Reflexiones históricas sobre las verdades de la Patria

lunes, 8 de diciembre de 2014

EL ÚLTIMO BALUARTE DE LA PATRIA AUTÉNTICA


     Enseñaba el eximio maestro Hugo Wast, y don Jordán Bruno Genta tras sus pasos, que “la Patria es la Historia verdadera de la Patria”[1]. Y del Magisterio de tan ilustres argentinos podemos concluir que no se entiende la Historia de la Argentina desgajada del gran árbol de la Cristiandad Occidental, al que se encuentra unida a través de esa “rama” que es la Hispanidad. Intentaré por lo tanto, a continuación, insertar nuestra Historia nacional en dicho contexto.

1) LA “CRUZ” Y LA “ESPADA” EN LA GESTACIÓN DE NUESTRA NACIONALIDAD

     Estos conceptos son muchas veces mal entendidos. Se impone, por tanto, aclarar el sentido profundo que esta expresión encierra.
     Cuando el Imperio Romano se hizo cristiano, fue gracias a la acción de Constantino, quien luego de una rotunda victoria militar, en agradecimiento al Dios de los cristianos, favoreció la difusión de la Fe de Cristo. Con Constantino, nacía, de este modo, la Cristiandad. Ésta se caracterizó por construir toda su vida social, cultural y política sobre los fundamentos evangélicos. El brazo del Emperador, que sostenía la Espada, fue puesto al servicio de la Religión. De este modo, el Emperador ya no estaba sobre la Iglesia, sino en el seno de la misma.
     Algunos siglos después le tocó a otro Emperador ser el brazo defensor de la Iglesia y de la Civilización contra el ataque de bárbaros y paganos: Carlomagno. Al mismo tiempo que el Emperador defendía con la Espada a la Civilización y a la Religión, los monjes benedictinos entraban en bosques incultos, y mediante la construcción de monasterios, y el cultivo de los campos, se convertían en agentes evangelizadores y civilizadores de los mismos pueblos paganos. Un siglo después esta acción daba sus frutos, y los mismos germanos –que habían asolado a los pueblos cristianos de Europa- recibían la Corona Imperial, convirtiéndose en el baluarte defensor de la Cristiandad frente a otros bárbaros invasores. De este modo, Europa fue hecha por la Espada de los Emperadores y caballeros cristianos, y por la Cruz de los monjes, uniéndose el heroísmo de los primeros y la santidad de los segundos.
     España, ubicada en el extremo oeste de Europa, también debió batallar por la cultura y la religión. En esta tarea sobresalieron, también, monjes, frailes, reyes y caballeros cristianos: nuevamente se unían la Cruz y la Espada. Esta gesta culminó con la obra de los Reyes Católicos: Isabel de Castilla y  Fernando de Aragón, quienes en 1492 reconquistaron el último baluarte moro en la Península Ibérica. Al mismo tiempo, apoyaron los proyectos exploradores del Almirante Colón. A la acción de éste se debe el Descubrimiento de América. El paso siguiente fue el proceso de Conquista del Nuevo Mundo, conforme a la concepción que se tenía en la época acerca del derecho de los Príncipes cristianos “a conquistar tierra de infieles”, para gloria de las naciones cristianas, justo ordenamiento político de los pueblos “bárbaros”, y evangelización de los mismos. A lo largo del siglo XVI algunas escuelas teológicas comenzaron a cuestionar este modo de pensar, afirmando que también los bárbaros tienen derecho a poseer sus tierras y tener sus reyes; agregando que los colonizadores también poseían derechos: a explorar nuevos territorios, a comerciar y tratar con los pueblos descubiertos, a procurar su evangelización, y a defenderse en caso de ser atacados. Más allá de las distintas posturas teológicas, lo  cierto es que la colonización de América fue una tarea conjunta de la Corona Española y de la Iglesia, de los capitanes y soldados y de los frailes y sacerdotes, de la Espada y de la Cruz.
     No todo fue maldad, opresión, avaricia y rapiña en la colonización y evangelización de América. Hubo gestos heroicos y de gran desprendimiento y amor por parte de sacerdotes y colonizadores. Como toda obra humana, se halla manchada por el pecado, pero al lado de éste hubo actos de heroísmo, arrojo, valor, aguante, santidad; y todo llevado adelante por amor: amor a Cristo, para quien se quería ganar almas; amor al Rey, para quien se quería ganar tierras; amor a la propia Patria, por cuya grandeza se arriesgaba la vida; amor a la justicia, cuando se luchaba contra cultos que ofrecían seres humanos en sacrificio, cuando se realizaban alianzas con pueblos “amigos” para ayudarlos contra algún enemigo “molesto” y opresor; y amor, en definitiva, a los mismos indios, para quienes se quería lo mejor: la civilización y la Fe. Es cierto que los conquistadores se llevaron el oro y la plata de América, y a costa de dura servidumbre de muchos indios –aunque existieron Leyes que regularon el trabajo de los mismos-; pero también es cierto que gran parte de aquella riqueza fue reinvertida en América: a través de la construcción de Escuelas, Colegios, Universidades, iglesias, capillas, hospitales, el sostenimiento de misioneros, etc. Por otra parte, América recibió una gran riqueza, superior a todo el oro y la plata: la lengua española, la Fe cristiana, la tradición occidental –con la profunda sabiduría de la herencia grecolatina-.
     Durante el proceso colonizador nuestro territorio tuvo la gracia de contar con la presencia –o, al menos, con el influjo de la acción eficaz- de santos y esforzados varones y de grandes hombres de gobierno: San Francisco Solano, San Roque González, Antonio Ruiz de Montoya, Santo Toribio de Mogrovejo, el Obispo Trejo y Sanabria, Hernando Arias de Saavedra, Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Hombres que se internaron en selvas, cruzaron ríos, atravesaron montañas, se enfrentaron a bestias desconocidas, penetraron en medio de pueblos hostiles, recorrieron kilómetros y kilómetros, para llevar adelante su labor evangelizadora y civilizadora. Es cierto que junto a estos grandes hombres hubo otros que se destacaron por sus inmensas miserias pero también es verdad que al llegar al final de sus vidas deseaban “descargar sus conciencias” (como se decía en la época), y terminaban donando parte de sus bienes, a veces mal habidos, para alguna obra de bien o de evangelización.
     De esta primera generación de colonizadores españoles descienden las familias criollas que, con el paso de los siglos, fueron constituyendo los cimientos de nuestras Patrias Hispanoamericanas. Y cuando la identidad hispanoamericana ya quedó conformada, y los que reinaban del otro lado del Atlántico ya no estaban a la altura de las circunstancias, y no tenían en cuenta los verdaderos intereses de los pobladores de estas tierras, y habían perdido todo objetivo evangelizador; aquellos criollos fueron los que organizaron los ejércitos que nos dieron la Independencia; ellos  siguieron a San Martín y a Belgrano en su gesta emancipadora, y se encomendaron, en trances a veces muy difíciles, a María, bajo la advocación de las Mercedes o del Carmen. En aquellos ejércitos libertadores, sus jefes hacían reinar el orden y la disciplina, y todos los días la tropa se confiaba a la Reina del Cielo a través del rezo del Rosario. Nuevamente se volvían a juntar la Cruz y la Espada.
     Lograda la Independencia, comienzan los enfrentamientos entre Unitarios y Federales. En dichos conflictos podemos constatar una vez más la intransigencia hispana en cuestiones de Tradición, Religión, Patria, e identidades regionales, frente al proyecto centralizador, liberal, extranjerizante y masónico del Unitarismo. Dice Alberdi en sus “Bases”: “Desde el siglo XVI no ha cesado Europa un solo día de ser el manantial y origen de la civilización de este continente. Bajo el Antiguo Régimen, Europa desempeñó  ese papel por conducto de España. Esta nación nos trajo la última expresión de la Edad Media (…) Los reyes de España nos enseñaron a odiar bajo el nombre de extranjero todo lo que no era español”. Evidentemente este recelo hacia lo extranjero se fundamentaba en la orientación secularizante que había tomado la cultura occidental durante la Modernidad.     
     En efecto, Unitarios y Federales representaron a partir de la década del 20 dos realidades totalmente antagónicas. Detrás de los hombres y de las banderas, podemos percibir una “lucha metafísica”[2], de la cual, muchas veces, sus mismos protagonistas no eran del todo conscientes. El General San Martín vio claro el carácter inconciliable de ambos partidos, y sostuvo que uno de los dos “debía desaparecer”. Quiroga levanta la Bandera de la Religión para enfrentar a Rivadavia. Dorrego es fusilado injustamente abrazándose al consuelo que le brindaba la Fe en aquella situación extrema. Rosas promete restablecer el Orden conculcado. En la proclama al asumir su segundo mandato manifiesta:

