Reflexiones históricas sobre las verdades de la Patria

miércoles, 21 de enero de 2015

LA HISTORIA ARGENTINA A LA LUZ DE LAS “DOS BADERAS” IGNACIANAS/ Período Hispánico

Las “Dos Banderas”
     Enseña San Ignacio de Loyola en sus célebres Ejercicios Espirituales que la Historia humana está inserta en un combate frontal entre dos fuerzas:
   “Cristo (que) llama y quiere a todos debajo de su bandera, y Lucifer, al contrario, debajo de la suya” (Ejercicios Espirituales, 137).
     Estas palabras tan simples, pero tan profundas, fueron escritas en pleno siglo XVI, tiempo en el que terribles borrascas arreciaban contra la Cristiandad. Eran los años de Lutero y de Calvino, de Enrique VIII y de Isabel I; pero también, del Concilio de Trento, de Carlos V y Felipe II, y del gran San Ignacio, autor de los célebres Ejercicios citados, y fundador de la Compañía de Jesús. Europa se había convertido en un terrible campo de batalla en el que el “mal caudillo”, y el “sumo capitán de los buenos”, se disputaban las almas y la cultura.

     En medio de tan rudos combates, los territorios de nuestra América se insertaban en la Historia de Occidente, y se convertían en parte del Mundo Hispano. Aquí también se iba a librar aquella dura batalla.

El siglo XVI: los cimientos hispanos de la Argentinidad
                                                                                     
     La conquista, más allá de las miserias que lleva aparejado todo lo que es humano -y de las falsedades difundidas por la llamada “leyenda negra”-, fue una epopeya cristiana...una epopeya de amor cristiano...una epopeya de fundación de una civilización cristiana. Fundación de ciudades, de “polis” cristianas, cada una con las instituciones necesarias para el desarrollo de la vida humana y cristiana: Colegios, Universidades, Hospicios, Iglesias, Conventos, etc. El relato de un visitador mercedario del 1600 nos describe lo que era la ciudad de Lima de aquel entonces:

     “En esta ciudad asiste de continuo al Virrey, los oidores y la Audiencia real, el arzobispo con su cabildo, porque esta iglesia de Lima es la metrópoli (…) Hay universidad, con muchos doctores que la ilustran mucho, con las mismas constituciones de Salamanca. Hay cátedras de todas las ciencias (…) Los conventos, donde también en se leen artes y teología y cada semana hay conclusiones (…) que son muchos y muy buenos, con muy curiosas iglesias. En particular la de Santo Domingo, hay doscientos frailes; en San Francisco hay más de doscientos (…); en la Compañía de Jesús, mucha riqueza y curiosidad de reliquias, muchos religiosos y muy doctos (…) Conventos de monjas de lindas voces, mucha música y muy diestras (…) Fuera de la ciudad hay casas de frailes descalzos, y hay en ellas santísimos hombres (…) donde acude mucha gente a consolarse con la conversación de aquellos religiosos (…)  Hay en esta ciudad cuatro colegios muy principales que ilustran mucho a la ciudad (…) Hay hospitales para españoles y para indios, muy buenos y bien proveídos, con muchas rentas, como el hospital de San Andrés, que es de los españoles, y el de santa Ana, que es de los indios, y el hospital de San Pedro, que es para curar a los clérigos pobres. Hay otro fuera de la ciudad (…) el de san Lázaro, donde se curan llagas; y a todos estos se acude con mucha limosna (…) Hay cofradías en todos los conventos, y todos hacen sus fiestas y con mucha abundancia de cera que gastan; (…) y arrojan cohetes y hacen muchas invenciones de fuegos.”

     Nuestras ciudades, aunque no tuvieron el esplendor de la capital virreinal, también contaron con muchas de las instituciones descriptas por este fraile mercedario. Podríamos decir que el siglo XVI fue el tiempo en el que se arrojó la semilla de la que brotaría el “árbol” que hoy es nuestra Patria. Esa semilla es, justamente, la siembra de cada una de las “ciudades fundacionales”, actualmente capitales de muchas provincias argentinaS, en las que aun está arraigado lo mejor de nuestra Tradición. El desarrollo de las mismas permitió dar origen a un tipo humano particular característico de estas latitudes, el criollo, fruto del mestizaje que acompañó a la labor colonizadora española.
Por supuesto que gesta de tal magnitud No se llevó a cabo sin lucha. Si bien, muchos fundadores y colonizadores contaron con el apoyo y colaboración de algunos de los “pueblos originales”, entre éstos, y sobre todo por parte de quienes ejercían la “hechicería”, hubo resistencias, desconfianza, conflictos y duros enfrentamientos. Por supuesto que la cuestión se agravaba con los pecados y miserias de muchos de los fundadores y colonizadores. O sea que aquella gesta fundacional no pudo realizarse sin combate. Combate entre los “caudillos de las dos Banderas” ignacianas. Ya sea en el interior de los hombres como en el acontecer de la gesta fundacional.

El siglo XVII: Apóstoles de fuego

     A lo largo del siglo XVII fue muy intensa la labor evangelizadora y civilizadora en estas latitudes. Se destaca, entre tantas, la acción de gobierno de ese gran “príncipe cristiano” que fue Hernando Arias de Saavedra; la actividad apostólica del Obispo de Córdoba Hernando de Trejo y Sanabria, y la fundación de la Universidad; la descomunal labor realizada en el Noroeste de nuestra Patria por ese santo enorme que fue San Francisco Solano; la fundación de importantes Reducciones por parte de los Franciscanos; y, a partir de 1609, el comienzo de la acción misionera de los Padres de la Compañía de Jesús en las zonas de los pueblos guaraníes. La labor de los hijos de San Ignacio fue inmensa, no sólo entre los guaraníes, sino además en la ciudad de Córdoba –en la que perdura aun la famosa manzana jesuítica-; en Buenos Aires –donde levantaron la primera iglesia de la ciudad y el primer colegio –en la famosa “manzana de las luces”-, etc. Pero tal acción no podía dejar de ir acompañada de lucha y de sangre. Y, como siempre, fue sellada con el martirio de tantos héroes cristianos.
     Haremos, a continuación una breve referencia a los personajes y hechos más importantes de esta centuria. Para ello acudiré a la obra de importantes autores.

a) Hernando Arias de Saavedra

     Verdaderamente un caballero al servicio de su Dios y de su Rey, participó en múltiples campañas contra indios rebeldes con el objeto de pacificar la región, fomentar el progreso de la misma, y la organización, civilización y evangelización de los grupos aborígenes de la zona. Estuvo presente en la segunda fundación de Buenos Aires, llevada a cabo por su suegro Juan de Garay. Fomentó los derechos de los nativos ante los abusos de muchos encomenderos. Y, para una mejor labor catequizadora, promovió la fundación de Reducciones en la Gobernación. Impulsó la instalación de los Jesuitas, y el desarrollo de las posteriores Misiones creadas por los mismos. Profundamente preocupado por el Bien Común persiguió el contrabando y fomentó el desarrollo de la ganadería, ensayando las primeras formas de selección del ganado.

   “Nunca conoció otra patria que la suya, ni otras casas que los míseros ranchos de terrón y paja.
   Cuarenta años de guerras continuas, en un campo que tuvo por escena la selva paraguaya y la extensa pampa argentina, que recorrió sin descanso por caminos ásperos y fragosos. Conoció toda la gama del dolor humano, la fatiga y el hambre, la sed y el frío, pero no le arredraron jamás. Las cruentas heridas del combate y las fiebres del pantano que le desfiguraron el rostro y le quitaron el sentido al oído, no sirvieron sino para demostrar su energía inquebrantable y su bravura (...)
   Protector de todas las ciudades de la provincia, colaboró a la fundación de Buenos Aires, Concepción del Bermejo y Vera de las Siete Corrientes y fue el centinela avanzado, que cuidó por muchos años, no se modificara el real que le asignaron sus fundadores (...)
   Ningún personaje de la Conquista reúne como Hernandarias, las extraordinarias condiciones de la virtud heroica en más alto grado, hermanadas a la del estadista en tan prodigioso equilibrio, y se muestre el valor temerario y la prudencia; la justicia y la probidad; la energía y la templanza.”
    
b) El Obispo Trejo y Sanabria

     Un gran obispo de la Patria tuvo palabras célebres para referirse, a su vez, a este otro gran Obispo -antecesor suyo-, que brilló en los orígenes de nuestra nacionalidad:

