Enseñaba el eximio maestro Hugo Wast, y
don Jordán Bruno Genta tras sus pasos, que “la
Patria es la Historia verdadera de la Patria”. Y del Magisterio
de tan ilustres argentinos podemos concluir que no se entiende la Historia de
la Argentina desgajada del gran árbol de la Cristiandad Occidental, al que se
encuentra unida a través de esa “rama” que es la Hispanidad. Intentaré por lo
tanto, a continuación, insertar nuestra Historia nacional en dicho contexto.
1) LA
“CRUZ” Y LA “ESPADA” EN LA GESTACIÓN DE NUESTRA NACIONALIDAD
Estos conceptos son muchas veces mal
entendidos. Se impone, por tanto, aclarar el sentido profundo que esta
expresión encierra.
Cuando el Imperio Romano se hizo
cristiano, fue gracias a la acción de Constantino,
quien luego de una rotunda victoria militar, en agradecimiento al Dios de los
cristianos, favoreció la difusión de la Fe de Cristo. Con Constantino, nacía,
de este modo, la Cristiandad. Ésta se caracterizó por construir toda su vida
social, cultural y política sobre los fundamentos evangélicos. El brazo del
Emperador, que sostenía la Espada,
fue puesto al servicio de la Religión.
De este modo, el Emperador ya no estaba sobre
la Iglesia, sino en el seno de la
misma.
Algunos siglos después le tocó a otro
Emperador ser el brazo defensor de la
Iglesia y de la Civilización contra el ataque de bárbaros y paganos: Carlomagno. Al mismo tiempo que el
Emperador defendía con la Espada a la
Civilización y a la Religión, los monjes benedictinos entraban en bosques
incultos, y mediante la construcción de monasterios, y el cultivo de los
campos, se convertían en agentes evangelizadores y civilizadores de los mismos
pueblos paganos. Un siglo después esta acción daba sus frutos, y los mismos germanos –que habían asolado a los
pueblos cristianos de Europa- recibían la Corona
Imperial, convirtiéndose en el baluarte defensor de la Cristiandad frente a
otros bárbaros invasores. De este modo, Europa fue hecha por la Espada de los Emperadores y caballeros
cristianos, y por la Cruz de los
monjes, uniéndose el heroísmo de los
primeros y la santidad de los
segundos.
España, ubicada en el extremo oeste de
Europa, también debió batallar por la cultura y la religión. En esta tarea
sobresalieron, también, monjes, frailes, reyes y caballeros cristianos:
nuevamente se unían la Cruz y la Espada. Esta gesta culminó con la obra
de los Reyes Católicos: Isabel de
Castilla y Fernando de Aragón, quienes
en 1492 reconquistaron el último baluarte moro en la Península Ibérica. Al
mismo tiempo, apoyaron los proyectos exploradores del Almirante Colón. A la acción de éste se debe el Descubrimiento de América. El paso
siguiente fue el proceso de Conquista del
Nuevo Mundo, conforme a la concepción que se tenía en la época acerca del
derecho de los Príncipes cristianos “a
conquistar tierra de infieles”, para gloria de las naciones cristianas,
justo ordenamiento político de los pueblos “bárbaros”,
y evangelización de los mismos. A lo largo del siglo XVI algunas escuelas
teológicas comenzaron a cuestionar este modo de pensar, afirmando que también
los bárbaros tienen derecho a poseer sus tierras y tener sus reyes; agregando
que los colonizadores también poseían derechos: a explorar nuevos territorios,
a comerciar y tratar con los pueblos descubiertos, a procurar su
evangelización, y a defenderse en caso de ser atacados. Más allá de las
distintas posturas teológicas, lo cierto
es que la colonización de América fue
una tarea conjunta de la Corona Española
y de la Iglesia, de los capitanes y soldados y de los frailes y sacerdotes, de la Espada y de la Cruz.
No todo fue maldad, opresión, avaricia y
rapiña en la colonización y evangelización de América. Hubo gestos
heroicos y de gran desprendimiento y amor por parte de sacerdotes y
colonizadores. Como toda obra humana, se halla manchada por el pecado, pero al
lado de éste hubo actos de heroísmo,
arrojo, valor, aguante, santidad; y todo llevado adelante por amor: amor a Cristo, para quien se
quería ganar almas; amor al Rey, para quien se quería ganar tierras; amor a la
propia Patria, por cuya grandeza se arriesgaba la vida; amor a la justicia,
cuando se luchaba contra cultos que ofrecían seres humanos en sacrificio,
cuando se realizaban alianzas con pueblos “amigos” para ayudarlos contra algún
enemigo “molesto” y opresor; y amor, en definitiva, a los mismos indios, para
quienes se quería lo mejor: la civilización y la Fe. Es cierto que los
conquistadores se llevaron el oro y la plata de América, y a costa de dura servidumbre
de muchos indios –aunque existieron Leyes que regularon el trabajo de los
mismos-; pero también es cierto que gran parte de aquella riqueza fue
reinvertida en América: a través de la construcción de Escuelas, Colegios,
Universidades, iglesias, capillas, hospitales, el sostenimiento de misioneros,
etc. Por otra parte, América recibió una gran riqueza, superior a todo el oro y
la plata: la lengua española, la Fe cristiana, la tradición occidental –con la
profunda sabiduría de la herencia grecolatina-.
Durante el proceso colonizador nuestro territorio tuvo la gracia de
contar con la presencia –o, al menos, con el influjo de la acción eficaz- de
santos y esforzados varones y de grandes hombres de gobierno: San Francisco
Solano, San Roque González, Antonio Ruiz de Montoya, Santo Toribio de
Mogrovejo, el Obispo Trejo y Sanabria, Hernando Arias de Saavedra, Alvar Núñez
Cabeza de Vaca. Hombres que se internaron en selvas, cruzaron ríos, atravesaron
montañas, se enfrentaron a bestias desconocidas, penetraron en medio de pueblos
hostiles, recorrieron kilómetros y kilómetros, para llevar adelante su labor
evangelizadora y civilizadora. Es cierto que junto a estos grandes hombres hubo
otros que se destacaron por sus inmensas miserias pero también es verdad que al
llegar al final de sus vidas deseaban “descargar sus conciencias” (como se
decía en la época), y terminaban donando parte de sus bienes, a veces mal
habidos, para alguna obra de bien o de evangelización.
