en el fondo, una arbitrariedad completa (...) El reproche de no haber dado al país una constitución me pareció siempre fútil, porque no basta dictar un ‘cuadernito’, cual decía Quiroga, para que se aplique y resuelva todas las dificultades: es preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de orden y de gobierno, porque una constitución no debe ser el producto de un iluso soñador sino el reflejo exacto de la situación de un país. Siempre repugné a la farsa de las leyes pomposas en el papel y que no podían llevarse a la práctica. La base de un régimen constitucional es el ejercicio del sufragio y esto requiere no sólo un pueblo consciente y que sepa leer y escribir, sino que tenga la seguridad de que el voto es un derecho y, a la vez, un deber, de modo que cada elector conozca a quién debe elegir...de lo contrario, las elecciones de las legislaturas y de los gobiernos son farsas inicuas y de las que se sirven las camarillas de entretelones, con escarnio de los demás y de sí mismos, fomentando la corrupción y la villanía, quebrando el carácter y manoseando todo (...) No se puede poner la carreta delante de los bueyes (...) Era preciso pues, antes de dictar una constitución arraigar en el pueblo hábitos de gobierno y de vida democrática, lo cual era tarea larga y penosa...Por lo demás, siempre he creído que las formas de gobierno son un asunto relativo, pues monarquía o república pueden ser igualmente excelentes o perniciosas según el estado del país respectivo. Ese es exclusivamente el nudo de la cuestión: preparar a un pueblo para que pueda tener determinada forma de gobierno; y, para ello, lo que se requiere son hombres que sean verdaderos servidores de la nación, estadistas de verdad y no meros oficinistas ramplones, pues, bajo cualquier constitución, si hay tales hombres, el problema está resuelto, mientras que si no los hay cualquier constitución es inútil o peligrosa. Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios: si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de constitución, prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca”
En cuanto al Ideario de fondo, los principios tradicionales eran la guía permanente:
“Todo hombre en sociedad debe obedecer y respetar las leyes, y las autoridades legítimamente constituidas; pero (...) hay una ley natural y divina superior a todas las leyes humanas”
“Peligrosísimo es dejar confundidos el crimen y la virtud, y también fatalísimas resultas trae la impunidad en las insurrecciones”
“Cuando hasta en las clases vulgares desaparece cada día más el respeto al orden, a las leyes, y el temor de las penas eternas, solamente los poderes extraordinarios son los únicos capaces de hacer cumplir los mandamientos de Dios, de las leyes, y de respetar al capital y a sus poseedores”
Unión entre pueblo y aristocracia, desprecio de la oligarquía
Algunos han querido ver en Rosas a un Caudillo populista, cuando no a un precedente de los actuales dictadores socialistas del Tercer Mundo. Nada más alejado de la realidad. Basta cotejar su epistolario y estudiar sin apriorismos ideológicos su acción de gobierno para advertir lo absurdo de tal hipótesis. Comprendámoslo con sus propias palabras:
“Yo (...) he tenido mi sistema particular, y voy a manifestarle a Ud. francamente (se trataba de Santiago Vázquez) , como lo he seguido desde que empecé a figurar: conozco y respeto mucho los talentos de muchos de los Sres. que han gobernado el país, y especialmente de los Sres. Rivadavia, Agüero y otros de su tiempo; pero, a mi parecer, todos cometían un grande error (...) Los Gobiernos (...) se conducían muy bien para la gente ilustrada (...) pero despreciaban (...) los hombres de las clases bajas, los de la campaña, que son la gente de acción. Yo noté esto desde el principio, y me pareció que en los lances de la revolución, los mismos partidos habían de dar lugar a que esa clase se sobrepusiese y causase los mayores males, porque Ud. sabe la disposición que hay siempre en el que no tiene contra los ricos y superiores: me pareció pues, desde entonces muy importante conseguir una influencia grande, sobre esa clase para contenerla, o para dirigirla; y me propuse adquirir esa influencia a toda costa; para eso me fue preciso trabajar con mucha constancia, con muchos sacrificios de comodidades y de dinero, hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos, y hacer cuánto ellos hacían; protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses, en fin, no ahorrar trabajo ni medio, para adquirir más su concepto. Esta conducta me atrajo los celos y las persecuciones de los Gobiernos en lo que no sabían lo que se hacían, porque mis principios han sido siempre, obediencia a las autoridades y a las leyes”