   “A juicio de todo el mundo ilustrado, el siglo XVI fue para España un verdadero siglo de oro en las letras, las bellas artes y en hechos de sin par magnificencia (...)
   (...)  basta nombrar a Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, los tres Luis, de Granada, de León, y Vives, Cervantes, Herrera y Velázquez de Silva, Garcilaso de la Vega (el de Toledo) y Calderón de la Barca (...) Basta mencionar el Escorial, las gigantescas campañas de América, la batalla de Lepanto, y hombres como Cisneros, Felipe II, e Ignacio de Loyola (...) Francisco Javier (...) Toribio de Mogrovejo y un Francisco Solano, sin hablar de las Rosas de Lima y las Azucenas de Quito, y los Sebastián de Aparicio, Felipe de Jesús de Méjico (...) España fue en el siglo XVI un verdadero sol de la civilización cristiana, por su resplandor purísimo y por los rayos de verdad y de gracia que ha irradiado hasta las extremidades de la tierra.
   Uno de esos rayos fue Fernando de Trejo y Sanabria. No diré que el hombre a quien somos deudores de esta Universidad se halla al par de un Francisco Javier, de un Toribio, y de un Francisco Solano; no: la grandeza de un santo no es de compararse con nada de este mundo (...); pero además del talento y sabiduría de que nos da testimonio su Episcopado y su Universidad, Fernando tiene para nosotros el especial título de ser hijo de nuestro suelo (...)
   (...) hijo de la segunda generación de colonos españoles en nuestro suelo (...) su piadosa y heroica madre le envió a Lima a hacer sus estudios; que allí tomó el hábito de San Francisco, y que fue el primer criollo que gobernó la Provincia Franciscana del Perú (...)
   Felipe II fue quien presentó para Obispo del Tucumán al criollo del Paraguay; y Clemente VIII, el gran amigo de San Felipe Neri, fue quien lo instituyó Obispo (...)
    Para apreciar el mérito del segundo Obispo efectivo del Tucumán debe uno trasladarse con la imaginación a aquellos tiempos en que la actual diócesis se extendía desde la Pampa hasta las orillas del Bermejo (...)
   Visitó repetidas veces la mayor parte de su inmensa diócesis, celebró tres sínodos, fundó dos Colegios Seminarios, solicitó continua y eficacísimamente la conversión a la fe de los famosos indios Calchaquíes, estableció en todos los lugares de su diócesis, asociaciones del SS. nombre de Jesús en beneficio de los esclavos e indios, fundó el Monasterio de Santa Catalina de esta ciudad, y creó la célebre Universidad”. 

c) San Francisco Solano

     El padre Cayetano Bruno, eminente historiador se refiere a tan gran apóstol:

     “Nuestro santo era andaluz, como que nació en Montilla. Se conoce su partida de bautismo con fecha 10 de marzo de 1549; también que tomó el hábito franciscano a la edad de veinte años (...) llegaron con el Padre Comisario al Tucumán el 15 de noviembre de 1590, luego de hacer escala en Cartagena de Indias y en Panamá, y de haber tocado la villa de Santa María de la Parrilla (...), Lima, el Cuzco, Chuquiabo (La Paz) y Potosí.
   Así que llegó fray Francisco, se lo constituyó doctrinero en Socotonio y la Magdalena. Fue su primer campo de acción y el único estable que tuvo en el Tucumán (...) echóse a visitar los conventos de la custodia (...) Empezó por Esteco (...) Estuvo en San Miguel del Tucumán. A Santiago del Estero llegó por Río Hondo (...) Visitó (...) la ciudad de Santa Fe la Vieja, o de Cayastá, y llegó por fin a Córdoba; regresando a las ciudades de arriba visitó a Salta. Y se puso al cabo en la Rioja, donde paró (...) seis meses (...) hasta que tomó el camino a Lima (...) La santidad de Solano obró, sin duda alguna razonable, el gran prodigio de las innumerables conversiones que registran los procesos.
   Claro que era la suya una santidad a la antigua, incomprensible sin la crucifixión de la propia carne. (...) Los prodigiosos carismas de fray Francisco. Fueron el sello que puso Dios a su santidad”

d) Las Reducciones Jesuíticas

     “Puede definirse el sistema económico de las Reducciones como una economía dirigida. En general, estaba basada en la agricultura (...) Las misiones del Paraguay llegaron a tener el monopolio de la yerba mate, originaria de la región de Mbaracayú, donde crecía en forma natural en enormes yerbatales. Fueron los jesuitas quienes lograron el uso habitual de esta infusión (...)
   Para principios del siglo XVIII, las misiones de Paraguay comprendían treinta pueblos, quince de los cuales en el actual territorio argentino (...)
   Todos estos pueblos tenían casi la misma urbanización: alrededor de una inmensa plaza rodeada de palmeras estaban dispuestas las hileras de casas de piedra o ladrillos con sus galerías cubiertas donde se cocinaba o se descansaba. En la plaza se ejercitaban las milicias y se celebraban las numerosas fiestas religiosas patronales y litúrgicas, los bautismos y casamientos con gran despliegue de música, danzas, procesiones y representaciones teatrales. Dominándolo todo, la majestuosa mole de la iglesia, y más allá la escuela, el hospital, la casa de viudas, los almacenes, la casa del corregidor indígena, el cabildo, la cárcel y los diversos talleres donde al martilleo de la fragua se mezclaban los sonidos de arpas, violines, chirimías y demás instrumentos allí fabricados, mientras los tejedores trabajaban en sus telares alguna imagen o doraban a la hoja las columnas de algún retablo. En Loreto funcionó una imprenta dirigida por los padres Neumann y José Serrano (...) Allí se realizó el primer libro impreso en la Argentina, fue el Martirologio romano, y en 1705, De la diferencia entre lo temporal y lo eterno, del padre Nieremberg, con ilustraciones y viñetas (...) Cada pueblo contaba con una buena biblioteca (...) En la reducción de Santos Cosme y Damián, el padre Buenaventura Suárez, jesuita criollo nacido en Santa Fe, levantó un observatorio astronómico y entre 1703 y 1739, sólo con sus alumnos indígenas, construyó dos telescopios, un péndulo astronómico y un cuadrante (...)
   Las inmediaciones de los pueblos estaban ocupados por las propiedades colectivas: ladrillales, hornos de cal, tintorerías, molinos, fundiciones de campanas y cañones, y el cementerio (...)
   Desde fines del siglo XVII, en todas las reducciones las tareas agrícolas se realizaban de acuerdo con un sistema binario: el abambaé (propiedad del hombre) y el  tupambaé (propiedad de Dios), donde se cultivaba la propiedad comunal, cuyas cosechas estaban destinadas a la comunidad, incluidos huérfanos, viudas, enfermos, etcétera. Dos días a la semana cultivaban el campo que se les había concedido y los cuatro restantes el de la comunidad. Los domingos descansaban, así como también los numerosos días de fiesta. Por la mañana, cada escuadra partía cantando para el trabajo, precedida por una imagen sagrada. Por la tarde volvían cantando el catecismo o rezando el rosario, cuando no lo hacían en la iglesia. El domingo, después de la misa solemne, con profusión de cantos y música instrumental, se distraían con el tiro al blanco, las carreras de caballos, los juegos de pelota y los conciertos. En las fiestas de la Virgen y los santos patronos, y sobre todo en la festividad de Corpus y la de San Ignacio, se representaban obras de teatro y ‘misterios’ o autos sacramentales, la mayoría compuestos por los mismos misioneros”.

e) La sangre de los mártires, “semilla de nuevos cristianos”

     Nunca la Redención se concretó sin la efusión de sangre. Desde la Víctima del Calvario hasta el dramático siglo XX, la siembra del Evangelio fue acompañada del derramamiento de sangre. No puede ser de otro modo en un mundo marcado por la presencia del pecado. Las “dos Banderas” siempre presentes. La fundación de la Cristiandad en estos lares no fue una excepción. Veamos algunos ejemplos.

Roque González y compañeros mártires“Había nacido en Asunción el año de 1571 (...) Sólo pensó Roque en conquistas espirituales y en entrarse clérigo para mejor lograrlas (...)
    Su primer campo de apostolado sacerdotal fue la provincia de Maracayú, río arriba del Paraguay. Después el obispo fray Martín Ignacio de Loyola lo creó cura de españoles en la catedral de Asunción (...) (Finalmente) se hizo religioso de la (...) Compañía de Jesús (...)
   A los seis meses de noviciado comenzó su asombrosa obra misionera.
   Merced a los empeños de los padres Vicente Griffi y Roque González surgís en 1609 la reducción de Santa María de los Reyes de indios guaycurúes, a una legua, río por medio, de Asunción (...)
   El año 1619 echó el padre Roque por otros rumbos. Anhelaba conquistar las márgenes del Uruguay, y tomó por aquella parte el 25 de octubre con tan buen suceso, que antes de terminar el año surgía la primera reducción de Nuestra Señora de la Concepción, a ‘una legua pequeña del Uruguay’ en su margen occidental”. Otras reducciones que fueron surgiendo con posterioridad fueron: “San Nicolás de Pirantiní (...), San Francisco Javier de Céspedes (...), Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú (...), Nuestra Señora de la Candelaria del Caazapá-miní (...)
   El 13 de agosto de 1628 fundaba este la Asunción de Yjuhí, con 400 indios de buena índole. Su intento era doble: reducir infieles y neutralizar con ellos el ascendiente que ejercía en la región el famosísimo hechicero Nezú, indio de pésima condición, vida escandalosa, y que, para colmo, ‘se hacía dios entre ellos’ (...)
   Viendo este desbaratado personaje que lo que los padres predicaban era tan contrario a sus malas costumbres, y evitaban tener muchas mujeres, y los demás pecados, convocó a los caciques junto a su manida de los bosques y los conjuró a acabar con los hombres de sotana (...)
   Los padres Roque González de Santa Cruz y Alonso Rodríguez fueron las dos primeras víctimas inmoladas en la mañana del miércoles 15 de noviembre de 1628, a golpes de porras con piedras enhastadas (...)”
   Los mártires fueron “beatificados por Pío XI el 28 de enero de 1934, y canonizados por Juan Pablo II en Asunción el 16 de mayo de 1988”.
   