De esta primera generación de
colonizadores españoles descienden las familias criollas que, con el paso de
los siglos, fueron constituyendo los cimientos de nuestras Patrias
Hispanoamericanas. Y cuando la identidad hispanoamericana ya quedó conformada,
y los que reinaban del otro lado del Atlántico ya no estaban a la altura de las
circunstancias, y no tenían en cuenta los verdaderos intereses de los
pobladores de estas tierras, y habían perdido todo objetivo evangelizador;
aquellos criollos fueron los que organizaron los ejércitos que nos dieron la Independencia;
ellos siguieron a San Martín y a
Belgrano en su gesta emancipadora, y se encomendaron, en trances a veces muy
difíciles, a María, bajo la
advocación de las Mercedes o del Carmen. En aquellos ejércitos
libertadores, sus jefes hacían reinar el orden y la disciplina, y todos los
días la tropa se confiaba a la Reina del Cielo a través del rezo del Rosario.
Nuevamente se volvían a juntar la Cruz
y la Espada.
Lograda la Independencia, comienzan los
enfrentamientos entre Unitarios y Federales. En dichos conflictos podemos
constatar una vez más la intransigencia hispana en cuestiones de Tradición,
Religión, Patria, e identidades regionales, frente al proyecto centralizador,
liberal, extranjerizante y masónico del Unitarismo. Dice Alberdi en sus “Bases”: “Desde el siglo XVI no ha cesado Europa un solo día de ser el
manantial y origen de la civilización de este continente. Bajo el Antiguo
Régimen, Europa desempeñó ese papel por
conducto de España. Esta nación nos trajo la última expresión de la Edad Media
(…) Los reyes de España nos enseñaron a odiar bajo el nombre de extranjero todo lo que no era español”. Evidentemente
este recelo hacia lo extranjero se fundamentaba en la orientación secularizante
que había tomado la cultura occidental durante la Modernidad.
En
efecto, Unitarios y Federales representaron a partir de la década del 20 dos
realidades totalmente antagónicas. Detrás de los hombres y de las banderas,
podemos percibir una “lucha metafísica”, de la cual,
muchas veces, sus mismos protagonistas no eran del todo conscientes. El General San Martín vio claro el
carácter inconciliable de ambos partidos, y sostuvo que uno de los dos “debía desaparecer”. Quiroga levanta la
Bandera de la Religión para enfrentar a Rivadavia. Dorrego es fusilado
injustamente abrazándose al consuelo que le brindaba la Fe en aquella situación
extrema. Rosas promete restablecer el Orden conculcado. En la proclama al
asumir su segundo mandato manifiesta:
"Compatriotas:
Ninguno de vosotros desconoce el cúmulo
de males que agobia a nuestra amada patria, y su verdadero origen. Ninguno
ignora que una fracción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su
impiedad, de su avaricia, y de su infidelidad, y poniéndose en guerra abierta
con la religión, la honestidad y la buena fe, ha introducido por todas partes
el desorden y la inmoralidad; ha desvirtuado las leyes, y hécholas
insuficientes para nuestro bienestar; ha generalizado los crímenes y garantido
su impunidad; ha devorado la hacienda pública y destruido las fortunas
particulares; ha hecho desaparecer la confianza necesaria en las relaciones
sociales, y obstruido los medios honestos de adquisición; en una palabra, ha
disuelto la sociedad y presentado en triunfo la alevosía y perfidia. La
experiencia de todos los siglos nos enseña que el remedio de estos males no
puede sujetarse a formas, y que su aplicación debe ser pronta y expedita y tan
acomodada a las circunstancias del momento.
Habitantes todos de la ciudad y
campaña: la Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para
probar nuestra virtud y constancia; resolvámonos pues a combatir con denuedo a
esos malvados que han puesto en confusión nuestra tierra; persigamos de muerte
al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida, y sobre todo, al pérfido y
traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esta raza
de monstruos no quede uno entre nosotros, y que su persecución sea tan tenaz y
vigorosa que sirva de terror y espanto a los demás que puedan venir en adelante.
No os arredre ninguna clase de
peligros, ni el temor a errar en los medios que adoptemos para perseguirlos. La
causa que vamos a defender es la de la Religión, la de la justicia y del orden
público; es la causa recomendada por el Todopoderoso. Él dirigirá nuestros
pasos y con su especial protección nuestro triunfo será seguro”.
2) LA
RUPTURA DE UNA TRADICIÓN
Una vez caído Rosas se impone el modelo
“constitucionalista”, que considera a la Nación producto de la voluntad
constituyente de una Asamblea, representante de los “individuos” que forman el
agregado social3. Dice al respecto el Profesor Genta:
“La
ruptura con esa tradición mantenida y enriquecida a lo largo de 300 años de
vida española y los primeros 50 años de vida argentina fue la obra de la
generación liberal triunfante en Caseros.
FACUNDO de Sarmiento y las BASES de Alberdi documentan esa ruptura
total con el pasado...
...las BASES de Alberdi postulan el cambio
del ser nacional como condición imprescindible para la civilización y el
progreso de la Nación.”
Sin embargo, fue sobre todo a partir de la
Presidencia de Mitre, 1862 en adelante, cuando el liberalismo masónico se
instaló definitivamente en la conducción del país. El exterminio de los últimos
caudillos federales y la intervención en una guerra fraticida contraria a los
intereses legítimos de la América hispana –la Guerra de la Triple Alianza-, son
el testimonio elocuente de la dirección tomada por los Gobiernos del período. A
partir de 1880, con la influencia de la filosofía positivista, estas posturas
se profundizaron, y los elementos tradicionales que todavía perduraban en la
sociedad argentina se vieron definitivamente acorralados.