"Compatriotas:
     Ninguno de vosotros desconoce el cúmulo de males que agobia a nuestra amada patria, y su verdadero origen. Ninguno ignora que una fracción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su impiedad, de su avaricia, y de su infidelidad, y poniéndose en guerra abierta con la religión, la honestidad y la buena fe, ha introducido por todas partes el desorden y la inmoralidad; ha desvirtuado las leyes, y hécholas insuficientes para nuestro bienestar; ha generalizado los crímenes y garantido su impunidad; ha devorado la hacienda pública y destruido las fortunas particulares; ha hecho desaparecer la confianza necesaria en las relaciones sociales, y obstruido los medios honestos de adquisición; en una palabra, ha disuelto la sociedad y presentado en triunfo la alevosía y perfidia. La experiencia de todos los siglos nos enseña que el remedio de estos males no puede sujetarse a formas, y que su aplicación debe ser pronta y expedita y tan acomodada a las circunstancias del momento.

     Habitantes todos de la ciudad y campaña: la Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para probar nuestra virtud y constancia; resolvámonos pues a combatir con denuedo a esos malvados que han puesto en confusión nuestra tierra; persigamos de muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida, y sobre todo, al pérfido y traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros, y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y espanto a los demás que puedan venir en adelante. No os arredre ninguna clase [3]de peligros, ni el temor a errar en los medios que adoptemos para perseguirlos. La causa que vamos a defender es la de la Religión, la de la justicia y del orden público; es la causa recomendada por el Todopoderoso. Él dirigirá nuestros pasos y con su especial protección nuestro triunfo será seguro”.

2) LA RUPTURA DE UNA TRADICIÓN

     Una vez caído Rosas se impone el modelo “constitucionalista”, que considera a la Nación producto de la voluntad constituyente de una Asamblea, representante de los “individuos” que forman el agregado social3. Dice al respecto el Profesor Genta:

     “La ruptura con esa tradición mantenida y enriquecida a lo largo de 300 años de vida española y los primeros 50 años de vida argentina fue la obra de la generación liberal triunfante en Caseros.
     FACUNDO de Sarmiento y  las BASES de Alberdi documentan esa ruptura total con el pasado...
     ...las BASES de Alberdi postulan el cambio del ser nacional como condición imprescindible para la civilización y el progreso de la Nación.”[4]
    