Nicolás Mascardi“El padre Mascardi es la figura sobresaliente de las misiones del Nahuel Huapi y de la conquista espiritual del extremo sur por el lado de la Cordillera.
   Nacido en Salzana (Italia) por el mes de setiembre de 1624, entróse jesuita el año de 1638 en Roma (...)
   En 1652 llegó a Chile, donde acabó sus estudios teológicos (...)
   El padre Mascardi era rector del colegio de Castro, en el archipiélago de Chiloé, el año de 1666 (...)
   Una india (...) que los puelches llamaban reina, se propuso que también los suyos de allende la Cordillera conociesen a Dios. Y fue tal su ascendiente sobre el rector de Chiloé, que lo llevó a conseguir formal promesa de su Provincial, de confiarle la misión del Nahuel Huapi apenas concluidos los años de rectorado.
   El padre Mascardi se propuso partir ‘solo y sin español ninguno, que no quiso llevar sino un niño que le ayudase a misa’. Decidió ‘ir apostólicamente, a pie, por cordilleras, nieves, riscos y peñascos’ (...)
   En la segunda mitad de 1669, ya estaba Mascardi evangelizando a los puelches y poyas de las riberas del Nahuel Huapi”.
   Impulsado por el deseo de encontrar la mítica ciudad de los Césares, en la que según creencias de la época se encontrarían muchos españoles sin asistencia sacerdotal, decidió Mascardi iniciar su búsqueda. Cuatro excursiones realizó por el sur. Iba ya a pie, ya a caballo, con un  grupo de poyas. En la última, atacado por indios infieles murió mártir.

Pedro Ortiz de Zárate y compañeros mártires“Pedro Ortiz de Zárate nació en la ciudad de San Salvador de Jujuy, en 1622 (...) Sus padres fueron don Juan Ochoa de Zárate y su madre, doña Bartolina de Garnica. Entre los tíos de Pedro, se distinguía  don Juan Ortiz de Zárate, el famoso adelantado del Río de la Plata.
   Gracias a sus servicios al rey, sobre todo durante las guerras calchaquíes y del Chaco, los Zárate recibieron mercedes en tierras y en encomiendas que se extendían por leguas y leguas (...)
   Como hidalgo, él estaba destinado a ocupar cargos directivos en el gobierno municipal y, como único hijo varón, todos depositaban en él las más halagüeñas esperanzas de que tendría bien en alto el honor y el prestigio familiar (...)”.
   Pedro se casó con la hija de una familia rival de los Zárate, Petronila de Ibarra. De esa unión nacieron dos hijos: Juan y Diego. “(...) tanto por su formación ética como por su hondo sentido de responsabilidades, fue un administrador excelente y un encomendero querido y respetado (...)”. Todo iba bien en la vida de Pedro, cuando en un accidente fallece su esposa. Pedro tenía 32 años. A partir de este momento su vida cambió. Estudió en Córdoba, y terminó ordenándose de sacerdote. Después de la ordenación volvió a San Salvador de Jujuy donde fue Cura párroco. En esa zona siempre hubo grupos de indios que no terminaron de ser pacificados. En esa circunstancias don Pedro organizó una gran misión evangelizadora. “Después de intensos preparativos, en los que las autoridades y pueblos fueron involucrados, hacia fines de 1683, la cruzada, encabezada por don Pedro y por los misioneros jesuitas Antonio Solinas y Diego Ruiz, y acompañada de un nutrido grupo de ayudantes y criados, se puso en marcha (...) La meta era la actual comarca de Orán (Salta), donde fijaron sus tiendas.
   La acogida de los indios fue muy buena (...) A los pocos meses, los misioneros pudieron formar un pueblito o reducción, de unas dos mil almas. (...)
   Los enemigos más recalcitrantes eran los hechiceros de cada clan (...)
    En las primeras horas del 27 de octubre de 1683 “mientras los misioneros se hallaban indefensos entre indios amigos, los hechiceros y sus fautores los acometieron con suma gritería y les quitaron las vidas con dardos y macanas (...) Después, mataron a otras dieciocho personas que se hallaban en aquel puesto de Santa María: dos españoles, un negro, un mulato, dos niñas, una india y once indios (...) Fueron a celebrar el triunfo con las cabezas y brindaron con el cráneo hasta caer en la embriaguez”.
    
El siglo XVIII: una muy mala y una buena de don Carlos III

     El Siglo XVIII se inicia para España y para Europa con la Guerra de Sucesión Española, tras la cual se establece una nueva dinastía en el Trono español: los Borbones. La nueva dinastía encontró una España quebrada económicamente por las guerras de los siglos XVI y XVII. El Ideal de una Ecumene cristiana sostenida por los Austrias había sido tremendamente desgastante para el Imperio, y los nuevos Monarcas consideraron que era necesario dejar aquellos viejos ideales en pos de una “modernización” de la Corona. Sostiene Zorraquín Becú que “al  Imperialismo religioso de los Austrias sucedió entonces una Monarquía preocupada fundamentalmente por desarrollar su marina, su comercio y sus industrias…” Por su parte Menéndez Pidal nos muestra cómo los nuevos objetivos, que traen las nuevas camarillas dirigentes de las que se rodean los monarcas recién llegados, introducen una división en las sociedades hispánicas, por un lado los defensores de la vieja y castiza España, y por otro los que procuran crear una acorde con los nuevos tiempos: “desde el comienzo del siglo XVIII, la unidad espiritual de los españoles, que en los dos anteriores siglos se manifestaba al exterior firme, perfecta, con débiles escisiones tan sólo en puntos accidentales, deja ahora ver sus quiebras profundas, poniendo en pugna dos ideologías frecuentemente exaltadas al extremo. Los puntos de divergencia son muy varios según los tiempos, pero en el fondo se lucha siempre por motivos religioso”. Ramiro de Maeztu, a través de una muy gráfica metáfora, nos muestra cómo la España tradicional se ve sofocada por las nuevas orientaciones reformistas, a tal punto que éstas llegan a desfigurar el “rostro” auténtico de la España “eterna”: “España es una encina medio sofocada por la hiedra. La hiedra es tan frondosa, y se ve la encina tan arrugada y encogida, que a ratos parece que el ser de España está en la trepadora, y no en el árbol (…) la revolución en España, allá en los comienzos del siglo XVIII, ha de buscarse únicamente en nuestra admiración del extranjero. No brotó de nuestro ser, sino de nuestro no ser.”
      El espíritu de reforma introducido por los Borbones llega a su punto culminante en tiempos de Carlos III, quien concretiza en los territorios hispánicos las transformaciones propias del Despotismo Ilustrado. Éste fue un régimen que se caracterizó por la    centralización del poder, eliminando viejos “privilegios” y “fueros” que las  ciudades, las regiones, los Gremios, la nobleza y las Órdenes religiosas tenían. La nueva concepción política convertía al Gobierno en instancia suprema. Más allá de la búsqueda de la Justicia o del Bien Común se consideraba que por el mero hecho de existir, y de imponer Orden, un gobierno debía ser aceptado. Por otra parte, este deber de los súbditos hacia la Corona pasaba a ser considerado como casi religioso. Además, los intelectuales del momento pensaban que el fin de los Gobiernos era promover el desarrollo material, agilizar el comercio, promover la navegación, crear puentes, caminos, incentivar las ciencias, etc. Para desarrollar la economía era necesario favorecer a los sectores de la sociedad ligados al comercio y las finanzas (burguesía). La misión humanística y justiciera del Poder era dejada de lado. Esta política, abandonaba los fines religiosos del Estado, y lo convertía en instancia suprema, aún sobre la misma Iglesia, secularizando la vida social, apartando de los intereses políticos las preocupaciones religiosas, orientando a sus pueblos hacia intereses puramente materiales. Detrás de estas políticas se encontraban ministros que pertenecían a sectas francmasónicas.