A la vez y acerca de la ausencia de una aristocracia patriota, de su necesidad y de la triste identificación de la clase dirigente argentina con el liberalismo – fenómeno que aún hoy persiste – decía: “ Me dice Ud. – escribe a Felipe Arana - que los Unitarios propietarios (se refiere al primer gobierno), los que figuraron en tiempos de Rivadavia, son los que más abogan por la marcha de mi administración, y por mis amigos, sin que hasta ahora se sepa de uno solo que esté con los Anarquistas. No lo extraño: siempre creí que si me ahorcaban algún día no habían de ser de esos. Yo he notado durante mi administración buena conducta, y juicio en muchos de esos hombres. Por eso no sólo no los he perseguido sino que los he tratado siempre dándole a cada uno su verdadero lugar según su categoría. Veía también la escasez que tiene el país de hombres, y mirando muy lejos conocía la necesidad de que el tiempo fuese dándonos algunos hombres más, de luces y de responsabilidad propietarios, para el Congreso Nacional (...) Creo que en mi plan no me equivoqué. Si yo cuando los Federales necesitaban ser satisfechos y colmados en sus justas quejas contra los Unitarios, hubiera andado por las cabezas como hicieron ellos cuando desterraron a mis primos, etc. vea Ud. cuántos hombres se hubieran perdido, y cuántos capitales desaparecido. Por otra parte creía conveniente acostumbrar a la gente a mirar siempre con respeto a las primeras categorías del país, aun cuando sus opiniones fuesen diferentes a las dominantes. De aquí la razón por que como todos mis castigos eran reducidos a los cachafaces, revoltosos, a toda esa pandilla de oficiales y jefes aspirantes a quienes siempre he creído que se deben castigar con severidad y sin indulgencia”. Como se ve, amor por el pueblo y justicia sí, populismo no; necesidad de una minoría virtuosa y patriota también, oligarquía extranjerizante y revolucionaria (la aristocracia mercantil como la llamaba él o la aristocracia del dinero que afirmaba Dorrego), no.
La Revolución Moderna
En la propia Argentina tuvo que enfrentar Rosas el poder secreto de las logias y el fermento de la Revolución. Lo dijo con toda claridad: “Las logias establecidas en Europa y ramificadas infortunadamente en América, practican teorías desorganizadoras y propendiendo al desenfreno de las pasiones, asestan golpes a la República, a la moral, y consiguientemente a la tranquilidad del Mundo”. Espíritu revolucionario que “ha penetrado infortunadamente hasta en alguna parte del clero”. En la Argentina, “toda la República está plagada de hombres pérfidos pertenecientes a la facción unitaria, o que obran por su influencia y en el sentido de sus infames deseos, y que la empresa que se han propuesto no es sólo de lo que existen entre nosotros, sino de las logias europeas ramificadas en todos los nuevos Estados de este Continente”
Estando Rosas en el exilio, pudo contemplar el espectáculo terrible de las revoluciones liberales, socialistas y nacionalistas (del nacionalismo exagerado y jacobino, no del contrarrevolucionario) que asolaban al Viejo Continente. Su respeto a la Religión Católica, su amor al Orden y a la Tradición, su defensa de la Justicia – en especial con los pobres –, su convicción de que propiedad privada y herencia son instituciones fundamentales de la sociedad, su aborrecimiento de las logias masónicas , del socialismo y del comunismo quedan patentes en las ideas expresadas en diversas oportunidades. Transcribamos algunas como ejemplo de lo que venimos diciendo:
“Se quiere vivir en la clase de licenciosa tiranía a que llaman libertad , invocando los derechos primordiales del hombre, sin hacer caso del derecho de la sociedad a no ser ofendida (…) Si hay algo que necesita de dignidad, decencia y respeto es la libertad, porque la licencia está a un paso”
“Conozco la lucha de los intereses materiales con el pensamiento; de la usurpación con el derecho; del despotismo con la libertad. Y están ya por darse los combates que producirán la anarquía sin término. ¿Dónde está el poder de los gobiernos para hacerse obedecer? Los adelantos y grandes descubrimientos de que estamos tan orgullosos. ¡Dios sabe solamente adonde nos llevarán! ¡Pienso que nos llevan a la anarquía, al lujo, a la pasión de oro, a la corrupción, a la mala fe, al caos!"
