El Congreso Eucarístico de 1934,
un canto a la Realeza de Cristo
De nuestra unión con Jesús Eucaristía depende la eficacia de nuestra
acción para que Jesús reine en el hombre, la familia y
la sociedad.
Fue justamente desde la Eucarística que
Jesús logró hacer brillar su Realeza durante un período de nuestra historia
patria. Me refiero al célebre Congreso Eucarístico Internacional del año 1934
celebrado en la ciudad de Buenos Aires. Después de cincuenta años en los que la
Masonería había logrado imponer en
nuestra nación una pseudo tradición laicista, la Patria se reencontraba con sus
raíces más auténticas:
“Era el mediodía del 9 de octubre de 1934. En
el Puerto de Buenos Aires el Presidente de la República , General
Agustín P. Justo, el Arzobispo, Monseñor Santiago Luis Copello, y todas las
autoridades nacionales, ciudadanas y diplomáticas se aprestaban a recibir al
Cardenal Eugenio Pacelli, como al mismo Papa, por ser su Legado en el XXXII
Congreso Eucarístico Internacional, ese Congreso que iba a pasar a la historia como ‘la más
grandiosa celebración pública de fe, de amor, de adoración a Jesús Eucaristía
de todos los tiempos, sólo superable en el Paraíso’ según palabras de Don
Orione.
Y una
multitud, formada por argentinos y extranjeros que peregrinaron desde todas
partes del mundo, colmaba las calles, balcones y ventanas, engalanadas con
flores y banderas, iba trazando su itinerario hacia la Catedral Metropolitana.
Toda la
ciudad iniciaba la gran celebración eucarística. En esa gran fiesta de la Fe , un grito resonaba por todas
partes: ¡Viva Cristo Rey!: El reinado de Cristo en los corazones era el tema
central del Congreso.
El mismo
grito, que se iba a repetir mil veces –fervoroso y entusiasta- durante el solemne homenaje al Señor en la Hostia , había resonado
dramático, en la madrugada española de Asturias de ese día. Allá, en el pequeño
pueblo de Turón, el hermano lasallano Héctor Valdivieso Sáez, que había
ofrecido dar su vida por el Señor, supo entonces que Él se la aceptaba. Por
eso, al ver al pelotón inicuo, que por
“odium fidei”, apuntó contra él, sostenido por la Virgen Santísima a la que tanto
amaba, clamó su “viva” supremo: ¡Viva Cristo
Rey!
Héctor
Valdivieso Sáez había nacido en Buenos Aires, y a pesar de haber vivido sólo
tres años en la Argentina ,
la amaba mucho. Ahora, tal vez sin saberlo, marcaba con su sangre el signo de
gloria de ese Congreso de su ciudad natal. Tampoco lo sabían sus compatriotas,
que exultaban en el júbilo de la fe. Pero sí lo comprendieron los Ángeles
protectores del Congreso que seguramente escucharon el eco del grito abnegado y
del estruendo macabro.
Era sangre
hispana brotada de un corazón argentino, que regaba la tierra de aquellos que,
con la fe católica, nos trajeron una devoción profundamente eucarística y
ardientemente mariana.
Muchas fueron
las oraciones y sacrificios ofrecidos por el éxito del Congreso Eucarístico.
Pero este martirio parece haber sido el
que coronó todas las ofrendas y abrió las puertas del gran triunfo de Jesucristo
en la Argentina
de 1934. Así creemos que lo contemplaron los Ángeles.
Poco después
el Conte Grande, con el Legado y con Don Orione a bordo, navegando por el Río
de la Plata ,
dirigía su proa hacia el Puerto de Santa María del Buen Ayre, y comenzaban en
nuestra ciudad de la Santísima Trinidad
los homenajes a Cristo en el Sacramento del amor.”[1]
La década del 30 fue, en efecto, un tiempo
de triunfos de la Realeza de Cristo, como quedó de manifiesto en la gesta
heroica vivida en nuestra Madre Patria, sobre todo entre los años 1936 y 1939.
Triunfos sin duda preparados en los años anteriores. Pío XI proclamaba la
Realeza Universal de Nuestro Señor en la Quas
Primas, y los mártires cristeros testimoniaban con su sangre fecunda esa
divina Realeza. Aquí en nuestra Patria, en los años previos al gran
acontecimiento, y durante la década misma del 30 -en parte como consecuencia
del mismo Congreso Eucarístico-, grandes hombres de sangre hispana redescubrían
las raíces de la Hispanidad: Zacarías de Vizcarra, Ramiro de Maeztu, Manuel
García Morente; y muchos estudiosos argentinos abrían sus ojos a la luz,
reencontrándose con la auténtica tradición de la Patria, y percatándose del
engaño en el que se nos había sumido durante muchas décadas.
Aquel triunfo de la Realeza social de
Nuestro Señor Jesucristo en la Argentina no podía limitarse a ser solo una
demostración exterior; tenía, evidentemente, que ejercer su influjo en las
almas -así, como la apostasía de las naciones, significa también una victoria
del demonio sobre multitudes de almas que caen en el infierno-. Un protagonista
de aquellos acontecimientos relata: “Son
las dos de la madrugada: vuelvo de la comunión nocturna de hombres en plaza de
Mayo. ¡Quinientas mil comuniones! Espectáculo inolvidable. En medio de cánticos
y ovaciones, la enorme multitud cubría la Avda. de Mayo totalmente, desde el
Congreso hasta la Casa de Gobierno. Tuve la oportunidad de presenciar escenas
verdaderamente milagrosas. Malevos de alpargatas y pañuelo al cuello,
vendedores de diarios, guardas de tranvía con uniforme, etc., se precipitaban a
la calle en busca de un sacerdote y se confesaban con una unción increíble
(...) Fue un espectáculo del fin de los tiempos. La gente toda parecía en
peligro de muerte: tal era la angustia que reflejaba su febril impaciencia por
recibir a Dios (sacramentado)”.
Sería muchísimo lo que se podría escribir
sobre aquellos hechos y sus consecuencias en la historia y en la cultura
patria. Lo exiguo de estas páginas no lo permiten. Pero quisiera que estos
breves recuerdos nos ayuden a encender un poquitito de aquel fuego que incendió
a la Patria en aquellas jornadas.
[1] Sernani, Giorgio. Dios de los
corazones. Evocación y crónica
retrospectiva del XXXII Congreso Eucarístico Internacional realizado en Buenos
Aires en 1934.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.