La ya señalada influencia de la Masonería
llevó a que los sectores dirigentes de la Nación dieron la espalda al país que
sus antepasados habían ayudado a gestar. Dicho influjo quedó puesto de
manifiesto a partir de las leyes laicistas -en particular la 1420, de educación
común-, cuyas consecuencias sobre la sociedad se hicieron sentir con fuerza,
enfriándose notablemente la práctica religiosa.
Por otra parte, los vínculos tan estrechos
entablados con Gran Bretaña provocaron un progresivo rechazo de nuestro pasado
hispano, y nos convirtieron en una nación próspera pero dependiente; ya que, si
bien es cierto que el país obtuvo un progreso material notable, también es
verdad que se logró a costa de un fuerte vínculo comercial con el Reino Unido,
y sin un desarrollo autónomo.
Además, el progreso material logrado, y
las importantes riquezas acumuladas por muchos de los miembros de la elite,
provocaron un estilo de vida frívolo y superficial: “En 1910 comienzan a transformarse las costumbres simples (...) Un
nuevo impulso lleva a los hombres a romper los cuadros de la rígida existencia
patricia. El placer de la vida sencilla, las disciplinas religiosas, la
residencia en la propia tierra campesina eran vínculos que había que desatar
para lanzarse a los viajes, al lujo, a gozar de los halagos y placeres físicos,
a llevar un nuevo modo de vida que ofrecía el dinero fácilmente logrado. La
sociedad porteña, de indudable fondo cristiano y de severas costumbres,
descubre otros horizontes y alimenta distintas aspiraciones. Después de haber
soñado con el Paraíso, la riqueza los estimula a buscar la felicidad en la
tierra”.
Otro aspecto negativo a tener en
cuenta es el grado de conflictividad alcanzado por ciertos sectores sociales,
sobre todo de origen inmigrante que llegaban a nuestra Patria con una fuerte
carga ideológica. Los reclamos de estos grupos iban acompañados de toda una
concepción revolucionaria que se quería imponer a la Nación que los recibía.
Anarquistas y marxistas turbaron, pues, la paz social del país. El liberalismo,
hijo de la Ilustración, era responsable, con su permisivismo -y en algunos
casos con su simpatía hacia ciertas posturas extremas, con las que encontraba
algún aire de familia-, de la difusión de estas ideas disolventes. También,
como contrapartida, debemos decir que el Liberalismo dominante había sido
incapaz de dar una legislación laboral que respondiera a las nuevas
problemáticas de la época.
Como síntesis de lo dicho dejemos la
palabra a alguien que tuvo a su padre entre los dirigentes de aquella época,
pero que ambos -padre e hijo-, supieron reaccionar contra aquello que manchaba
a la integridad de la Nación: “La
generación del 80 (...) actuó no pocas veces dejando de lado las conductas
históricas -en lo económico y social- y escrúpulos morales arraigados desde
antiguo a nuestra manera de ver rioplatense. Movióse con oportunismo (...) por
el afán de alcanzar éxito inmediato en orden a la riqueza, que en Buenos Aires
traducíase en lujo para los señores y terratenientes, orgullosos de vivir a la
europea como auténticos príncipes ‘republicanos’ en la Gran Capital del Plata.
Fue una generación escéptica en punto a creencias, sin una metafísica rectora
existencial. Positivista y epicúrea; y, en último término frívola: enemiga de
conservar hábitos y costumbres seculares y apegada a la religión idolátrica del
crédito hipotecario ilimitado (o sea: a los halagos del rentista que gasta su
dinero sin crear servicios públicos útiles ni prosperidad popular duradera). Su
fuerte sentimiento de clase fundábase -sociológicamente- en la rápida
valorización de tierras; no en una tabla altruista superior a la de los pobres.
(...) Todo ello -diríase nuestro ‘destino manifiesto’ allá por el 900- iba a
lograrse desde el poder, sí, pero a costa de la soberanía y de la cultura de
los argentinos, cuyas esencias (de indudable signo hispano-católico) había que
cambiar desprejuiciadamente según el axiomático plan ‘civilizador de Alberdi:
importando literatura y arte al estilo francés (o inglés), de última moda en
Europa; entregando la riqueza potencial de nuestro inmenso suelo al capital de
ocupación (que era de hecho, británico) y llenando nuestro despoblado
territorio, en verdad paradisíaco -habitado desde la conquista por
‘despreciables’ criollos, supersticiosos y retrógrados- con inmigrantes de
todas las razas de la tierra cuyos hijos, educaría luego en el ateísmo, la
escuela laica creada por la Ley 1420.”
3) LA
REACCIÓN NACIONALISTA
El desarrollo del Nacionalismo como
movimiento de reacción a la decadencia liberal debe ser enmarcado, en primer
lugar en un contexto global, para entender luego su aparición en la escena
nacional.
a)
Contexto Occidental
El
estallido de la Gran Guerra, la difusión del sentimiento patriótico como
consecuencia de la misma, el estallido de la Revolución Rusa y sus devastadoras
consecuencias, permitieron que muchos, en las diversas naciones de Occidente,
comenzaran a tomar conciencia del estado de decadencia que existía por debajo
del aparente progreso y bienestar. La pertenencia a una Comunidad Nacional se va a convertir en la raíz a partir de la cual
se va a intentar restaurar un Orden tradicional. Claro que el ambiente de
Revolución que se vivía en aquellos tiempos va a influenciar sobre muchos
movimientos nacionalistas, y ante el rechazo que les generaba el decadente
pseudo-orden liberal, van a proponer una Revolución
Nacional que, en sus valores fundamentales, va a ser restauradora.
Calderón Bouchet nos explica cómo el
nacionalismo, que en sus orígenes –allá por los tiempos de la Revolución
Francesa-, fue un movimiento ligado a la Izquierda,
se convierte en una empresa de restauración.