     A pesar de todo lo que se le pueda señalar a Carlos III, sin embargo se le debe reconocer un mérito: la creación del Virreinato del Río de la Plata. En efecto, ante la presión creciente de portugueses en su expansión hacia el oeste y el sur, y de los ingleses en la costa patagónica y en Malvinas, el Monarca resolvió fortalecer la región creando un nuevo Virreinato en torno a Buenos Aires. De este modo, la región del Tucumán, de Cuyo, del Litoral –además del Alto Perú, y el Paraguay- se orientaron hacia la región portuaria. Por lo que podemos decir que la creación del Virreinato es el antecedente inmediato de la formación de nuestra Patria, y que cumplió un papel providencial en la Historia de la misma.

miércoles, 14 de enero de 2015

A los 80 años del acto fundacional de La Comedia, por Blas Piñar
 
Blas Piñar López
 
   Basta decir su nombre para saber que se trata de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia. No hacen falta los apellidos. Esto es así, sin duda, porque José Antonio identifica, con este nombre, a un personaje excepcional, a una figura clave de la historia española contemporánea.
 
   De él hay que resaltar lo que en su biografía política es más importante, aquello que, por ejemplar, tiene magisterio para el día de hoy, tanto entre nosotros como más allá de nuestras fronteras.
 
   El protagonista aparece en el escenario de un teatro madrileño. En “La Comedia” pronunció el discurso fundacional de la Falange. Fue el 29 de octubre de 1933. Yo era un chaval de 13 años. Vivía en Toledo. En aquel entonces no eran muchas las familias con aparatos de radio en sus casas. Nosotros no lo teníamos, pero supe que podría escuchar ese discurso en la de un matrimonio amigo de mis padres. Vencí todo respeto humano y me fui a ver a esos amigos y a rogarles que conectaran con la emisora.
 
   No he podido olvidarlo. Antes de que hablase José Antonio, el ambiente en el local, lleno hasta desbordarse, contagiaba a través de las ondas. El locutor hablaba no sólo del lleno absoluto, sino del entusiasmo de quienes se habían congregado en el mismo, y hasta de unas octavillas de adhesión al acto, de jóvenes del Partido Nacionalista de Albiñana.
 
Oí el discurso con un silencio emotivo.
 
   Me impresionó; mejor dicho, me conmovió, y me convenció José Antonio. Interpretaba, daba a conocer, decía en público, lo que yo, un adolescente entonces, pensaba y sentía, y que era, en síntesis, aquello que, sin saber exponerlo con gallardía, aprendí de mis padres y me enseñaron en el colegio.
 
   En el prólogo que tuve el honor de escribir para la sexta, séptima y octava edición del libro de Felipe Ximénez de SandovalJosé Antonio. Biografía apasionada, que editó Fuerza Nueva muchos años después de aquel acto, di una versión similar a la que acabo de exponer.
 
   En Toledo, y en el Cine Moderno, hubo un acto-presentación de la Falange el 24 de enero de 1935. Asistí. Alguien, siendo ya Notario de Madrid, me envió una foto, en la que yo entraba en el patio de butacas, donde, por cierto, no encontré lugar y tuve que subir al “gallinero”.
 
   Habló José Antonio, al que encontré triste, a la vez que brillante. Brillante porque había un público que le vitoreaba y aplaudía, y era lógico que lo agradeciese; y triste porque quien le había precedido en el uso de la palabra no estuvo muy acertado. Por la tarde se celebró un partido de fútbol, que presencié, entre un grupo de falangistas madrileños y otro de falangistas toledanos. No tuve ocasión -era un chiquillo- de conversar, ni siquiera de dar la mano a José Antonio.
 
   Hay que situar a José Antonio en su tiempo, es decir en los años posteriores al término de la Primera Guerra Mundial, la de 1914 a 1918. Los cimientos de Europa se estremecían profundamente y la revolución rusa, con la implantación de un régimen comunista que proyectaba el marxismo a las naciones del continente, produjo, como lógica respuesta, el nacimiento y la llegada al poder de partidos políticos que se oponían con valor al desmantelamiento de las mismas.
 
   Estos movimientos políticos se acostumbra a denominarlos “fascistas”, con ánimo despectivo, y, en general, se entiende que así lo son por significarse políticamente usando las camisas de color (negras, pardas, verdes, azules, doradas). Sobre ambas cosas quiero pronunciarme, para perfilar la figura de José Antonio y de su partido.
 
¿Fue José Antonio fascista?
 
   Mi respuesta, “Sí y No”, puede sorprender, pero el que sorprenda no equivale a decir que sea desacertada. Prescindiendo de lo que la palabra fascista tenga de despectivo, el “Sí” corresponde a una generalización gramatical del fascismo italiano, que abarca y comprende a los partidos políticos antimarxistas y no capitalistas, a que antes hicimos referencia.
 
   Pues bien, lo que tenían en común el fascismo italiano y los grupos políticos a los que así se les califica no era su filosofía política esencial, que era distinta, sino el hecho de pretender y esforzarse en reencontrar las propias raíces nacionales, su identidad histórica; y en última instancia los valores básicos de la civilización occidental.
 
   La calificación de fascismo y de fascista tiene su origen en la propaganda dirigida por Moscú, que arrojó con desprecio una y otra palabra a quienes no militan en la izquierda, e incluso a los que militando en ella, como ocurrió con el POUM, o la FAI, en nuestra guerra, no apoyaban al comunismo “ortodoxo” de la URSS.
 
   La comparecencia, y al unísono, de los movimientos políticos nacionales, hizo que aquellos que alcanzaron el poder en sus países influyeran en los que trataban de conseguirlo. Pero una cosa es ser fascista y otra reconocer la influencia del fascismo. Una cosa es llevar una camisa de un color determinado y otra que el que la lleva sea un fascista. Probablemente es el color de la camisa el que pone de manifiesto su contextura política.
 
   De aquí que la respuesta “Sí y No” no sea contradictoria. José Antonio y la Falange fueron fascistas, si con esta denominación se engloba a los movimientos políticos nacionales surgidos después de finalizar la guerra de 1914 a 1918. Pero ni José Antonio ni la Falange fueron una sucursal española del fascismo italiano.
 
    Tampoco, ni mucho menos, fue José Antonio un discípulo aventajado de Adolfo Hitler. Si el nacional-socialismo hizo de la raza el pedestal supremo del nacionalsocialismo; si el fascio nació y creció al servicio del lema “todo en el Estado”, si incluso -aunque desde un planteamiento diferente- el Partido Comunista lo hizo en la clase obrera, José Antonio, que fundó un movimiento nacional-sindicalista, reconoció la importancia de los cuerpos intermedios, y proclamó que, políticamente, el hombre ha de ser considerado ante todo como un ser portador de valores eternos.
El hombre como un ser portador de valores eternos
 
   Más cerca estuvo el fundador de la Falange del rexismo belga de León Degrèlle, y de la Guardia de Hierro o Legión de San Miguel Arcángel (pues con ambos nombres fue conocido), que fundó en Rumanía Cornelio Zelea Codreanu. En ellos, como en José Antonio, está vivo el propósito de aproximar en la medida de lo posible la Ciudad del hombre a la Civitas Dei.
 
   Esta vinculación del hombre portador de valores eternos a la “polis” la puso de manifiesto José Antonio de un modo admirable al configurar al falangista, no como un militante de los partidos políticos de la democracia inorgánica, al que se entrega un carnet, y que paga una cuota mensual, que participa en unas elecciones, como elector o elegible, sino como persona que se juega en esta vida su futuro eterno. José Antonio quería un militante sui generis; mitad monje y mitad soldado; no para dividirlo, como le han criticado algunos, sino para completarlo interiormente y fortalecerlo. Para José Antonio, ser monje es tanto como ser un soldado de Cristo, y ser soldado dispuesto a dar la existencia por la esencia.
 
   Si a la imputación despectiva de fascismo se acompaña, de ordinario, la de extrema derecha, conviene que no olvidemos esta palabra, que se pronuncia o escribe como un insulto, porque José Antonio, como quienes comulgamos con su doctrina, ni siquiera fue de derechas, que es una forma de ser liberal; José Antonio, que detestó el liberalismo -tal y como lo hicieron en repetidas ocasiones los romanos Pontífices- superó el binomio derecha-izquierda de la Revolución Francesa, invocando como valores fraternos lo nacional y lo social, bajo el signo religioso. La sociedad que contemplaba José Antonio no puede, ni debe, concebirse como una cuerda de cuyos extremos tiran dos grupos antagónicos, y que acaban rompiéndola, sino una sola cuerda de la que todos, a la vez, tiran en un solo sentido, sumando fuerzas. Esa es la razón del combate por la Patria, el Pan y la Justicia. Por eso, los Sindicatos verticales deben sustituir a los que no lo son, a los que estimulan la lucha de clases y el enfrentamiento de patronos y obreros, y producen el paro y el cierre de las empresas.
 
España, unidad de destino en lo universal
 
   Su definición de la Patria española como unidad de destino en lo universal revela el modelo de la unidad del hombre, y comprende dos cosas: de una parte, que la unidad de lo diverso se hace a imagen y semejanza del único Dios omnipotente y trinitario porque lo es en tres Personas consustanciales, distintas, y de otra, que el respeto y el amor a la unidad de lo diverso enriquece y fortalece a la Patria. Así lo ha demostrado nuestra historia.Esta concepción de la Patria exige una política exterior determinada, que sólo existe cuando es resultado de una política interior. Aquella es el fruto lógico de ésta, como el semblante lo es de la salud. Por eso, la doctrina joseantoniana se pronunció contra el separatismo que mutila o fragmenta a la Patria, así como contra el propósito de deshacerla espiritualmente, al perder su identidad, ya que ella forma parte de la diversidad interna, que no la divide territorialmente, y no debilita el espíritu de la nación.
 