“La plebe sigue su camino insolente. Pero es que los gravámenes continúan terribles. Los labradores y arrendatarios sin capital siguen trabajando sólo para pagar la renta y las contribuciones. Viven así pidiendo para pagar, pagando para pedir”
“La Internacional …sociedad de guerra y de odio que tiene por base el ateísmo y el comunismo, por objeto la destrucción del capital y el aniquilamiento de los que poseen, por medio de la fuerza brutal del gran número que aplastará a todo cuanto intente resistirle. Tal es el programa que con cínica osadía han propuesto los jefes a sus adeptos, lo han enseñado públicamente en sus Congresos e insertado en sus periódicos. Sus reglas de conducta son la negación de todos los principios sobre que descansa la civilización”
Ibarguren sintetiza del siguiente modo estos pensamientos del Restaurador: “La expansión de las ideas liberales y de la democracia, la inquietud del proletariado y la propaganda del socialismo; la indisciplina general, las consecuencias económicas de la gran industria mecánica, las luchas civiles en ambas Américas, las guerras europeas, la violenta acción imperialista de las poderosas monarquías, el positivismo y el materialismo que embestían contra la religión y la Iglesia, todo ese gran movimiento político, económico, científico y filosófico que fermentó después de 1850 conmoviendo a la sociedad, provocaba repulsión en el espíritu reaccionario y conservador de Rosas (...) Para conseguir la paz social y la armonía internacional, Rosas no encuentra otro remedio que `reunir un Congreso de representantes de todos los países’” y “el establecimiento de una Liga de las naciones cristianas, del tipo de la Santa Alianza y presidida por el Papa (...) Piensa que para salvar las dificultades que rodean a las monarquías se deben fortalecer los ejércitos” y para “alcanzar el mejor equilibrio social y político en Europa y sostener a la Iglesia” promover “la unión de los reyes alrededor del Sumo Pontífice y la `dictadura temporal del Papa en Roma, con el sostén y el acuerdo de los soberanos cristianos’”.
Finalmente y fiel a esta mentalidad , combate la libertad de enseñanza tal como la entendía y la entiende el liberalismo laicista: “Por la enseñanza libre la más noble de las profesiones se convierte en arte de explotación a favor de los charlatanes, de los que profesan ideas falsas subversivas de la moral o del orden público. La enseñanza libre introduce la anarquía en la ideas de los hombres, que se forman en principios opuestos o variados al infinito. Así el amor a la patria se extinguirá, el gobierno constitucional será imposible, porque no encontrará la base sólida de una mayoría suficiente para seguir un sistema en medio de la opinión pública confundida, como los idiomas en la Torre de Babel” Y en una frase que recuerda la profecía de Donoso Cortés en su famoso Discurso sobre la Dictadura – relación que ya señalara entre nosotros Federico Ibarguren – decía: “Ahora mismo Francia, España y los Estados Unidos están delineando el porvenir. Las Naciones, o vivirán constantemente agitadas, o tendrán que someterse al despotismo de alguno que quiera y pueda ponerlas en paz”.
Es claro que no dejaba de haber en el pensamiento de Rosas ciertas ambigüedades – invocaciones a la soberanía popular (que por aquel entonces aparecían también en tradicionalistas hispánicos como Aparisi y Guijarro), ambivalencias en torno al librecambismo y al proteccionismo económicos (tal vez más prudenciales que doctrinales), expresiones confusas sobre la separación Iglesia – Estado (que consideraba mala por “inoportuna”) o sobre el papel del Concilio en relación al Papa ( que pueden dar pie a una interpretación ortodoxa, pero que suenan extrañas en el lenguaje de aquellos tiempos), cierta visión benévola de la Primera República Española, etc. Pero son ideas sueltas, no necesariamente constantes y que en todo caso desentonan en un cuadro general y firme, de adhesión al Papado, a la Cristiandad, y a la Tradición y que le llevaba a rezar dolorido: “¡Dios nuestro perdonadnos, e iluminad la marcha de los primeros hombres, en las Naciones de la Cristiandad!”
Fernando Romero Moreno
Bibliografía
Corvalán Lima, Héctor, Rosas y la Formación Constitucional Argentina, Separata de Idearium, Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Mendoza, N° 2, Mendoza, 1977
Ibarguren, Carlos , Juan Manuel de Rosas. Su vida, Su drama, su tiempo, Ediciones Teoría, Biblioteca de Estudios Históricos, Buenos Aires, 1962,
Sampay , Arturo Enrique, Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas, Juarez Editor, Buenos Aires, 1972
Sierra Vicente D., Historia de las ideas políticas en Argentina, Ediciones Nuestra Causa, Buenos Aires, 1950,
Tomado de: http://detierraycielo.blogspot.com.ar/
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