“La
nación, sustituto de la Iglesia, fue un hecho revolucionario. Su exaltación en
términos políticos fue obra del pensamiento jacobino…
Lo aparentemente ilógico en la historia del
nacionalismo es que la idea de una organización totalitaria de la revolución en
marcha…se convierte, pasada la mitad del siglo XIX, en la fuerza principal de
la contrarrevolución.”
Y,
algunas páginas más adelante, aclara: “El
pensamiento revolucionario pudo complacerse en sus trasposiciones teológicas y
convertir en mito la verdad social de la nación…Los pueblos cristianos cobraron
conciencia de su vocación histórica dentro del cuerpo místico de la Iglesia,
cuando la revolución, acentuando los perfiles de la singularidad nacional,
pretendió afirmarlos contra la idea tradicional del orden cristiano.”
En
otra de sus obras dice:
“Destruidos
los regímenes de autoridad por las sucesivas revoluciones burguesas, la fase
liberal de la ideología, que había servido para demoler las bases históricas y
morales de toda potestad, atacó ahora al hombre en sus raíces existenciales…
Por estas razones la tercera reacción, a
la que damos el nombre de fascista para facilitar una designación propalada y
denotativa, fue fundamentalmente biológica porque pretendió, fundándose en
criterios vitales –nación, raza o cultura- salvar un orden social amenazado en
la posibilidad de su sobrevivencia física.” Y agrega unos renglones más abajo: “La época fascista tuvo un estilo y una
modalidad propias, pero ese estilo y esa modalidad asumen, en cada una de las
naciones que se produjo, características irreiterables vinculadas con el
espíritu, las tradiciones, el temperamento popular y las circunstancias más o
menos amenazantes padecidas por esa nación en su existencia histórica.”
Alberto Ezcurra Medrano nos proporciona, a
su vez, su interpretación acerca del surgimiento de los Movimientos
Nacionalistas:
“Contra
las desastrosas consecuencias políticas del Liberalismo reacciona el
Nacionalismo, movimiento esencialmente político…El Nacionalismo, decimos, es un
movimiento esencialmente político. Su campo de batalla es la política y su fin
la supresión del Estado Liberal…
…si
bien es una reacción esencialmente política, el mal que combate no es
exclusivamente político, ni siquiera principalmente político, sino que obedece
a causas filosóficas y religiosas a las cuales necesita remontarse para acertar
en su acción política.”
Unas
páginas más adelante, nos dice: “Si
hubiéramos de caracterizar en pocas palabras el movimiento nacionalista
diríamos que preconiza un gobierno fuerte y un régimen corporativo como
reacción contra el individualismo liberal; y el culto de Dios y de la Patria y
una exaltación de los valores morales como reacción contra el ateísmo,
internacionalismo y materialismo marxistas.”
b)
La reacción Nacionalista en Argentina
Una de las primeras expresiones claramente
nacionalistas, que surgen en Argentina, se da pasado el primer lustro de la
década del 20, a través del periódico La
Nueva República. Entre los principales referentes de ese primer
nacionalismo se encontraba el médico entrerriano Juan Emiliano Carulla. Nos
dice al respecto, Hernán Capizzano:
“Si
se trata de ser precisos, puede decirse que el primer exponente del
nacionalismo como tal, naturalmente antiliberal, parece haber sido Juan
Emiliano Carulla. Nacido en Entre Ríos, militante en el socialismo y luego en
el anarquismo, graduado en medicina, marchó a los campos de batalla en la
Primera Guerra Mundial. Conoció de cerca el nacionalismo francés y regresó al
país nutrido de estas influencias. Hacia 1925 fundó junto a otro médico llamado
Roberto Acosta el periódico La Voz Nacional, de escasa relevancia y cuya
colección no hemos encontrado en repositorio alguno. El siguiente paso fue en
diciembre de 1927 la fundación del semanario La Nueva República. Aquí aparece
nuevamente Carulla, gestionando ante sus camaradas de ideas la necesidad de que
la publicación llevase como subtítulo ‘Órgano Nacionalista’.”
En
este clima, el encuentro con el pensamiento político contrarrevolucionario
europeo ayuda a repensar la realidad política argentina, superando los esquemas
heredados de la pseudo-tradición liberal.
Durante los años 30 el Revisionismo Histórico comienza a cuestionar la pseudo-historia “mayo-caserista” forjada
por los sectores liberales. Los Cursos de Cultura Católica y el Congreso
Eucarístico del 34 permiten redescubrir el núcleo diamantino de la Identidad
Nacional. En dicho contexto, los enfrentamientos entre los patriotas que se
encontraban con la Patria auténtica y los representantes del liberalismo
masónico y de la Izquierda revolucionaria se agudizaron, resurgiendo las
antiguas e insuperables antinomias. Y dichas antinomias fueron selladas con
sangre.
4) LOS AÑOS DEL PERONISMO...Y LOS QUE
SIGUIERON
Las
luchas siguieron ensangrentando la dura realidad argentina en las décadas
siguientes. Y siempre hubo un núcleo pequeño y fiel, un “resto”, auténtico representante de nuestra más profunda identidad
nacional, que inmoló su vida por Dios y
por la Patria. Cuando en 1943 la Patria parecía encaminarse hacia un
sistema de tipo nacionalista y corporativo, y a un reencuentro con su
tradición, los sectores liberales, masónicos y socialistas, dominantes de la
situación política desde décadas, vieron con terror la posibilidad de perder la
hegemonía que detentaban. La oposición contra el Gobierno del GOU –interna y
externa- fue in crescendo. El triunfo de los EEUU en la Guerra fortaleció el
frente interno contra la Dictadura Nacionalista, la cual se vio obligada a
ceder el poder. Pero dejó un retoño: el Peronismo. Muchos miembros de los
viejos partidos veían aterrados la posibilidad de que un Coronel salido del
Gobierno Militar sea el heredero del mismo. En ese contexto se produjeron los
acontecimientos de Setiembre y Octubre del 45. Los miembros de la Alianza
Libertadora Nacionalista participaron la noche del 17 de octubre de la
histórica jornada. Al fin de aquella gesta, cuando sus protagonistas volvían a sus hogares,
Darwin Passaponti, que marchaba junto a sus compañeros de la Alianza, sufrió la
agresión a balazos de los marxistas que ocupaban el diario "Crítica" en
la Avenida de Mayo.