¿Monárquico o republicano?
 
   Otro tema sobre el que estimo que es necesario prestar atención, pues se presenta confuso, o prejuzgado, es el de Monarquía o República. ¿Era José Antonio monárquico? ¿Era republicano? Es cierto que estimaba que el 14 de abril de 1931 había fallecido la Monarquía, pero también es verdad que monarquía no es lo mismo que régimen monárquico. La prueba es que el yugo y las flechas, las de un régimen monárquico, fueron escudo e insignia de su movimiento político.
 
   El tema a estudiar no es semántico, de dos palabras contrapuestas, sino del contenido político de las mismas, ni tampoco de llamar al jefe del Estado Rey o Presidente. Si es el contenido político lo que importa, hay que saber que hay monarquías absolutas, monarquías liberales, monarquías parlamentarias y monarquías que llamamos tradicionales. Igualmente hay repúblicas que se apellidan de manera similar. En uno y otro caso hay monarquías republicanas y repúblicas monárquicas.
 
   Hay monarquías de nombre y que son “repúblicas coronadas” como dijo de la nuestra, y con acierto, Manuel Fraga, o coronas sin monarquía, y hay repúblicas monárquicas que se encubren con el gorro frigio. De aquéllas son ejemplo las monarquías de los países del norte de Europa y de las segundas las repúblicas presidencialistas.
 
   Para entenderlo hay que contemplar dos Sistemas, el de la unidad del poder o el de la separación e independencia de tres poderes. Con este último lo que se pretende es que el poder único no se convierta en absoluto, despótico y tiránico. La Revolución francesa quiso sustituir el “Estado soy yo” de Luis XIV, por el triunvirato de tres poderes, a saber: el legislativo, el ejecutivo y el judicial.
 
   Esta independencia, para evitar el abuso, ha fracasado, y no pocas veces, una de ellas, en la España de hoy. El fracaso se debe a que esos poderes se enfrentan, y uno de ellos acaba adueñándose de los otros de tal forma que el judicial se politiza, o el ejecutivo se judicializa, o el legislativo se impone al ejecutivo y al judicial.
 
   Quienes han luchado para evitar el abuso del poder, fragmentándolo, ignoran, o han rechazado sin ignorarlo, que hay otro modo de evitar sus abusos. Tales limitaciones del poder proceden de arriba y de abajo, considerando, por lógica, que los llamados poderes no son otra cosa que funciones del mismo, ordenados al bien común y al servicio de la nación.
 
Poder político, ley natural y bien común
 
   La limitación de arriba procede de la ley natural y de la moral objetiva, y por tanto, de los valores innegociables. La limitación por abajo procede de la soberanía social, que respeta y acepta aquéllos y no los quebranta. Nadie, creo yo, como Santo Tomás de Aquino, nos da noticia del mejor régimen político, que no es otro que aquél en el que se dan cita tres principios, a saber, el monárquico, el aristocrático y el democrático.
 
   El monárquico, es decir, como su nombre indica, la unidad del poder; el aristocrático, o sea del gobierno de los mejores; y el democrático, que se hace presente de forma participada en un referéndum o representado, a través de elecciones, para cubrir los escaños de las Cámaras o Cámaras legislativas.
 
Falange y tradicionalismo
 
   Otro aspecto que conviene subrayar es el de la actitud de José Antonio con respecto a un entendimiento con otras fuerzas políticas, que podemos llamar nacionales. Si en principio el punto 27 de la Falange se pronunciaba de una forma aislacionista, la maduración de su pensamiento y la situación de la España de entonces le llevó a un cambio de postura, al pedir un Frente Nacional con los tradicionalistas, lo que era tanto como reconocer en el tradicionalismo parte de su doctrina política, así como una fuerza de profundas raíces nacionales, que muchos años antes de la guerra europea que concluyó en 1918 había luchado y combatido por una España fiel a sí misma.
 
   No sé si estuvo o no a punto de llegar a un acuerdo, ni siquiera si hubo o no conversaciones para lograrlo, lo que sí sé es que con el nombre de “Tyre” comparecieron en diversos actos los tradicionalistas y militantes del partido monárquico Renovación Española.
 
   Lo que sí tuvo importancia de cara al futuro es que la propuesta joseantoniana de un Frente Nacional dio más tarde su fruto. A mi parecer, puso de relieve que los términos tradición y revolución no eran incompatibles, si la tradición no es inmovilismo y si la revolución no es revuelta.
 
   La revolución es un revolver -volver de nuevo- en busca del pasado que nos dio vida y prestigio, y tradición es inspirarse en ese pasado para construir el futuro. No hacer, como decía José Antonio, lo que ellos hicieron, sino lo que ellos harían en el tiempo presente. Hay pues una tradición revolucionaria, y una revolución tradicionalista, y, esta última, es la puesta al día, el aggiornamento justo y necesario de enfrentarse con una situación nueva y con los problemas graves de una época distinta. José María Codón, tradicionalista, escribió un libro que se publicó por Fuerza Nueva Editorial, en su segunda edición de 1978, que se tituló: La tradición en José Antonio y el sindicalismo en Mella. Con esta argumentación he sostenido que José Antonio convocó a una revolución nacional impregnada de tradicionalismo.
 
   Claro es que esta opinión tiene su base en una distinción: que carlismo y tradicionalismo no se identifican y que uno y otro no se refieren a lo mismo. Yo entiendo que se puede ser tradicionalista sin ser carlista. Para darse cuenta de ello basta acogerse a la legitimidad de origen y a la de ejercicio. Aquella tampoco se identifica con ésta. Mas una legitimidad de origen se invalida cuando falla la de ejercicio.
 
   El carlismo no puede negarlo, porque, como en el caso del pretendiente a la corona, Carlos Hugo, que, perteneciendo a la dinastía legítima, era un admirador del comunista Tito, pedía la inserción de Navarra en Euskadi, y tuvo un grupo de seguidores que se integró en Izquierda Unida. Creo que esa conducta da cuenta de que se puede ser de la dinastía legítima y no estar de acuerdo con la legítima tradición. La Comunión tradicionalista, que permanece fiel, denuncia este tipo de carlismo.
 
   El auténtico carlismo no es fiel a un monarca que no ocupa la corona y que está en el exilio, sino que lo es en tanto en cuanto mantiene su fidelidad a la tradición. Por eso ha habido y hay un tradicionalismo que no tiene que ser necesariamente carlista. El tradicionalismo de Balmes o de Menéndez y Pelayo no puede negarse, y lo eran tanto como Vázquez de Mella o Victor Pradera.
 
   Esta bandera “alzada” por José Antonio se hizo visible en el trance doloroso de la guerra; trance en el que estaba en juego la existencia de España. En el tomo III de mi libro Escrito para la historia escribí que:
 
   “Siempre entendí que el Movimiento Nacional era el Amazonas ideológico y beligerante que recogió, como afluentes, el caudal de las fuerzas políticas que contribuyeron con su doctrina y sus voluntarios al Alzamiento, a la Cruzada y a la construcción del nuevo Estado. En esta línea de pensamiento y acción se condujeron Fuerza Nueva y el Frente Nacional y, como es lógico, yo mismo. Recoger los caudales me pareció lógico y necesario. Retroceder hasta las fuentes de origen, para desviar el cauce, lo estimé suicida. La innata tendencia a la diáspora, que tanto mal nos ha hecho, había que contrarrestarla. Dada nuestra forma de ser y nuestro talante, se impone incrementar la fuerza centrípeta, evitando así la connatural dispersión que la fuerza centrífuga conlleva; aunque reconociendo explícitamente que no es lo mismo unidad que uniformidad.
 
   Esta unidad sin uniformidad era exigida en este caso por la sangre vertida en común, tanto en las trincheras, con su héroes, como en la zona roja, con sus mártires, como por el hecho bien significativo de aquel 20 de noviembre de 1936 en Alicante, es decir, junto al Mediterráneo, por donde llegaron a España la Fe y la Cultura. Aquel día fueron fusilados, junto a José Antonio, dos falangistas, Luis Segura Baus y Ezequiel Riva Iniesta, y dos tradicionalistas, Vicente Muñoz Navarro y Luis López López, que habían intentado, aunque sin éxito, liberar al fundador de la Falange. Conviene señalar que Luis López fue detenido por haber dado refugio en su casa al jefe de Falange de Orihuela, Antonio Piniés y Roca de Togores.”
 
   Franco lo entendió así, aunque no lo entendieran todos; pero los enfrentamientos acaecidos en la zona roja no se produjeron en la nacional, y aquéllos, en gran parte, contribuyeron a la victoria del 1 de abril de 1939.
 