    Sin embargo, fue sobre todo a partir de la Presidencia de Mitre, 1862 en adelante, cuando el liberalismo masónico se instaló definitivamente en la conducción del país. El exterminio de los últimos caudillos federales y la intervención en una guerra fraticida contraria a los intereses legítimos de la América hispana –la Guerra de la Triple Alianza-, son el testimonio elocuente de la dirección tomada por los Gobiernos del período. A partir de 1880, con la influencia de la filosofía positivista, estas posturas se profundizaron, y los elementos tradicionales que todavía perduraban en la sociedad argentina se vieron definitivamente acorralados.
     La ya señalada influencia de la Masonería llevó a que los sectores dirigentes de la Nación dieron la espalda al país que sus antepasados habían ayudado a gestar. Dicho influjo quedó puesto de manifiesto a partir de las leyes laicistas -en particular la 1420, de educación común-, cuyas consecuencias sobre la sociedad se hicieron sentir con fuerza, enfriándose notablemente la práctica religiosa.
     Por otra parte, los vínculos tan estrechos entablados con Gran Bretaña provocaron un progresivo rechazo de nuestro pasado hispano, y nos convirtieron en una nación próspera pero dependiente; ya que, si bien es cierto que el país obtuvo un progreso material notable, también es verdad que se logró a costa de un fuerte vínculo comercial con el Reino Unido, y sin un desarrollo autónomo.
     Además, el progreso material logrado, y las importantes riquezas acumuladas por muchos de los miembros de la elite, provocaron un estilo de vida frívolo y superficial: “En 1910 comienzan a transformarse las costumbres simples (...) Un nuevo impulso lleva a los hombres a romper los cuadros de la rígida existencia patricia. El placer de la vida sencilla, las disciplinas religiosas, la residencia en la propia tierra campesina eran vínculos que había que desatar para lanzarse a los viajes, al lujo, a gozar de los halagos y placeres físicos, a llevar un nuevo modo de vida que ofrecía el dinero fácilmente logrado. La sociedad porteña, de indudable fondo cristiano y de severas costumbres, descubre otros horizontes y alimenta distintas aspiraciones. Después de haber soñado con el Paraíso, la riqueza los estimula a buscar la felicidad en la tierra”[5].
     Otro aspecto negativo a tener en cuenta es el grado de conflictividad alcanzado por ciertos sectores sociales, sobre todo de origen inmigrante que llegaban a nuestra Patria con una fuerte carga ideológica. Los reclamos de estos grupos iban acompañados de toda una concepción revolucionaria que se quería imponer a la Nación que los recibía. Anarquistas y marxistas turbaron, pues, la paz social del país. El liberalismo, hijo de la Ilustración, era responsable, con su permisivismo -y en algunos casos con su simpatía hacia ciertas posturas extremas, con las que encontraba algún aire de familia-, de la difusión de estas ideas disolventes. También, como contrapartida, debemos decir que el Liberalismo dominante había sido incapaz de dar una legislación laboral que respondiera a las nuevas problemáticas de la época.
     Como síntesis de lo dicho dejemos la palabra a alguien que tuvo a su padre entre los dirigentes de aquella época, pero que ambos -padre e hijo-, supieron reaccionar contra aquello que manchaba a la integridad de la Nación: “La generación del 80 (...) actuó no pocas veces dejando de lado las conductas históricas -en lo económico y social- y escrúpulos morales arraigados desde antiguo a nuestra manera de ver rioplatense. Movióse con oportunismo (...) por el afán de alcanzar éxito inmediato en orden a la riqueza, que en Buenos Aires traducíase en lujo para los señores y terratenientes, orgullosos de vivir a la europea como auténticos príncipes ‘republicanos’ en la Gran Capital del Plata. Fue una generación escéptica en punto a creencias, sin una metafísica rectora existencial. Positivista y epicúrea; y, en último término frívola: enemiga de conservar hábitos y costumbres seculares y apegada a la religión idolátrica del crédito hipotecario ilimitado (o sea: a los halagos del rentista que gasta su dinero sin crear servicios públicos útiles ni prosperidad popular duradera). Su fuerte sentimiento de clase fundábase -sociológicamente- en la rápida valorización de tierras; no en una tabla altruista superior a la de los pobres. (...) Todo ello -diríase nuestro ‘destino manifiesto’ allá por el 900- iba a lograrse desde el poder, sí, pero a costa de la soberanía y de la cultura de los argentinos, cuyas esencias (de indudable signo hispano-católico) había que cambiar desprejuiciadamente según el axiomático plan ‘civilizador de Alberdi: importando literatura y arte al estilo francés (o inglés), de última moda en Europa; entregando la riqueza potencial de nuestro inmenso suelo al capital de ocupación (que era de hecho, británico) y llenando nuestro despoblado territorio, en verdad paradisíaco -habitado desde la conquista por ‘despreciables’ criollos, supersticiosos y retrógrados- con inmigrantes de todas las razas de la tierra cuyos hijos, educaría luego en el ateísmo, la escuela laica creada por la Ley 1420.”[6]

3) LA REACCIÓN NACIONALISTA

     El desarrollo del Nacionalismo como movimiento de reacción a la decadencia liberal debe ser enmarcado, en primer lugar en un contexto global, para entender luego su aparición en la escena nacional.

  a) Contexto Occidental

     El estallido de la Gran Guerra, la difusión del sentimiento patriótico como consecuencia de la misma, el estallido de la Revolución Rusa y sus devastadoras consecuencias, permitieron que muchos, en las diversas naciones de Occidente, comenzaran a tomar conciencia del estado de decadencia que existía por debajo del aparente progreso y bienestar. La pertenencia a una Comunidad Nacional se va a convertir en la raíz a partir de la cual se va a intentar restaurar un Orden tradicional. Claro que el ambiente de Revolución que se vivía en aquellos tiempos va a influenciar sobre muchos movimientos nacionalistas, y ante el rechazo que les generaba el decadente pseudo-orden liberal, van a proponer una Revolución Nacional que, en sus valores fundamentales, va a ser restauradora.
     Calderón Bouchet nos explica cómo el nacionalismo, que en sus orígenes –allá por los tiempos de la Revolución Francesa-, fue un movimiento ligado a la Izquierda, se convierte en una empresa de restauración.

    “La nación, sustituto de la Iglesia, fue un hecho revolucionario. Su exaltación en términos políticos fue obra del pensamiento jacobino…
     Lo aparentemente ilógico en la historia del nacionalismo es que la idea de una organización totalitaria de la revolución en marcha…se convierte, pasada la mitad del siglo XIX, en la fuerza principal de la contrarrevolución.”[7]

     Y, algunas páginas más adelante, aclara: “El pensamiento revolucionario pudo complacerse en sus trasposiciones teológicas y convertir en mito la verdad social de la nación…Los pueblos cristianos cobraron conciencia de su vocación histórica dentro del cuerpo místico de la Iglesia, cuando la revolución, acentuando los perfiles de la singularidad nacional, pretendió afirmarlos contra la idea tradicional del orden cristiano.”[8]

     En otra de sus obras dice:

     “Destruidos los regímenes de autoridad por las sucesivas revoluciones burguesas, la fase liberal de la ideología, que había servido para demoler las bases históricas y morales de toda potestad, atacó ahora al hombre en sus raíces existenciales…
     Por estas razones la tercera reacción, a la que damos el nombre de fascista para facilitar una designación propalada y denotativa, fue fundamentalmente biológica porque pretendió, fundándose en criterios vitales –nación, raza o cultura- salvar un orden social amenazado en la posibilidad de su sobrevivencia física.”[9] Y agrega unos renglones más abajo: “La época fascista tuvo un estilo y una modalidad propias, pero ese estilo y esa modalidad asumen, en cada una de las naciones que se produjo, características irreiterables vinculadas con el espíritu, las tradiciones, el temperamento popular y las circunstancias más o menos amenazantes padecidas por esa nación en su existencia histórica.”[10]