Cuando el Movimiento iniciado en 1945 se desvió
de las fuentes que le dieron origen, desembocando en una Tiranía irrespirable
hacia el año 1954, nuevamente el núcleo fiel a Dios y a la Patria, estuvo en la primera fila, defendiendo los
templos contra las hordas sacrílegas, manifestándose contra las medidas
arbitrarias, dando con sus huesos en oscuros calabozos, sufriendo torturas por
parte de la policía del régimen, y finalmente arriesgando sus vidas en el combate
final.
Las décadas del 60 y del 70 vieron
aparecer una nueva y terrible amenaza: la irrupción violenta de la guerrilla
marxista, camuflada muchas veces bajo un ropaje pseudo nacionalista y pseudo
peronista. Muchos argentinos cayeron bajo aquellas balas asesinas. Y como
siempre, un puñado de patriotas, no se amilanó ante el peligro, y mantuvo las
banderas bien altas. Civiles y militares, seglares y clérigos, empresarios y
sindicalistas, intelectuales y hombres de acción, ofrendaron sus vidas en aquellas
jornadas. Los conflictos de los 70 y 80 costaron mucha sangre, pero dejaron
también el ejemplo de héroes que no deberían ser olvidados.
5) LOS 70 y 80
a) La “Derecha Peronista” en los 70
Los años 70 fueron los años de la
rehabilitación del Peronismo. La vuelta de dicho Movimiento al poder, y el
regreso del viejo Líder, se vio afectada por la tremenda acción de la izquierda
revolucionaria que, a través de intentos foquistas -al estilo cubano-, o por
medio de la Guerrilla urbana, -según el estilo argelino-, intentó instalar el
marxismo en nuestro país. Eran los tiempos en los que se creía que el mundo
marchaba hacia el socialismo (derrota de EEUU en Vietnam,. afirmación marxista
en Cuba, la irrupción de los movimientos de "liberación nacional” –de
tendencia marxista- en muchos países del Tercer Mundo, invasión de la URSS a
Checoslovaquia, la presencia en el escenario mundial de la China maoísta, la
acción de los llamados “Sacerdotes del Tercer Mundo”, etc.)
El marxismo también llegó a las filas del
Movimiento Peronista. Se formaron, en aquellos tiempos, organizaciones
guerrilleras que presentándose como peronistas hacían un análisis marxista de
la realidad. Su lema era: “Perón Evita,
la Patria Socialista”. Perón, desde su exilio en Madrid, alentó a estas
“formaciones especiales” de su Movimiento, y coqueteó con la idea de un
“socialismo nacional”, citando en muchas oportunidades a Castro, Mao u otros
líderes de la Revolución Mundial. Sin embargo, nunca dejó de jugar, por otra
parte, con las estructuras tradicionales del Movimiento. Éstas son las que
proclamaban: “Perón, Evita, la Patria
Peronista”. Dentro de estos sectores comenzarán a formarse agrupaciones
que, contrapuestas a la Izquierda
peronista, pasarán a representar en los 70 el “ala derecha” del Movimiento.
Cuando nos referimos al peronismo de
derecha, damos cuenta del conglomerado de agrupaciones y tendencias que
entroncaban sus orígenes con la primera etapa del Movimiento. Su concepción del
peronismo consideraba a éste continuador de la “gesta Rosista”, o versión vernácula del Fascismo o manifestación
del nacionalismo sindicalista de corte falangista. Por otro lado, los sujetos
que dieron vida a estas organizaciones, estaban vinculados a sectores
conservadores estudiantiles y profesionales; y a fracciones de la clase
trabajadora vinculados principalmente a las estructuras del viejo sindicalismo
peronista. Más allá de los excesos que algunas de estas organizaciones
cometieron -dentro de un clima de guerra interno que se vivía-, o de los vínculos de otros con el detestable
“lopezrreguismo”, lo cierto es que muchas de estas agrupaciones buscaron
rescatar lo mejor de nuestra tradición nacional, a partir de la lectura de la
historia patria en los autores revisionistas, proponiendo la idea de una
sociedad orgánica –el viejo ideal peronista de la Comunidad Organizada-, la recuperación de las fuentes originales
del Movimiento Nacional Justicialista, la oposición a los modelos liberal y
marxista –sintetizado en el slogan: “Ni
yanquis, ni marxistas, peronistas”-. Algunas de las organizaciones
representativas de la derecha peronista fueron: la Concentración Nacionalista
Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdO), la Alianza Libertadora
Nacionalista (ALN), el Sindicato de Abogados Peronistas (SAP) y la Agrupación
"Rojo Punzó”, la Juventud Sindical
Peronista, Guardia de Hierro, etc.
b)
Tucumán y la Guerra Contrarrevolucionaria
En dicho contexto de guerra interna, debemos destacar la
acción de tantos soldados, suboficiales y oficiales que debieron enfrentar a la
agresión marxista ofrendando muchos de ellos su vida en el monte tucumano,
donde la Revolución intentaba crear un foco a partir del cual extenderse. Como
tantas veces a lo largo de su historia, la Patria debió enfrenta la amenaza de
la Revolución para intentar seguir siendo ella misma. Y como siempre, hubo
héroes que resistieron. Ricardo Burzaco nos ubica en el contexto de aquellos
aciagos años: “A partir de 1975, una
serie de hechos habría de marcar a sangre y fuego la historia de la Nación
Argentina. A principios de ese año, el Poder Ejecutivo Nacional mediante un
decreto ordena a las Fuerzas Armadas que se ejecuten las operaciones militares
a los efectos de ‘aniquilar el accionar’ de elementos subversivos en la Provincia
de Tucumán. De esta manera, nuestro país ingresa en una escalada bélica...luego
de ser abatida la actividad guerrillera en la zona rural, las Fuerzas Armadas y
de Seguridad...terminan ‘de aniquilar el accionar’ subversivo en el área urbana
entre los años 1976 y 1978.”
