Reflexiones históricas sobre las verdades de la Patria

martes, 9 de diciembre de 2014

UN MOMENTO TRASCENDENTAL EN LA HISTORIA DE LA PATRIA

El Congreso Eucarístico de 1934,
un canto a la Realeza de Cristo

     De nuestra unión con Jesús Eucaristía depende la eficacia de nuestra acción para que Jesús reine en el hombre, la familia y la sociedad.
     Fue justamente desde la Eucarística que Jesús logró hacer brillar su Realeza durante un período de nuestra historia patria. Me refiero al célebre Congreso Eucarístico Internacional del año 1934 celebrado en la ciudad de Buenos Aires. Después de cincuenta años en los que la Masonería había logrado  imponer en nuestra nación una pseudo tradición laicista, la Patria se reencontraba con sus raíces más auténticas:

   
  “Era el mediodía del 9 de octubre de 1934. En el Puerto de Buenos Aires el Presidente de la República, General Agustín P. Justo, el Arzobispo, Monseñor Santiago Luis Copello, y todas las autoridades nacionales, ciudadanas y diplomáticas se aprestaban a recibir al Cardenal Eugenio Pacelli, como al mismo Papa, por ser su Legado en el XXXII Congreso Eucarístico Internacional, ese Congreso que iba a pasar a la historia como ‘la más grandiosa celebración pública de fe, de amor, de adoración a Jesús Eucaristía de todos los tiempos, sólo superable en el Paraíso’ según palabras de Don Orione.
   Y una multitud, formada por argentinos y extranjeros que peregrinaron desde todas partes del mundo, colmaba las calles, balcones y ventanas, engalanadas con flores y banderas, iba trazando su itinerario hacia la Catedral Metropolitana.
   Toda la ciudad iniciaba la gran celebración eucarística. En esa gran fiesta de la Fe, un grito resonaba por todas partes: ¡Viva Cristo Rey!: El reinado de Cristo en los corazones era el tema central del Congreso.
   El mismo grito, que se iba a repetir mil veces –fervoroso y entusiasta-  durante el solemne homenaje al Señor en la Hostia, había resonado dramático, en la madrugada española de Asturias de ese día. Allá, en el pequeño pueblo de Turón, el hermano lasallano Héctor Valdivieso Sáez, que había ofrecido dar su vida por el Señor, supo entonces que Él se la aceptaba. Por eso,  al ver al pelotón inicuo, que por “odium fidei”, apuntó contra él, sostenido por la Virgen Santísima a la que tanto amaba, clamó su “viva” supremo: ¡Viva Cristo  Rey!
   Héctor Valdivieso Sáez había nacido en Buenos Aires, y a pesar de haber vivido sólo tres años en la Argentina, la amaba mucho. Ahora, tal vez sin saberlo, marcaba con su sangre el signo de gloria de ese Congreso de su ciudad natal. Tampoco lo sabían sus compatriotas, que exultaban en el júbilo de la fe. Pero sí lo comprendieron los Ángeles protectores del Congreso que seguramente escucharon el eco del grito abnegado y del estruendo macabro.
   Era sangre hispana brotada de un corazón argentino, que regaba la tierra de aquellos que, con la fe católica, nos trajeron una devoción profundamente eucarística y ardientemente mariana.
   Muchas fueron las oraciones y sacrificios ofrecidos por el éxito del Congreso Eucarístico. Pero este martirio parece haber sido  el que coronó todas las ofrendas y abrió las puertas del gran triunfo de Jesucristo en la Argentina de 1934. Así creemos que lo contemplaron los Ángeles.
   Poco después el Conte Grande, con el Legado y con Don Orione a bordo, navegando por el Río de la Plata, dirigía su proa hacia el Puerto de Santa María del Buen Ayre, y comenzaban en nuestra ciudad de la Santísima Trinidad los homenajes a Cristo en el Sacramento del amor.”[1]

     La década del 30 fue, en efecto, un tiempo de triunfos de la Realeza de Cristo, como quedó de manifiesto en la gesta heroica vivida en nuestra Madre Patria, sobre todo entre los años 1936 y 1939. Triunfos sin duda preparados en los años anteriores. Pío XI proclamaba la Realeza Universal de Nuestro Señor en la Quas Primas, y los mártires cristeros testimoniaban con su sangre fecunda esa divina Realeza. Aquí en nuestra Patria, en los años previos al gran acontecimiento, y durante la década misma del 30 -en parte como consecuencia del mismo Congreso Eucarístico-, grandes hombres de sangre hispana redescubrían las raíces de la Hispanidad: Zacarías de Vizcarra, Ramiro de Maeztu, Manuel García Morente; y muchos estudiosos argentinos abrían sus ojos a la luz, reencontrándose con la auténtica tradición de la Patria, y percatándose del engaño en el que se nos había sumido durante muchas décadas.
     Aquel triunfo de la Realeza social de Nuestro Señor Jesucristo en la Argentina no podía limitarse a ser solo una demostración exterior; tenía, evidentemente, que ejercer su influjo en las almas -así, como la apostasía de las naciones, significa también una victoria del demonio sobre multitudes de almas que caen en el infierno-. Un protagonista de aquellos acontecimientos relata: “Son las dos de la madrugada: vuelvo de la comunión nocturna de hombres en plaza de Mayo. ¡Quinientas mil comuniones! Espectáculo inolvidable. En medio de cánticos y ovaciones, la enorme multitud cubría la Avda. de Mayo totalmente, desde el Congreso hasta la Casa de Gobierno. Tuve la oportunidad de presenciar escenas verdaderamente milagrosas. Malevos de alpargatas y pañuelo al cuello, vendedores de diarios, guardas de tranvía con uniforme, etc., se precipitaban a la calle en busca de un sacerdote y se confesaban con una unción increíble (...) Fue un espectáculo del fin de los tiempos. La gente toda parecía en peligro de muerte: tal era la angustia que reflejaba su febril impaciencia por recibir a Dios (sacramentado)”.
     Sería muchísimo lo que se podría escribir sobre aquellos hechos y sus consecuencias en la historia y en la cultura patria. Lo exiguo de estas páginas no lo permiten. Pero quisiera que estos breves recuerdos nos ayuden a encender un poquitito de aquel fuego que incendió a la Patria en aquellas jornadas.




[1] Sernani, Giorgio. Dios de los corazones. Evocación y crónica retrospectiva del XXXII Congreso Eucarístico Internacional realizado en Buenos Aires en 1934.



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