     Alberto Ezcurra Medrano nos proporciona, a su vez, su interpretación acerca del surgimiento de los Movimientos Nacionalistas:

     “Contra las desastrosas consecuencias políticas del Liberalismo reacciona el Nacionalismo, movimiento esencialmente político…El Nacionalismo, decimos, es un movimiento esencialmente político. Su campo de batalla es la política y su fin la supresión del Estado Liberal…
     …si bien es una reacción esencialmente política, el mal que combate no es exclusivamente político, ni siquiera principalmente político, sino que obedece a causas filosóficas y religiosas a las cuales necesita remontarse para acertar en su acción política.”[11]

     Unas páginas más adelante, nos dice: “Si hubiéramos de caracterizar en pocas palabras el movimiento nacionalista diríamos que preconiza un gobierno fuerte y un régimen corporativo como reacción contra el individualismo liberal; y el culto de Dios y de la Patria y una exaltación de los valores morales como reacción contra el ateísmo, internacionalismo y materialismo marxistas.”[12]
    
    b) La reacción Nacionalista en Argentina
                                                                                       
     Una de las primeras expresiones claramente nacionalistas, que surgen en Argentina, se da pasado el primer lustro de la década del 20, a través del periódico La Nueva República. Entre los principales referentes de ese primer nacionalismo se encontraba el médico entrerriano Juan Emiliano Carulla. Nos dice al respecto, Hernán Capizzano:

    “Si se trata de ser precisos, puede decirse que el primer exponente del nacionalismo como tal, naturalmente antiliberal, parece haber sido Juan Emiliano Carulla. Nacido en Entre Ríos, militante en el socialismo y luego en el anarquismo, graduado en medicina, marchó a los campos de batalla en la Primera Guerra Mundial. Conoció de cerca el nacionalismo francés y regresó al país nutrido de estas influencias. Hacia 1925 fundó junto a otro médico llamado Roberto Acosta el periódico La Voz Nacional, de escasa relevancia y cuya colección no hemos encontrado en repositorio alguno. El siguiente paso fue en diciembre de 1927 la fundación del semanario La Nueva República. Aquí aparece nuevamente Carulla, gestionando ante sus camaradas de ideas la necesidad de que la publicación llevase como subtítulo ‘Órgano Nacionalista’.”[13]

    En este clima, el encuentro con el pensamiento político contrarrevolucionario europeo ayuda a repensar la realidad política argentina, superando los esquemas heredados de la pseudo-tradición liberal. Durante los años 30 el Revisionismo Histórico comienza a cuestionar la pseudo-historia “mayo-caserista” forjada por los sectores liberales. Los Cursos de Cultura Católica y el Congreso Eucarístico del 34 permiten redescubrir el núcleo diamantino de la Identidad Nacional. En dicho contexto, los enfrentamientos entre los patriotas que se encontraban con la Patria auténtica y los representantes del liberalismo masónico y de la Izquierda revolucionaria se agudizaron, resurgiendo las antiguas e insuperables antinomias. Y dichas antinomias fueron selladas con sangre.[14]

4) LOS AÑOS DEL PERONISMO...Y LOS QUE SIGUIERON

      Las luchas siguieron ensangrentando la dura realidad argentina en las décadas siguientes. Y siempre hubo un núcleo pequeño y fiel, un “resto”, auténtico representante de nuestra más profunda identidad nacional, que inmoló su vida por Dios y por la Patria. Cuando en 1943 la Patria parecía encaminarse hacia un sistema de tipo nacionalista y corporativo, y a un reencuentro con su tradición, los sectores liberales, masónicos y socialistas, dominantes de la situación política desde décadas, vieron con terror la posibilidad de perder la hegemonía que detentaban. La oposición contra el Gobierno del GOU –interna y externa- fue in crescendo. El triunfo de los EEUU en la Guerra fortaleció el frente interno contra la Dictadura Nacionalista, la cual se vio obligada a ceder el poder. Pero dejó un retoño: el Peronismo. Muchos miembros de los viejos partidos veían aterrados la posibilidad de que un Coronel salido del Gobierno Militar sea el heredero del mismo. En ese contexto se produjeron los acontecimientos de Setiembre y Octubre del 45. Los miembros de la Alianza Libertadora Nacionalista participaron la noche del 17 de octubre de la histórica jornada. Al fin de aquella gesta, cuando sus protagonistas volvían a sus hogares, Darwin Passaponti, que marchaba junto a sus compañeros de la Alianza, sufrió la agresión a balazos de los marxistas que ocupaban el diario "Crítica" en la Avenida de Mayo.
    Cuando el Movimiento iniciado en 1945 se desvió de las fuentes que le dieron origen, desembocando en una Tiranía irrespirable hacia el año 1954, nuevamente el núcleo fiel a Dios y a la Patria, estuvo en la primera fila, defendiendo los templos contra las hordas sacrílegas, manifestándose contra las medidas arbitrarias, dando con sus huesos en oscuros calabozos, sufriendo torturas por parte de la policía del régimen, y finalmente arriesgando sus vidas en el combate final.
      Las décadas del 60 y del 70 vieron aparecer una nueva y terrible amenaza: la irrupción violenta de la guerrilla marxista, camuflada muchas veces bajo un ropaje pseudo nacionalista y pseudo peronista. Muchos argentinos cayeron bajo aquellas balas asesinas. Y como siempre, un puñado de patriotas, no se amilanó ante el peligro, y mantuvo las banderas bien altas. Civiles y militares, seglares y clérigos, empresarios y sindicalistas, intelectuales y hombres de acción, ofrendaron sus vidas en aquellas jornadas. Los conflictos de los 70 y 80 costaron mucha sangre, pero dejaron también el ejemplo de héroes que no deberían ser olvidados.