   Es muy significativo que el Príncipe Javier de Borbón Parma, en carta que tengo en mi poder, fechada en París el 30 abril 1937, recién publicado el Decreto de Unificación de las fuerzas políticas, comunicaba a Franco su “empeño de cooperar eficazmente al anhelo de unidad política a que responden sus últimas disposiciones”. La carta fue entregada personalmente al Caudillo por don Rafael Olazábal.
 
Escrito para la Historia
 
   Dos españoles muy representativos como Manuel Fal Conde y Manuel Hedilla, más tarde, reconocieron que Franco acertó, y no sólo porque requetés y falangistas, sus tercios y banderas, continuaron combatiendo unidos, sino porque puedo dar testimonio de cómo ambos vieron con verdadera simpatía a “Fuerza Nueva”, nacida en 1966, cuando el proceso dinamizador del régimen franquista estaba en ejercicio.
 
   A Fal Conde le conocí en la concentración tradicionalista de Montejurra, de 5 mayo 1963. Terminado el Vía Crucis, hubo un almuerzo en el restaurante El Oasis. Me pidieron que hablara. Mi discurso se publicó íntegramente en las revistas Boina Roja y Montejurra.
 
   José María Valiente, que era el Delegado Nacional de la Comunión Tradicionalista, clausuró el acto, y se expresó así:
 
   “Don Blas Piñar, invitado de honor, ha dicho que no es carlista. Pero se ha ganado las grandes ovaciones de los carlistas. Don Manuel Fal Conde, mientras hablaba don Blas Piñar, me ha escrito estas palabras en una servilleta del banquete: `Pensar así, sentir así, y expresarse así, es ser carlista' ”.
 
   Después, en abril de 1966, visité en Sevilla a Fal Conde:
 
   “Estaba operado de tráquea. Le era difícil hablar. Nos entendimos perfectamente a pesar de ello. Le expuse mi proyecto de fundar la revista Fuerza Nueva, y le expliqué lo que sería su ideario. Me brindó su apoyo. Más aún, me prometió, y cumplió su promesa, de hacerme llegar la dirección de mil tradicionalistas, a los que podía escribir en su nombre, a fin de darles cuenta del proyecto y pedirles que se suscribieran. Así lo hice”. (La pura verdad. Tomo III de la colección Escrito para la Historia. Págs. 75 y 76.)
 
Manuel Hedilla
 
   Por su parte, Manuel Hedilla vino a verme a la sede de Fuerza Nueva, que entonces estaba en un piso de la casa nº 17 de la calle Velázquez de Madrid:
 
   “Estuvo muy amable. Fue explícito al exponerme su idea y sus proyectos sobre el Frente Nacional de Alianza Libre, que él patrocinaba. Me habló de sus contactos con los carlistas, que no puedo asegurar si ingresaron o no. Yo le agradecí su deferencia hacia nosotros, y le expuse mi punto de vista sobre el papel que podíamos desempeñar en la tarea -bien difícil por cierto- de aglutinar a las Fuerzas nacionales.Él lo entendió perfectamente. Y, por un lado, aquella no fue la única visita que nos hizo, y, por otro, mantuvimos contacto permanente con alguno de sus más íntimos colaboradores, como Patricio González de Canales, que suscribió la convocatoria para un homenaje que me ofrecieron el 15 de diciembre de 1971, que dio una conferencia en nuestro local, el día 27 de enero de 1972, sobre La Casa de Toledo y que en nuestra Revista publicó un comentario al punto nº 10 del programa de Falange (nº 264, de 29 de enero de 1972”. (Obra citada, págs. 103 y 104).
 
   La repercusión política a escala internacional de la obra de José Antonio, creo que nunca ha sido estudiada a fondo. Fue importante y me gustaría tener tiempo, y posibilidades de realizarlo. Como puede suponerse esa influencia la tuvo en Europa y especialmente en Hispanoamérica. En la doctrina de José Antonio se basaron movimientos políticos y personalidades muy destacadas, que manifestaron su admiración por ella.
 
   El hecho es que, quienes podemos considerar herederos ideológicos de los que le condenaron a muerte, destruyeron el monumento que tenía en Valencia, el 18 de febrero de 1971. Ante la nula reacción oficial por el atentado, que era además un desafío, Fuerza Nueva hizo una convocatoria para protestar por el ultraje, el 31 de marzo de 1971, ante la casa número 24 de la calle Génova, en la que nació José Antonio:
 
   “Hubo que improvisar, como escenario, un vehículo todo terreno. Era de noche y lloviznaba. La gente respondió a nuestro llamamiento. Dimos prueba de que éramos capaces de suplir omisiones graves de quienes por oficio, y, en principio por vocación, debieron haber hecho lo que nosotros hicimos. La sede de la jefatura provincial del Movimiento, inmediata al lugar, estuvo cerrada a cal y canto. El que más tarde apoyaría la Reforma política, Tomás Garicano Goñi, ministro de Gobernación entonces, nos impuso, como premio, una multa de 50.000 pesetas.” (Obra citada, pág. 109).
 
   Nuestra fidelidad a José Antonio la destacó su hermana Pilar, Delegada Nacional de la Sección Femenina, en varias cartas que conservo. Transcribo la última, que es de 1985:
 
   “Querido Blas: Quiero agradecerte con estas letras el recuerdo que siempre tenéis en vuestro centro y en vuestra revista para José Antonio. No todo el mundo mantiene esa fidelidad en recordar su memoria. Muchas gracias, con un abrazo de Pilar Primo de Rivera”.
 

martes, 13 de enero de 2015

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"Me siento libre... La justicia de Dios está más alta que la soberbia de los hombres. El hombre verdaderamente libre es aquel que excento de temores infundados y deseos innecesarios en cualquier país y cualquier condición en que se halle, está sujeto a los mandatos de Dios, al dictado de su conciencia y a los dictámenes de la sana razón..." (carta de Juan Manuel de Rosas a doña Josefa Gómez)


Introducción

El objeto del siguiente artículo es realizar una aproximación al pensamiento político y constitucional de Don Juan Manuel de Rosas. La tarea no es original, si consideramos las obras que al respecto han realizado, desde ópticas distintas, numerosos pensadores como Julio Irazusta, Vicente Sierra, Héctor Corvalán Lima, Arturo E. Sampay o José Luis Romero. Sin embargo, nuestra intención es simplemente esbozar una síntesis de aquellos elementos constantes que marcan una continuidad en el pensamiento político rosista y permiten ubicarlo en un tipo de tradicionalismo católico criollo, más intuitivo que doctrinal.
Como sabemos, la formación intelectual de Rosas no fue fruto de estudios universitarios. La única educación formal que recibiera el futuro Restaurador de las Leyes fue la de su maestro de primeras letras don Francisco Javier Argerich, en aquella escuela particular a la que se refiere Carlos Ibarguren en su biografía sobre Rosas: “ A la edad de ocho años – afirma el historiador revisionista -, el chico fue puesto en la escuela de don Francisco Javier Argerich (...) Sus padres prefirieron que aprendiera las primeras letras en escuela particular, en vez de mandarlo a las muy concurridas del colegio de San Carlos o de los conventos de Santo Domingo y de San Francisco”. El resto – ciencia y virtudes - lo adquirió en su familiaridad con obras clásicas del pensamiento político occidental, en su contacto con el campo y en el trato con los hombres. Esa formación en cierto modo autodidacta (aunque fortalecida por los consejos de asesores instruidos como Anchorena, Rojas y Patrón o De Ángelis), unida a un profundo empirismo político, le permitieron ejercer el poder político con singular maestría. La lectura de sus escritos – cartas, proclamas, documentos de gobierno, entrevistas – nos permiten reconstruir los aspectos sobresalientes del pensamiento político y constitucional de Rosas. Del mismo afirma Corvalán Lima que “está avalado por una formación cultural nada común, rara en su época. Rosas no era un improvisado de la política, ni de la cultura. Su correspondencia, dada a conocer en los trabajos publicados por Saldías, Corvalán Mendilaharsu, Zinny, Cervera, Quesada, Ravignani, Ibarguren y tantos más, revelan a un razonador infatigable” Y en él, podemos descubrir la influencia de pensadores como Platón, Aristóteles, Cicerón, Gaspar de Real de Curban – discípulo de Bossuet -, Thomas Paine, Burke y Joseph de Maistre, como bien ha señalado Sampay en su interesante obra Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas, lamentablemente limitada por un tratamiento superficial y un enfoque de fondo cercano al marxismo. Vamos a analizar algunos de esos elementos constantes que nos permiten definir en sus justos términos las ideas políticas y constitucionales del Restaurador.