c) La Guerra de Malvinas
En 1982, el conflicto por Malvinas mostró
nuevamente que existía en la Argentina
un puñado capaz de batirse, Rosario al cuello, por Dios y por la Patria. Ya tempranamente el Nacionalismo Argentino hizo suya
la causa de Malvinas. “La cuestión
Malvinas no fue para el Nacionalismo...un tema más de su agenda o de sus
objetivos recurrentes. Desde un comienzo, y no tenemos duda de que ello era una
motivación personal de Queraltó...No afirmamos aquí que haya sido un adelantado
exclusivo sobre la reivindicación de Malvinas...Pero sí que levantó sus
banderas y tomó como lema de avanzada su permanente reclamo...El diario Bandera
Argentina...le reconoció a Queraltó un papel destacado: ‘Estudioso, ha
investigado nuestra historia para saber con claridad cuál es nuestro patrimonio
verdadero y qué debe reclamar la Argentina para integrarse definitivamente como
nacionalidad. De ahí su posición reivindicadora que, como nacionalista, ha
adoptado para que se devuelvan al país las famosas islas Malvinas’.” Enrique Osés,
referente del Nacionalismo de los años 30, se quejaba por aquellos tiempos de
que el Estado Argentino no comunicaba en las escuelas “una integral educación argentina...para referirse a las glorias
guerreras de la nacionalidad y a la usurpación de las Malvinas”. También Ramón
Doll se ocupó del tema. En un profundo artículo sostuvo que la sujeción que
impuso el Reino Unido a nuestro país durante décadas fue más política que
económica. “¿Cuál era su intención? Repitámoslo
una vez más: impedir a toda costa el poderío económico de cualquier país
católico”.
El control de las Malvinas por parte de los británicos es, en la opinión del
autor, un “símbolo” de ese
sometimiento, “un signo imperativo de
silencio y sumisión”. La recuperación
de las mismas es por tanto, en opinión de Doll, mucho más que volver a obtener
un territorio perdido.
Esta prédica por Malvinas dio sus frutos
en 1982. Kasanzew en sus obras se refiere a la nobleza de la causa y al
heroísmo que derrocharon muchos argentinos en aquella gesta.
“Con todo, Malvinas, que
fue para muchas generaciones de argentinos una noble pasión, lo seguirá siendo,
le pese a quien le pese. En la perspectiva histórica, una vez que el tiempo se
encargue de dispersar la hojarasca ideológica que hoy embarra la cancha,
Malvinas ocupará su digno sitial en los manuales: a la par de la Reconquista de
Buenos Aires, la campaña de los Andes, o la Batalla de la Vuelta de Obligado.”
Y en otra de sus obras, reeditada en forma
ampliada en el 2012, afirma: “…he
intentado mostrar el espíritu de la Grande Argentina. He tratado de transmitir
las imágenes y palabras esenciales, de poner de manifiesto el significado de la
hazaña y los nombres de la Gesta...He tratado de
evidenciar la realidad de principios por los cuales vale la pena vivir y
combatir hasta la muerte. He tratado de cumplir con el pedido del poeta
Leopoldo Lugones: ‘Ojos mejores para ver la Patria’...Como sostiene el profesor
Ricardo Tabossi, la guerra no tuvo como causa principal motivos políticos o
ideológicos, sino profundas razones históricas, es decir metafísicas y
espirituales.”
Evidentemente el espíritu de auténtico
patriotismo que comenzó a difundirse en el segundo lustro de la década del 20
informó el ánimo de quienes llevaron adelante las dos Guerras que vivimos entre
los 70 y los 80. Y el mundo no le pudo perdonar a la Argentina ese “pecado”: el
haber desafiado al Orden Internacional masónico y marxista. Nuestro país
sufrió, a partir de la derrota del 14 de junio, una decadencia progresiva
provocada por el ataque permanente -desde adentro y desde afuera-, a su
identidad, a su tradición, y a lo que había representado. Debía amoldarse por
la fuerza a los valores del mundo laicista, secularizado, anómico, en el
que las comunidades nacionales se han
convertido en masas amorfas –“Sin Dios,
ni Patria, ni Bandera”, diría el Restaurador-.
6) EL
GOBIERNO DE ALFONSÍN
El 10 de diciembre de 1983 asumió la
Presidencia de la República Raúl Alfonsín. Líder del Partido Radical, pero
inscripto en la corriente internacional socialdemócrata, su principal objetivo
de Gobierno fue llevar adelante una revolución cultural en Argentina.
La misma consistía en subvertir los principios sobre los que se fundaban las
Instituciones fundamentales de la Patria. Lo primero para llevar adelante este
trastocamiento era eliminar de la vida social y cultural todo tipo de censura;
lo único que sería censurable sería no ser demócrata. De este modo, se difundió
en la sociedad argentina el “destape”. La pornografía, las groserías, las
palabras soeces, las blasfemias, las burlas e insultos a las Instituciones y a
los valores más sagrados se hicieron frecuente en la vida social y en los
medios de comunicación. El paso siguiente fue modificar la estructura de la
familia, atacando el fundamento de la autoridad paterna, equiparando los hijos
matrimoniales con los extramatrimoniales, y sancionando la ley del divorcio. Mientras
tanto se condenaba la Guerra antisubversiva y se juzgaba a quienes la habían
llevado adelante; se desmalvinizaba –procurando eliminar de la memoria social
los valores que dicha gesta había sacado a la luz, se ocultaban los hechos de
heroísmo y se difundían y amplificaban las miserias que en la misma hubo-; y se
atacaban los dogmas y la moral católicos. En este sentido se llevó adelante un
Congreso Pedagógica que tenía por objetivo transformar los valores sobre los
que se fundaba la educación de niños y jóvenes, profundizando el modelo
laicista del 1882, y buscando limitar la acción de los centros educativos
privados. Paralelamente, se intentó sancionar una ley que desmontara la
estructura del Sindicalismo Peronista Ortodoxo. Mientras, sectores del
Peronismo afines con la orientación del Gobierno alfonsinista llevaban adelante
un proceso de “modernización” del Movimiento, que tendiera a hacer del mismo un
Partido “democrático”, abandonando la tradición Nacional y Movimientista.