5) LOS 70 y 80

   a) La “Derecha Peronista” en los 70
     Los años 70 fueron los años de la rehabilitación del Peronismo. La vuelta de dicho Movimiento al poder, y el regreso del viejo Líder, se vio afectada por la tremenda acción de la izquierda revolucionaria que, a través de intentos foquistas -al estilo cubano-, o por medio de la Guerrilla urbana, -según el estilo argelino-, intentó instalar el marxismo en nuestro país. Eran los tiempos en los que se creía que el mundo marchaba hacia el socialismo (derrota de EEUU en Vietnam,. afirmación marxista en Cuba, la irrupción de los movimientos de "liberación nacional” –de tendencia marxista- en muchos países del Tercer Mundo, invasión de la URSS a Checoslovaquia, la presencia en el escenario mundial de la China maoísta, la acción de los llamados “Sacerdotes del Tercer Mundo”, etc.)
    El marxismo también llegó a las filas del Movimiento Peronista. Se formaron, en aquellos tiempos, organizaciones guerrilleras que presentándose como peronistas hacían un análisis marxista de la realidad. Su lema era: “Perón Evita, la Patria Socialista”. Perón, desde su exilio en Madrid, alentó a estas “formaciones especiales” de su Movimiento, y coqueteó con la idea de un “socialismo nacional”, citando en muchas oportunidades a Castro, Mao u otros líderes de la Revolución Mundial. Sin embargo, nunca dejó de jugar, por otra parte, con las estructuras tradicionales del Movimiento. Éstas son las que proclamaban: “Perón, Evita, la Patria Peronista”. Dentro de estos sectores comenzarán a formarse agrupaciones que, contrapuestas a la Izquierda peronista, pasarán a representar en los 70 el “ala derecha” del Movimiento.
     Cuando nos referimos al peronismo de derecha, damos cuenta del conglomerado de agrupaciones y tendencias que entroncaban sus orígenes con la primera etapa del Movimiento. Su concepción del peronismo consideraba a éste continuador de la “gesta Rosista”, o versión vernácula del Fascismo o manifestación del nacionalismo sindicalista de corte falangista. Por otro lado, los sujetos que dieron vida a estas organizaciones, estaban vinculados a sectores conservadores estudiantiles y profesionales; y a fracciones de la clase trabajadora vinculados principalmente a las estructuras del viejo sindicalismo peronista. Más allá de los excesos que algunas de estas organizaciones cometieron -dentro de un clima de guerra interno que se vivía-, o  de los vínculos de otros con el detestable “lopezrreguismo”, lo cierto es que muchas de estas agrupaciones buscaron rescatar lo mejor de nuestra tradición nacional, a partir de la lectura de la historia patria en los autores revisionistas, proponiendo la idea de una sociedad orgánica –el viejo ideal peronista de la Comunidad Organizada-, la recuperación de las fuentes originales del Movimiento Nacional Justicialista, la oposición a los modelos liberal y marxista –sintetizado en el slogan: “Ni yanquis, ni marxistas, peronistas”-. Algunas de las organizaciones representativas de la derecha peronista fueron: la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdO), la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), el Sindicato de Abogados Peronistas (SAP) y la Agrupación "Rojo Punzó”,  la Juventud Sindical Peronista, Guardia de Hierro, etc.
    b) Tucumán y la Guerra Contrarrevolucionaria
     En dicho contexto de guerra interna, debemos destacar la acción de tantos soldados, suboficiales y oficiales que debieron enfrentar a la agresión marxista ofrendando muchos de ellos su vida en el monte tucumano, donde la Revolución intentaba crear un foco a partir del cual extenderse. Como tantas veces a lo largo de su historia, la Patria debió enfrenta la amenaza de la Revolución para intentar seguir siendo ella misma. Y como siempre, hubo héroes que resistieron. Ricardo Burzaco nos ubica en el contexto de aquellos aciagos años: “A partir de 1975, una serie de hechos habría de marcar a sangre y fuego la historia de la Nación Argentina. A principios de ese año, el Poder Ejecutivo Nacional mediante un decreto ordena a las Fuerzas Armadas que se ejecuten las operaciones militares a los efectos de ‘aniquilar el accionar’ de elementos subversivos en la Provincia de Tucumán. De esta manera, nuestro país ingresa en una escalada bélica...luego de ser abatida la actividad guerrillera en la zona rural, las Fuerzas Armadas y de Seguridad...terminan ‘de aniquilar el accionar’ subversivo en el área urbana entre los años 1976 y 1978.”[15]

   c) La Guerra de Malvinas

     En 1982, el conflicto por Malvinas mostró nuevamente que existía  en la Argentina un puñado capaz de batirse, Rosario al cuello, por Dios y por la Patria. Ya tempranamente el Nacionalismo Argentino hizo suya la causa de Malvinas. “La cuestión Malvinas no fue para el Nacionalismo...un tema más de su agenda o de sus objetivos recurrentes. Desde un comienzo, y no tenemos duda de que ello era una motivación personal de Queraltó...No afirmamos aquí que haya sido un adelantado exclusivo sobre la reivindicación de Malvinas...Pero sí que levantó sus banderas y tomó como lema de avanzada su permanente reclamo...El diario Bandera Argentina...le reconoció a Queraltó un papel destacado: ‘Estudioso, ha investigado nuestra historia para saber con claridad cuál es nuestro patrimonio verdadero y qué debe reclamar la Argentina para integrarse definitivamente como nacionalidad. De ahí su posición reivindicadora que, como nacionalista, ha adoptado para que se devuelvan al país las famosas islas Malvinas’.”[16] Enrique Osés, referente del Nacionalismo de los años 30, se quejaba por aquellos tiempos de que el Estado Argentino no comunicaba en las escuelas “una integral educación argentina...para referirse a las glorias guerreras de la nacionalidad y a la usurpación de las Malvinas”[17]. También Ramón Doll se ocupó del tema. En un profundo artículo sostuvo que la sujeción que impuso el Reino Unido a nuestro país durante décadas fue más política que económica. “¿Cuál era su intención? Repitámoslo una vez más: impedir a toda costa el poderío económico de cualquier país católico”[18]. El control de las Malvinas por parte de los británicos es, en la opinión del autor, un “símbolo” de ese sometimiento, “un signo imperativo de silencio y sumisión”[19]. La recuperación de las mismas es por tanto, en opinión de Doll, mucho más que volver a obtener un territorio perdido.
     Esta prédica por Malvinas dio sus frutos en 1982. Kasanzew en sus obras se refiere a la nobleza de la causa y al heroísmo que derrocharon muchos argentinos en aquella gesta.