Hispanidad e Independencia

Se ha dicho que Rosas repudiaba la Revolución de Mayo, la gesta emancipadora y anhelaba los tranquilos tiempos de los Virreyes. No es cierto. Lo que sí sostenía era que por una imprudente política, lo que debió constituir una transición relativamente pacífica y ordenada hacia la autonomía o bien hacia la independencia plena, terminó en el caos y en la anarquía. De allí sus conocidas expresiones de que “los tiempos actuales no son los de quietud y tranquilidad que precedieron al 25 de Mayo. Entonces (…) la subordinación estaba bien puesta; (…) las guardias protegían la línea; (…) sobraban recursos; (…) el fuego devorador de las guerras civiles no nos abrazaba; (…) había unión…”. Pero si no existía en Rosas un rechazo explícito de Mayo – los documentos de su gobierno prueban exactamente lo contrario - , sí había en él una opinión claramente adversa hacia el jacobinismo liberal que torció los rumbos de la Revolución. Del mismo modo, se advierte en sus escritos un sentido amor a España, “nuestra Madre querida”, “Nación digna de suerte menos triste y desgraciada” como afirmaba, y una interpretación de la Independencia que es la única que en nuestra opinión parece legitimarla de acuerdo al derecho natural. Interpretación que está en la línea de lo sostenido por Mariano Moreno en su disputa con el Marqués de Casa Irujo, en parte por el Padre Castañeda en su “La mejor revolución insinuada en los sagrados libros para la instrucción de los políticos inexpertos”, y también en los argumentos jurídicos – no los históricos – del Manifiesto que mandara redactar el Congreso de Tucumán para justificar la Declaración de la Independencia. Decía Rosas: “¡Qué grande, señores y qué plausible debe ser para todo argentino este día (el 25 de mayo), consagrado por la nación para festejar el primer acto de soberanía popular, que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año de mil ochocientos diez! (…) No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para preservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por el acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus desgracias. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella y no ser arrastrados al abismo de males, en que se hallaba sumida España.
Esto, señores fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo Abierto celebrado en esta ciudad el 22 de mayo de mil ochocientos diez (…) Pero ¡Ah!... ¡Quién lo hubiera creído! …. Un acto tan heroico de generosidad y patriotismo, no menos que de lealtad y fidelidad a la Nación española y a su desgraciado monarca; un acto que, ejercido en otros pueblos de España con menos dignidad y nobleza, mereció los mayores elogios, fue interpretado en nosotros malignamente, como una rebelión disfrazada, por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderle dignamente.
Y he aquí, señores, otra circunstancia que realza sobre manera la gloria del pueblo argentino, pues ofendidos en tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español, perseveramos siete años en aquella noble resolución, hasta que cansados de sufrir males sobre males, sin esperanzas de ver el fin, y profundamente conmovidos del triste espectáculo que presentaba esta tierra de bendición, anegados en nuestra sangre inocente con ferocidad indecible por quienes debían economizarla más que la suya propia, nos pusimos en manos de la Divina Providencia, y confiando en su infinita bondad y justicia, tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España y de toda dominación extranjera”. Esta interpretación de la Independencia fundada en “justos títulos” aleja al pensamiento rosista de cualquier tipo de nacionalismo democrático al estilo del proclamado en el llamado “principio de las nacionalidades” o en una aplicación absoluta e ideológica del “principio de autodeterminación de los pueblos”, ajustándose más a la tradición de reconocer derechos “concretos” e independencias o conquistas en el derecho natural. Y a contrario sensu de la moda por entonces dominante, aún entre patriotas de vertiente tradicionalista, nada hay en él que suene a leyenda negra o a criollismo antihispánico.


Régimen Político y Constitución

Otro de los puntos clave para conocer el pensamiento de Rosas es el referido a la Constitución. Hemos sostenido en otro trabajo que Rosas sí quería una Constitución, pero según un método histórico- tradicional y no racionalista, y que hubo en tiempos de la Confederación un orden constitucional incipiente. Las opiniones del Restaurador al respecto están dispersas en numerosos escritos, como la Carta de la Hacienda de Figueroa o en el resto de su numerosa correspondencia con los Caudillos – que asesorados por “doctores” liberales reclamaban “Constitución” igual que los unitarios –, y en entrevistas como las concedidas a Santiago Vázquez en 1829 o Vicente Gregorio Quesada, ya en el exilio. Tomamos de esta última un fragmento que resume muy bien sus ideas: “Subí al gobierno encontrándome el país anarquizado, dividido en cacicazgos hoscos y hostiles entre sí, desmembrado ya en parte y en otras en vías de desmembrarse, sin política estable en lo internacional, sin organización interna nacional, sin tesoro ni finanzas organizadas, sin hábitos de gobierno, convertido en un verdadero caos, con la subversión más completa en ideas y propósitos, odiándose furiosamente los partidos políticos: un infierno en miniatura. Me di cuenta de que si ello no se lograba modificar de raíz, nuestro gran país se diluiría definitivamente en una serie de republiquetas sin importancia y malográbamos así para siempre el porvenir: pues demasiado se había ya fraccionado el Virreinato Colonial. La provincia de Buenos Aires, tenía, con todo, un sedimento serio de personal de gobierno y de hábitos ordenados: me propuse reorganizar la administración, consolidar la situación económica y, poco a poco, ver que las demás provincias hicieran lo mismo. Si el partido unitario me hubiera dejado respirar no dudo de que, en poco tiempo, habría llevado al país hasta su completa organización, pero no fue ello posible, porque la conspiración era permanente y en los países limítrofes, los emigrados organizaban constantemente invasiones...los hábitos de anarquía, desarrollados en veinte años de verdadero desquicio gubernamental, no podían modificarse en un día. Era preciso primero gobernar con mano fuerte para garantizar la seguridad de la vida y del trabajo, en la ciudad y en la campaña, estableciendo un régimen de orden y tranquilidad que pudiera permitir la práctica real de la vida republicana. Todas las constituciones que se habían dictado habían obedecido al partido unitario, empeñado – como decía el fanático Agüero - en hacer la felicidad del país a palos: jamás se pudieron poner en práctica. Vivíamos sin organización constitucional y el gobierno se ejercía por resoluciones y decretos, o leyes dictadas por las legislaturas: más todo era, en el fondo, una apariencia, pero no una realidad; quizá una verdadera mentira, pues las elecciones eran nominales, los diputados electos eran designados de antemano, los gobernadores eran los que lograban mostrarse más diestros que los otros e inspiraban mayor confianza a sus partidarios. Era, en el fondo, una arbitrariedad completa (...) El reproche de no haber dado al país una constitución me pareció siempre fútil, porque no basta dictar un ‘cuadernito’, cual decía Quiroga, para que se aplique y resuelva todas las dificultades: es preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de orden y de gobierno, porque una constitución no debe ser el producto de un iluso soñador sino el reflejo exacto de la situación de un país. Siempre repugné a la farsa de las leyes pomposas en el papel y que no podían llevarse a la práctica. La base de un régimen constitucional es el ejercicio del sufragio y esto requiere no sólo un pueblo consciente y que sepa leer y escribir, sino que tenga la seguridad de que el voto es un derecho y, a la vez, un deber, de modo que cada elector conozca a quién debe elegir...de lo contrario, las elecciones de las legislaturas y de los gobiernos son farsas inicuas y de las que se sirven las camarillas de entretelones, con escarnio de los demás y de sí mismos, fomentando la corrupción y la villanía, quebrando el carácter y manoseando todo (...) No se puede poner la carreta delante de los bueyes (...) Era preciso pues, antes de dictar una constitución arraigar en el pueblo hábitos de gobierno y de vida democrática, lo cual era tarea larga y penosa...Por lo demás, siempre he creído que las formas de gobierno son un asunto relativo, pues monarquía o república pueden ser igualmente excelentes o perniciosas según el estado del país respectivo. Ese es exclusivamente el nudo de la cuestión: preparar a un pueblo para que pueda tener determinada forma de gobierno; y, para ello, lo que se requiere son hombres que sean verdaderos servidores de la nación, estadistas de verdad y no meros oficinistas ramplones, pues, bajo cualquier constitución, si hay tales hombres, el problema está resuelto, mientras que si no los hay cualquier constitución es inútil o peligrosa. Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios: si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de constitución, prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca”

En cuanto al Ideario de fondo, los principios tradicionales eran la guía permanente:

“Todo hombre en sociedad debe obedecer y respetar las leyes, y las autoridades legítimamente constituidas; pero (...) hay una ley natural y divina superior a todas las leyes humanas”

“Peligrosísimo es dejar confundidos el crimen y la virtud, y también fatalísimas resultas trae la impunidad en las insurrecciones”

“Cuando hasta en las clases vulgares desaparece cada día más el respeto al orden, a las leyes, y el temor de las penas eternas, solamente los poderes extraordinarios son los únicos capaces de hacer cumplir los mandamientos de Dios, de las leyes, y de respetar al capital y a sus poseedores”