Como hemos visto, la primera etapa del
Gobierno de Alfonsín se caracterizó por la puesta en marcha de un plan de
subversión cultural. Entre las Instituciones que se vieron afectadas por este
proyecto se encontraban, como ya señalamos, las Fuerzas Armadas, defensa
natural e histórica de la Argentina esencial. Fue justamente del seno de las
Instituciones armadas que surgió un puñado de valientes que enfrentó al modelo
llevado adelante por el alfonsinismo. Si bien es cierto que el objetivo fundamental
del movimiento fue defender a las armas de la Patria del hostigamiento al que
eran sometidas, en el fondo de esta reacción podemos ver la irrupción de la
Argentina tradicional que estaba siendo sometida a un ataque permanente. En
efecto, gran parte de los oficiales que se levantaron en aquellas
oportunidades, aparte de pertenecer muchos de ellos a los grupos comando, que
tan destacada participación habían tenido en Tucumán y en Malvinas –enfrentando
a marxistas e ingleses-, adherían a posturas nacionalistas.
En este contexto se puede inscribir el documento salido a la luz pública en
noviembre de 1987 con motivo de la Conferencia de Ejércitos Americanos
celebrada por esos días, donde un grupo de oficiales “consustanciados con los
lineamientos doctrinarios de la Operación Dignidad”, plantea una postura
claramente opuesta a un plegamiento unívoco a los planteos “neoglobalistas”,
así como a las posturas izquierdizantes. Con un claro fundamento nacionalista
el documento planteaba la defensa de “la
soberanía de los Estados, para lo cual deberían analizarse las causas que
atentan contra ello: a) la agresión directa por la fuerza militar; b)
penetración cultural tendiente a la hegemonía de un Estado en detrimento de
otros; c) fraude económico-financiero internacional”. Y a
continuación, el documento especificaba que: “En Argentina se presentan hoy o se han manifestado recientemente esos
tres factores. En cuanto a agresión directa, se recuerda en primer término la
experiencia de la guerra de las islas Malvinas contra Gran Bretaña...En cuanto
al plano cultural, Estados Unidos proyecta como modelo de penetración un ‘positivimo
tecnocrático de base hedoníco-individualista que contradice frontalmente la
cultura latinoamericana dentro de la cual se inscribe con especificidad la
cultura argentina’. En cuanto a Cuba, Nicaragua y los núcleos guerrilleros que
globalmente se caracterizan por la ideología marxista-leninista, otra forma de
positivismo materialista, con sus versiones ‘progresistas’ vinculadas a los
‘socialdemócratas’, ‘realizan una agresión sistemática en lo cultural mediante
una hábil incursión en los medios de comunicación masiva y desde los cargos
directivos logradas en el área de educación’...Con relación al tema
económico-financiero, aun con la salvedad de que dentro del sistema
internacional sería una simplificación atribuir a los países sede de los
organismos de la ‘usura internacional’ el patrocinio del fraude y el
consiguiente sometimiento de los Estados dependientes, el documento sostiene
que ‘la presión económico-financiera que ejerzan sobre la deuda externa
argentina los EEUU y sus asociados’ es un agente efectivo de ‘atentado a la
soberanía nacional’.”
Como puede apreciarse, más allá de la
preocupación por la situación militar, los sectores carapintadas sostenían una
posición filosófica clara de defensa de la nacionalidad, tanto frente a las posturas
liberales como a las izquierdistas, y de fuerte crítica a la “revolución
cultural” que se estaba llevando adelante. En esta línea, era fundamental
reivindicar la Gesta de Malvinas. El Grupo “Albatros” de la Prefectura Naval,
plegado al Movimiento encabezado por Seineldín en diciembre de 1988, hacía
conocer a la opinión pública: “Los
Albatros son la voz de quienes lucharon sobre las heladas cubiertas de nuestros
buques guardacostas en el amado Archipiélago Malvinense, con el corazón
destrozado por sus camaradas muertos y heridos en combate, pero convencidos de
que lucharon por una causa justa: la de la Patria ocupada por el insolente y
criminal inglés”
.
Por supuesto que no podía dejar de ser
reivindicada la Guerra contra el Marxismo ateo y apátrida que en los 70 agredió
violentamente a la Nación. Fue una exigencia de los jefes carapitandas la reivindicación
de la Guerra contra el Marxismo. Es muy ilustrativa la carta que el Comisario Re,
héroe de la recuperación del cuartel del RI3 de la Tablada, le dirige desde el
Hospital Naval al Coronel Seineldín. En ella se refiere al heroísmo de jefes
como el Mayor Cutiellos, y señala que “los
que quedamos, con la ayuda de Dios, Nuestro Señor, seguiremos acumulando
fuerzas para derrotar en forma definitiva a los enemigos de Dios y de la
Patria”. Antes se había referido a esos enemigos calificándolos de “apátridas subversivos” que intentaron
hacer “flamear el trapo rojo en un pedazo
de nuestra Patria”.
Obviamente, el espíritu que representaron
los carapitadas chocó con el influjo gramsciano dominante
durante los años alfonsinistas. “Era más
que evidente, y en algún informe así se lo afirmaba, que Seineldín –lo mismo
que Rico y los otros camaradas, los de Semana Santa, Monte Caseros y Villa
Martelli- resultaba una víctima de los ‘gramscianos’, que veían en él a un
enemigo duro, difícil de vencer e imposible de doblegar”. Aunque,
repitámoslo, su accionar iba dirigido contra los traidores dentro de la Fuerza.