     “Con todo, Malvinas, que fue para muchas generaciones de argentinos una noble pasión, lo seguirá siendo, le pese a quien le pese. En la perspectiva histórica, una vez que el tiempo se encargue de dispersar la hojarasca ideológica que hoy embarra la cancha, Malvinas ocupará su digno sitial en los manuales: a la par de la Reconquista de Buenos Aires, la campaña de los Andes, o la Batalla de la Vuelta de Obligado.”[20]
     Y en otra de sus obras, reeditada en forma ampliada en el 2012, afirma: “…he intentado mostrar el espíritu de la Grande Argentina. He tratado de transmitir las imágenes y palabras esenciales, de poner de manifiesto el significado de la hazaña y los nombres de la Gesta...He tratado de evidenciar la realidad de principios por los cuales vale la pena vivir y combatir hasta la muerte. He tratado de cumplir con el pedido del poeta Leopoldo Lugones: ‘Ojos mejores para ver la Patria’...Como sostiene el profesor Ricardo Tabossi, la guerra no tuvo como causa principal motivos políticos o ideológicos, sino profundas razones históricas, es decir metafísicas y espirituales.”[21]

     Evidentemente el espíritu de auténtico patriotismo que comenzó a difundirse en el segundo lustro de la década del 20 informó el ánimo de quienes llevaron adelante las dos Guerras que vivimos entre los 70 y los 80. Y el mundo no le pudo perdonar a la Argentina ese “pecado”: el haber desafiado al Orden Internacional masónico y marxista. Nuestro país sufrió, a partir de la derrota del 14 de junio, una decadencia progresiva provocada por el ataque permanente -desde adentro y desde afuera-, a su identidad, a su tradición, y a lo que había representado. Debía amoldarse por la fuerza a los valores del mundo laicista, secularizado, anómico, en el que  las comunidades nacionales se han convertido en masas amorfas –“Sin Dios, ni Patria, ni Bandera”, diría el Restaurador-.

6) EL GOBIERNO DE ALFONSÍN

     El 10 de diciembre de 1983 asumió la Presidencia de la República Raúl Alfonsín. Líder del Partido Radical, pero inscripto en la corriente internacional socialdemócrata, su principal objetivo de Gobierno fue llevar adelante una revolución cultural en Argentina[22]. La misma consistía en subvertir los principios sobre los que se fundaban las Instituciones fundamentales de la Patria. Lo primero para llevar adelante este trastocamiento era eliminar de la vida social y cultural todo tipo de censura; lo único que sería censurable sería no ser demócrata. De este modo, se difundió en la sociedad argentina el “destape”. La pornografía, las groserías, las palabras soeces, las blasfemias, las burlas e insultos a las Instituciones y a los valores más sagrados se hicieron frecuente en la vida social y en los medios de comunicación. El paso siguiente fue modificar la estructura de la familia, atacando el fundamento de la autoridad paterna, equiparando los hijos matrimoniales con los extramatrimoniales, y sancionando la ley del divorcio. Mientras tanto se condenaba la Guerra antisubversiva y se juzgaba a quienes la habían llevado adelante; se desmalvinizaba –procurando eliminar de la memoria social los valores que dicha gesta había sacado a la luz, se ocultaban los hechos de heroísmo y se difundían y amplificaban las miserias que en la misma hubo-; y se atacaban los dogmas y la moral católicos. En este sentido se llevó adelante un Congreso Pedagógica que tenía por objetivo transformar los valores sobre los que se fundaba la educación de niños y jóvenes, profundizando el modelo laicista del 1882, y buscando limitar la acción de los centros educativos privados. Paralelamente, se intentó sancionar una ley que desmontara la estructura del Sindicalismo Peronista Ortodoxo. Mientras, sectores del Peronismo afines con la orientación del Gobierno alfonsinista llevaban adelante un proceso de “modernización” del Movimiento, que tendiera a hacer del mismo un Partido “democrático”, abandonando la tradición Nacional y Movimientista.
     Como hemos visto, la primera etapa del Gobierno de Alfonsín se caracterizó por la puesta en marcha de un plan de subversión cultural. Entre las Instituciones que se vieron afectadas por este proyecto se encontraban, como ya señalamos, las Fuerzas Armadas, defensa natural e histórica de la Argentina esencial. Fue justamente del seno de las Instituciones armadas que surgió un puñado de valientes que enfrentó al modelo llevado adelante por el alfonsinismo. Si bien es cierto que el objetivo fundamental del movimiento fue defender a las armas de la Patria del hostigamiento al que eran sometidas, en el fondo de esta reacción podemos ver la irrupción de la Argentina tradicional que estaba siendo sometida a un ataque permanente. En efecto, gran parte de los oficiales que se levantaron en aquellas oportunidades, aparte de pertenecer muchos de ellos a los grupos comando, que tan destacada participación habían tenido en Tucumán y en Malvinas –enfrentando a marxistas e ingleses-, adherían a posturas nacionalistas[23]. En este contexto se puede inscribir el documento salido a la luz pública en noviembre de 1987 con motivo de la Conferencia de Ejércitos Americanos celebrada por esos días, donde un grupo de oficiales “consustanciados con los lineamientos doctrinarios de la Operación Dignidad”, plantea una postura claramente opuesta a un plegamiento unívoco a los planteos “neoglobalistas”, así como a las posturas izquierdizantes. Con un claro fundamento nacionalista el documento planteaba la defensa de “la soberanía de los Estados, para lo cual deberían analizarse las causas que atentan contra ello: a) la agresión directa por la fuerza militar; b) penetración cultural tendiente a la hegemonía de un Estado en detrimento de otros; c) fraude económico-financiero internacional”[24]. Y a continuación, el documento especificaba que: “En Argentina se presentan hoy o se han manifestado recientemente esos tres factores. En cuanto a agresión directa, se recuerda en primer término la experiencia de la guerra de las islas Malvinas contra Gran Bretaña...En cuanto al plano cultural, Estados Unidos proyecta como modelo de penetración un ‘positivimo tecnocrático de base hedoníco-individualista que contradice frontalmente la cultura latinoamericana dentro de la cual se inscribe con especificidad la cultura argentina’. En cuanto a Cuba, Nicaragua y los núcleos guerrilleros que globalmente se caracterizan por la ideología marxista-leninista, otra forma de positivismo materialista, con sus versiones ‘progresistas’ vinculadas a los ‘socialdemócratas’, ‘realizan una agresión sistemática en lo cultural mediante una hábil incursión en los medios de comunicación masiva y desde los cargos directivos logradas en el área de educación’...Con relación al tema económico-financiero, aun con la salvedad de que dentro del sistema internacional sería una simplificación atribuir a los países sede de los organismos de la ‘usura internacional’ el patrocinio del fraude y el consiguiente sometimiento de los Estados dependientes, el documento sostiene que ‘la presión económico-financiera que ejerzan sobre la deuda externa argentina los EEUU y sus asociados’ es un agente efectivo de ‘atentado a la soberanía nacional’.”[25]
   
    Como puede apreciarse, más allá de la preocupación por la situación militar, los sectores carapintadas sostenían una posición filosófica clara de defensa de la nacionalidad, tanto frente a las posturas liberales como a las izquierdistas, y de fuerte crítica a la “revolución cultural” que se estaba llevando adelante. En esta línea, era fundamental reivindicar la Gesta de Malvinas. El Grupo “Albatros” de la Prefectura Naval, plegado al Movimiento encabezado por Seineldín en diciembre de 1988, hacía conocer a la opinión pública: “Los Albatros son la voz de quienes lucharon sobre las heladas cubiertas de nuestros buques guardacostas en el amado Archipiélago Malvinense, con el corazón destrozado por sus camaradas muertos y heridos en combate, pero convencidos de que lucharon por una causa justa: la de la Patria ocupada por el insolente y criminal inglés”[26]
.
     Por supuesto que no podía dejar de ser reivindicada la Guerra contra el Marxismo ateo y apátrida que en los 70 agredió violentamente a la Nación. Fue una exigencia de los jefes carapitandas la reivindicación de la Guerra contra el Marxismo. Es muy ilustrativa la carta que el Comisario Re, héroe de la recuperación del cuartel del RI3 de la Tablada, le dirige desde el Hospital Naval al Coronel Seineldín. En ella se refiere al heroísmo de jefes como el Mayor Cutiellos, y señala que “los que quedamos, con la ayuda de Dios, Nuestro Señor, seguiremos acumulando fuerzas para derrotar en forma definitiva a los enemigos de Dios y de la Patria”. Antes se había referido a esos enemigos calificándolos de “apátridas subversivos” que intentaron hacer “flamear el trapo rojo en un pedazo de nuestra Patria”[27].

   Obviamente, el espíritu que representaron los carapitadas chocó con el influjo gramsciano[28] dominante durante los años alfonsinistas. “Era más que evidente, y en algún informe así se lo afirmaba, que Seineldín –lo mismo que Rico y los otros camaradas, los de Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli- resultaba una víctima de los ‘gramscianos’, que veían en él a un enemigo duro, difícil de vencer e imposible de doblegar”[29]. Aunque, repitámoslo, su accionar iba dirigido contra los traidores dentro de la Fuerza. Como sostiene la carta firmada por “Cinco Pilotos de Malvinas”, representantes dentro de la Fuerza Aérea de aquellos cuadros que tan excelente formación habían tenido en los años 60 y 70, en parte gracias al influjo de un maestro de los quilates de Jordán Bruno Genta; y que se sintieron solidarios de los camaradas del Ejército en su lucha por la dignificación de la  Fuerza: “reconocemos cómo, hoy, muchos llevan sobre su pecho la misma bandera que a quienes nos salpicaron los proyectiles; reconocemos a los infames, corruptos, traidores y coimeros; a nuestro  real enemigo: aquel que ‘no tiene banderas, tambores, clarines o leones; no necesita aviones, tanques, misiles o cañones...se basa en los vicios, el error, el engaño y la mentira. Su objetivo es la conquista del alma, pues tomada la inteligencia y la voluntad del hombre, este no puede pensar y, así, no se da cuenta de que está conquistado’.”[30] En esta línea, es el Coronel Seineldín quien nos da la clave de interpretación de los objetivos del Movimiento carapintada: “Consideramos en aquella instancia, que si nosotros, los oficiales nacionales, lográbamos recomponer la Fuerza, y para eso efectuábamos todos los movimientos, y sacrificios a ellos inherentes, incluyendo la renuncia a todo lo que significase honores y privilegios, otros argentinos, en diversas escalas sociales y ocupando posiciones dirigentes, iban a terminar por seguir nuestra decisión. Por lo tanto, y debido al pronunciamiento de todo el pueblo, la Argentina podía llegar a recomponerse mediante un movimiento que, creo, sería inédito en el mundo”[31]. Esto no pudo ser. El alineamiento del Gobierno de Menem, que en algún momento despertó cierta esperanza y simpatía en los sectores carapintadas, con las directrices del Nuevo Orden Mundial, hacía incompatible la convivencia. La suerte estaba echada. El menemismo fue el encargado de terminar de desarticular a los sectores nacionalistas que quedaban en el Ejército. Además de llevar adelante un proceso progresivo de desmantelamiento de las Fuerzas Armadas.


7) CONCLUSIÓN

  En este breve artículo no procuré tanto hacer una Historia del “Movimiento Carapintada”, sino entenderlo dentro del contexto de nuestra historia nacional, analizada ésta en fidelidad con la más pura tradición del Revisionismo Clásico, el cual supo ver por debajo de los enfrentamientos que nos han dividido, la lucha entre la Tradición, dentro de la cual se inscribe la Argentina auténtica; y la Revolución –ya sea en su versión Liberal o Izquierdista-, que tantas veces ha deformado el rostro auténtico de la Patria. O sea que nuestra luchas sólo pueden ser entendidas en un contexto teológico y metafísico. Desde este punto de vista profundísimo, creo que quedó demostrado que los “Carapintadas” fueron el último BALUARTE de una Argentina que moría; Argentina que había intentando reconquistarse en 1930 de la mano de Uriburu –y sobre todo del estímulo lanzado desde el grupo de la Nueva República-. Que fue profundizando en su conciencia nacional en la década del 30. Que procuró manifestarse de algún modo a través del Peronismo, a pesar de los serios errores prácticos de este Movimiento.  Que tuvo que enfrentar al Liberalismo resurrecto tras la caída de Perón; que creyó poder expresarse en ciertos sectores del Peronismo de los 70; y que dio verdaderos héroes y mártires en las últimas dos grandes gestas nacionales: la Guerra contrarrevolucionaria y la Guerra por nuestras Malvinas. Esa Argentina comenzó a ser sepultada con el Gobierno de Alfonsín, sepultura finalizada durante la Presidencia de Menem. Ante esta Argentina que moría fue que reaccionaron entre 1987 y 1991 los “Carapintadas”, procurando regenerar un Ejército que fuera sostén de la Nación que aquellos querían aniquilar.