Como sostiene la carta firmada por “Cinco Pilotos de Malvinas”, representantes
dentro de la Fuerza Aérea de aquellos cuadros que tan excelente formación
habían tenido en los años 60 y 70, en parte gracias al influjo de un maestro de
los quilates de Jordán Bruno Genta; y que se sintieron solidarios de los camaradas
del Ejército en su lucha por la dignificación de la Fuerza: “reconocemos
cómo, hoy, muchos llevan sobre su pecho la misma bandera que a quienes nos
salpicaron los proyectiles; reconocemos a los infames, corruptos, traidores y
coimeros; a nuestro real enemigo: aquel
que ‘no tiene banderas, tambores, clarines o leones; no necesita aviones,
tanques, misiles o cañones...se basa en los vicios, el error, el engaño y la
mentira. Su objetivo es la conquista del alma, pues tomada la inteligencia y la
voluntad del hombre, este no puede pensar y, así, no se da cuenta de que está
conquistado’.”
En esta línea, es el Coronel Seineldín quien nos da la clave de
interpretación de los objetivos del Movimiento carapintada: “Consideramos en aquella instancia, que si
nosotros, los oficiales nacionales, lográbamos recomponer la Fuerza, y para eso
efectuábamos todos los movimientos, y sacrificios a ellos inherentes,
incluyendo la renuncia a todo lo que significase honores y privilegios, otros
argentinos, en diversas escalas sociales y ocupando posiciones dirigentes, iban
a terminar por seguir nuestra decisión. Por lo tanto, y debido al
pronunciamiento de todo el pueblo, la Argentina podía llegar a recomponerse
mediante un movimiento que, creo, sería inédito en el mundo”. Esto no pudo
ser. El alineamiento del Gobierno de Menem, que en algún momento despertó
cierta esperanza y simpatía en los sectores carapintadas, con las directrices
del Nuevo Orden Mundial, hacía incompatible la convivencia. La suerte estaba
echada. El menemismo fue el encargado de terminar de desarticular a los
sectores nacionalistas que quedaban en el Ejército. Además de llevar adelante
un proceso progresivo de desmantelamiento de las Fuerzas Armadas.
7)
CONCLUSIÓN
En
este breve artículo no procuré tanto hacer una Historia del “Movimiento
Carapintada”, sino entenderlo dentro del contexto de nuestra historia nacional,
analizada ésta en fidelidad con la más pura tradición del Revisionismo Clásico,
el cual supo ver por debajo de los enfrentamientos que nos han dividido, la
lucha entre la Tradición, dentro de la cual se inscribe la Argentina auténtica;
y la Revolución –ya sea en su versión Liberal o Izquierdista-, que tantas veces
ha deformado el rostro auténtico de la Patria. O sea que nuestra luchas sólo
pueden ser entendidas en un contexto teológico y metafísico. Desde este punto
de vista profundísimo, creo que quedó demostrado que los “Carapintadas” fueron
el último BALUARTE de una Argentina que moría; Argentina que había intentando
reconquistarse en 1930 de la mano de Uriburu –y sobre todo del estímulo lanzado
desde el grupo de la Nueva República-.
Que fue profundizando en su conciencia nacional en la década del 30. Que procuró
manifestarse de algún modo a través del Peronismo, a pesar de los serios
errores prácticos de este Movimiento.
Que tuvo que enfrentar al Liberalismo resurrecto tras la caída de Perón;
que creyó poder expresarse en ciertos sectores del Peronismo de los 70; y que
dio verdaderos héroes y mártires en las últimas dos grandes gestas nacionales:
la Guerra contrarrevolucionaria y la Guerra por nuestras Malvinas. Esa
Argentina comenzó a ser sepultada con el Gobierno de Alfonsín, sepultura
finalizada durante la Presidencia de Menem. Ante esta Argentina que moría fue
que reaccionaron entre 1987 y 1991 los “Carapintadas”, procurando regenerar un
Ejército que fuera sostén de la Nación que aquellos querían aniquilar.
Como ya hemos visto, el Nacionalismo fue una
reacción contra la decadencia provocada en su momento por el Liberalismo. El Nacionalismo se
caracterizó por intentar recuperar los principios de Autoridad, de
Verticalidad, de aceptación de la Autoridad Divina, propios del Antiguo Régimen (anterior a la
Revolución Francesa), pero adaptándolos a la Realidad Moderna. Así, la
reverencia al Monarca fue reemplazada por la devoción a la Patria, entendiendo que el individuo libre debía integrar su libertad y su individualidad en ese
proyecto mayor que era la Nación. Ésta
era entendida como una realidad superior, una Unidad de Destino la llamaba José Antonio, el Fundador de la Falange Española. Esta Unidad de Destino
era concebida por las corrientes nacionalistas católicas como el Proyecto de
Dios para cada Patria. Por lo tanto, la antigua concepción de reverencia a la
Autoridad (del Rey), autoridad que representaba a Dios, a quien había que
obedecer ante todo, era resignificada en el concepto de pertenencia a la
Patria, que encarnaba un Proyecto y una Misión, y ser fiel a ese proyecto y a
esa misión era, por tanto, ser fiel al Proyecto y a la Misión de Dios. El viejo
ideal de Dios y Rey, era adaptado a
las nuevas realidades por el nuevo Ideal de Dios
y Patria. En nuestro Ejército, sus cuadros se han dividido históricamente
en Liberales y Nacionalistas. Los sectores “carapintadas” entendían que la
verdadera tradición de la Patria no estaba en el Proyecto de la generación
posterior a Caseros –como los sectores liberales-, sino en las raíces
fundacionales que vienen de la Cristiandad y de la Hispanidad, y que fueron
“encarnadas” en su momento por los caudillos federales y por Juan Manuel de
Rosas, a quien el General San Martín, prototipo del militar argentino, legó su
sable.