[1] Se puede consultar al respecto la obra Año X , de Hugo Wast, capítulo I ; y Guerra Contrarrevolucionaria de Jordán Bruno Genta, Tema V.
[2] El historiador mexicano Salvador Borrego tiene una pequeña obrita en la que analiza los enfrentamientos que dividieron al Mundo Contemporáneo. El título de la Obra es Batallas Metafísicas.
[3] Con respecto al significado del término “Nación”, Marcos Pinho de Escobar nos ilustra acerca de las dos interpretaciones que se le pueden dar al mismo: “La primera, representada por autores como Johann Gottfried von Herder y Johann Gottlieb Fichte, sostiene que el fenómeno nacional se define por el Volkgeist, el ‘espíritu del pueblo’, único para cada nación y que se transmite de una generación a la siguiente...En tal concepción el hombre se encuentra sólidamente enraizado en el pasado a través de vínculos ‘naturales y orgánicos’...La segunda, abrevando en Jean-Jacques Rousseau y Emmanuel-Joseph Sieyés, surge con la Rvolución de 1789 e introduce la noción contractualista del fenómeno nacional, caracterizado como una asociación libremente establecida mediante contrato celebrado por el pueblo soberano. Concepción eminentemente ideológica, la Nación deja de ser una realidad concreta producto de la Historia para ser fruto de la adhesión voluntaria a los principios establecidos por la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, 153-154. (Perfiles maurrasianos en Oliveira Salazar)
[4] Guerra Contrarrevolucionaria, Tema I.
[5] Cárcano, M. A. Sáenz Peña. Sáenz Peña. La Revolución por los comicios, 15.
[6] Ibarguren, F. Orígenes del Nacionalismo argentino, 15.
[7] Calderón Bouchet, Rubén. Nacionalismo y Revolución, 12.
[8] Ibídem, 22.
[9] Calderón Bouchet, R. Una introducción al mundo del fascismo, 16.
[10] Íbidem, 16-17.
[11] Ezcurra Medrano, Alberto. Catolicismo y Nacionalismo, 37-38.
[12] Íbidem, 31.
[13] Capizzano, Hernán. Alianza Libertadora Nacionalista. Historia y crónica (1935-1953), 11.
[14] Puede consultarse al respecto la obra de Hernán Capizzano sobre Jacinto Lacebrón Guzmán: Jacinto Lacebrón Guzmán. Primer caído del nacionalismo argentino.
[15] Infierno en el monte tucumano, 7.
[16] Capizzano, Hernán. Alianza Libertadora Nacionalista, 82.
[17] Capizzano, Hernán. Enrique Osés. Discursos y textos, 87.
[18] “Las Malvinas, cuestión previa”, en Ramón Doll. Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, 363.
[19] Íbidem, 366.
[20] Kasanzew, Nicolás. La Pasión según Malvinas, 13.
[21] Kasanzew, Nicolás. Malvinas a sangre y fuego, 287.
[22]Quizá Raúl Alfonsín haya sido el primer sorprendido, al verse presidente de la República…Con militancia estudiantil reformista, ocupó una banca de diputado nacional y dice adherirse al ‘krausismo’…si bien sus posturas se aproximaron cada vez más a las de la socialdemocracia europea…tal aproximación se acentuaría a lo largo de su gobierno…Consistente en una amalgama de socialismo político y liberalismo económico que, en la Alemania de posguerra, alcanzara el poder con Willy Brandt…Sus ingredientes socialistas inciden en todo lo que se refiere a la cultura y la educación, a las relaciones de la Iglesia y el Estado, a la posición asumida frente a la institución familiar y a las Fuerzas Armadas, resultando coincidentes con las propuestas articuladas en 1889 por la Segunda Internacional…El pensamiento del italiano Antonio Gramsci…también se hace presente en las formulaciones socialdemócratas…” (Gallardo, Juan Luis. Crónica de cinco siglos. 1492-1992, 334-335)

[23] Como ya hemos visto, el Nacionalismo fue una reacción contra la decadencia provocada en su momento por el Liberalismo. El Nacionalismo se caracterizó por intentar recuperar los principios de Autoridad, de Verticalidad, de aceptación de la Autoridad Divina, propios del Antiguo Régimen (anterior a la Revolución Francesa), pero adaptándolos a la Realidad Moderna. Así, la reverencia al Monarca fue reemplazada por la devoción a la Patria, entendiendo que el individuo libre debía integrar su  libertad y su individualidad en ese proyecto mayor que era la Nación. Ésta era entendida como una realidad superior, una Unidad de Destino la llamaba José Antonio, el Fundador de la Falange Española. Esta Unidad de Destino era concebida por las corrientes nacionalistas católicas como el Proyecto de Dios para cada Patria. Por lo tanto, la antigua concepción de reverencia a la Autoridad (del Rey), autoridad que representaba a Dios, a quien había que obedecer ante todo, era resignificada en el concepto de pertenencia a la Patria, que encarnaba un Proyecto y una Misión, y ser fiel a ese proyecto y a esa misión era, por tanto, ser fiel al Proyecto y a la Misión de Dios. El viejo ideal de Dios y Rey, era adaptado a las nuevas realidades por el nuevo Ideal de Dios y Patria. En nuestro Ejército, sus cuadros se han dividido históricamente en Liberales y Nacionalistas. Los sectores “carapintadas” entendían que la verdadera tradición de la Patria no estaba en el Proyecto de la generación posterior a Caseros –como los sectores liberales-, sino en las raíces fundacionales que vienen de la Cristiandad y de la Hispanidad, y que fueron “encarnadas” en su momento por los caudillos federales y por Juan Manuel de Rosas, a quien el General San Martín, prototipo del militar argentino, legó su sable.

[24] Chumbita, Hugo. Los carapintadas. Historia de un malentendido argentino. Pasado y presente de una crisis militar aun abierta, 64.
[25] Íbidem, 65-66.
[26] Jassen, Raúl. Seineldín: el Ejército traicionado, la Patria vencida, 71.
[27] Ibídem, 271.
[28] “Utilizando las banderas de las libertades burguesas...el gramscismo penetrará en la sociedad...forzando el recambio ideológico...(atacando) a las Instituciones primordiales del país...la Familia, la Iglesia, los Sindicatos y las Fuerzas Armadas...” (Ibídem, 281)
[29] Ibídem, 282.
[30] Ibídem, 122.
[31] Ibídem, 117-118.

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