Unión entre pueblo y aristocracia, desprecio de la oligarquía

Algunos han querido ver en Rosas a un Caudillo populista, cuando no a un precedente de los actuales dictadores socialistas del Tercer Mundo. Nada más alejado de la realidad. Basta cotejar su epistolario y estudiar sin apriorismos ideológicos su acción de gobierno para advertir lo absurdo de tal hipótesis. Comprendámoslo con sus propias palabras:
“Yo (...) he tenido mi sistema particular, y voy a manifestarle a Ud. francamente (se trataba de Santiago Vázquez) , como lo he seguido desde que empecé a figurar: conozco y respeto mucho los talentos de muchos de los Sres. que han gobernado el país, y especialmente de los Sres. Rivadavia, Agüero y otros de su tiempo; pero, a mi parecer, todos cometían un grande error (...) Los Gobiernos (...) se conducían muy bien para la gente ilustrada (...) pero despreciaban (...) los hombres de las clases bajas, los de la campaña, que son la gente de acción. Yo noté esto desde el principio, y me pareció que en los lances de la revolución, los mismos partidos habían de dar lugar a que esa clase se sobrepusiese y causase los mayores males, porque Ud. sabe la disposición que hay siempre en el que no tiene contra los ricos y superiores: me pareció pues, desde entonces muy importante conseguir una influencia grande, sobre esa clase para contenerla, o para dirigirla; y me propuse adquirir esa influencia a toda costa; para eso me fue preciso trabajar con mucha constancia, con muchos sacrificios de comodidades y de dinero, hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos, y hacer cuánto ellos hacían; protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses, en fin, no ahorrar trabajo ni medio, para adquirir más su concepto. Esta conducta me atrajo los celos y las persecuciones de los Gobiernos en lo que no sabían lo que se hacían, porque mis principios han sido siempre, obediencia a las autoridades y a las leyes”

A la vez y acerca de la ausencia de una aristocracia patriota, de su necesidad y de la triste identificación de la clase dirigente argentina con el liberalismo – fenómeno que aún hoy persiste – decía: “ Me dice Ud. – escribe a Felipe Arana - que los Unitarios propietarios (se refiere al primer gobierno), los que figuraron en tiempos de Rivadavia, son los que más abogan por la marcha de mi administración, y por mis amigos, sin que hasta ahora se sepa de uno solo que esté con los Anarquistas. No lo extraño: siempre creí que si me ahorcaban algún día no habían de ser de esos. Yo he notado durante mi administración buena conducta, y juicio en muchos de esos hombres. Por eso no sólo no los he perseguido sino que los he tratado siempre dándole a cada uno su verdadero lugar según su categoría. Veía también la escasez que tiene el país de hombres, y mirando muy lejos conocía la necesidad de que el tiempo fuese dándonos algunos hombres más, de luces y de responsabilidad propietarios, para el Congreso Nacional (...) Creo que en mi plan no me equivoqué. Si yo cuando los Federales necesitaban ser satisfechos y colmados en sus justas quejas contra los Unitarios, hubiera andado por las cabezas como hicieron ellos cuando desterraron a mis primos, etc. vea Ud. cuántos hombres se hubieran perdido, y cuántos capitales desaparecido. Por otra parte creía conveniente acostumbrar a la gente a mirar siempre con respeto a las primeras categorías del país, aun cuando sus opiniones fuesen diferentes a las dominantes. De aquí la razón por que como todos mis castigos eran reducidos a los cachafaces, revoltosos, a toda esa pandilla de oficiales y jefes aspirantes a quienes siempre he creído que se deben castigar con severidad y sin indulgencia”. Como se ve, amor por el pueblo y justicia sí, populismo no; necesidad de una minoría virtuosa y patriota también, oligarquía extranjerizante y revolucionaria (la aristocracia mercantil como la llamaba él o la aristocracia del dinero que afirmaba Dorrego), no.

La Revolución Moderna


En la propia Argentina tuvo que enfrentar Rosas el poder secreto de las logias y el fermento de la Revolución. Lo dijo con toda claridad: “Las logias establecidas en Europa y ramificadas infortunadamente en América, practican teorías desorganizadoras y propendiendo al desenfreno de las pasiones, asestan golpes a la República, a la moral, y consiguientemente a la tranquilidad del Mundo”. Espíritu revolucionario que “ha penetrado infortunadamente hasta en alguna parte del clero”. En la Argentina, “toda la República está plagada de hombres pérfidos pertenecientes a la facción unitaria, o que obran por su influencia y en el sentido de sus infames deseos, y que la empresa que se han propuesto no es sólo de lo que existen entre nosotros, sino de las logias europeas ramificadas en todos los nuevos Estados de este Continente”


Estando Rosas en el exilio, pudo contemplar el espectáculo terrible de las revoluciones liberales, socialistas y nacionalistas (del nacionalismo exagerado y jacobino, no del contrarrevolucionario) que asolaban al Viejo Continente. Su respeto a la Religión Católica, su amor al Orden y a la Tradición, su defensa de la Justicia – en especial con los pobres –, su convicción de que propiedad privada y herencia son instituciones fundamentales de la sociedad, su aborrecimiento de las logias masónicas , del socialismo y del comunismo quedan patentes en las ideas expresadas en diversas oportunidades. Transcribamos algunas como ejemplo de lo que venimos diciendo:

“Se quiere vivir en la clase de licenciosa tiranía a que llaman libertad , invocando los derechos primordiales del hombre, sin hacer caso del derecho de la sociedad a no ser ofendida (…) Si hay algo que necesita de dignidad, decencia y respeto es la libertad, porque la licencia está a un paso”


“Conozco la lucha de los intereses materiales con el pensamiento; de la usurpación con el derecho; del despotismo con la libertad. Y están ya por darse los combates que producirán la anarquía sin término. ¿Dónde está el poder de los gobiernos para hacerse obedecer? Los adelantos y grandes descubrimientos de que estamos tan orgullosos. ¡Dios sabe solamente adonde nos llevarán! ¡Pienso que nos llevan a la anarquía, al lujo, a la pasión de oro, a la corrupción, a la mala fe, al caos!"


“La plebe sigue su camino insolente. Pero es que los gravámenes continúan terribles. Los labradores y arrendatarios sin capital siguen trabajando sólo para pagar la renta y las contribuciones. Viven así pidiendo para pagar, pagando para pedir”


“La Internacional …sociedad de guerra y de odio que tiene por base el ateísmo y el comunismo, por objeto la destrucción del capital y el aniquilamiento de los que poseen, por medio de la fuerza brutal del gran número que aplastará a todo cuanto intente resistirle. Tal es el programa que con cínica osadía han propuesto los jefes a sus adeptos, lo han enseñado públicamente en sus Congresos e insertado en sus periódicos. Sus reglas de conducta son la negación de todos los principios sobre que descansa la civilización”

Ibarguren sintetiza del siguiente modo estos pensamientos del Restaurador: “La expansión de las ideas liberales y de la democracia, la inquietud del proletariado y la propaganda del socialismo; la indisciplina general, las consecuencias económicas de la gran industria mecánica, las luchas civiles en ambas Américas, las guerras europeas, la violenta acción imperialista de las poderosas monarquías, el positivismo y el materialismo que embestían contra la religión y la Iglesia, todo ese gran movimiento político, económico, científico y filosófico que fermentó después de 1850 conmoviendo a la sociedad, provocaba repulsión en el espíritu reaccionario y conservador de Rosas (...) Para conseguir la paz social y la armonía internacional, Rosas no encuentra otro remedio que `reunir un Congreso de representantes de todos los países’” y “el establecimiento de una Liga de las naciones cristianas, del tipo de la Santa Alianza y presidida por el Papa (...) Piensa que para salvar las dificultades que rodean a las monarquías se deben fortalecer los ejércitos” y para “alcanzar el mejor equilibrio social y político en Europa y sostener a la Iglesia” promover “la unión de los reyes alrededor del Sumo Pontífice y la `dictadura temporal del Papa en Roma, con el sostén y el acuerdo de los soberanos cristianos’”.
Finalmente y fiel a esta mentalidad , combate la libertad de enseñanza tal como la entendía y la entiende el liberalismo laicista: “Por la enseñanza libre la más noble de las profesiones se convierte en arte de explotación a favor de los charlatanes, de los que profesan ideas falsas subversivas de la moral o del orden público. La enseñanza libre introduce la anarquía en la ideas de los hombres, que se forman en principios opuestos o variados al infinito. Así el amor a la patria se extinguirá, el gobierno constitucional será imposible, porque no encontrará la base sólida de una mayoría suficiente para seguir un sistema en medio de la opinión pública confundida, como los idiomas en la Torre de Babel” Y en una frase que recuerda la profecía de Donoso Cortés en su famoso Discurso sobre la Dictadura – relación que ya señalara entre nosotros Federico Ibarguren – decía: “Ahora mismo Francia, España y los Estados Unidos están delineando el porvenir. Las Naciones, o vivirán constantemente agitadas, o tendrán que someterse al despotismo de alguno que quiera y pueda ponerlas en paz”.
Es claro que no dejaba de haber en el pensamiento de Rosas ciertas ambigüedades – invocaciones a la soberanía popular (que por aquel entonces aparecían también en tradicionalistas hispánicos como Aparisi y Guijarro), ambivalencias en torno al librecambismo y al proteccionismo económicos (tal vez más prudenciales que doctrinales), expresiones confusas sobre la separación Iglesia – Estado (que consideraba mala por “inoportuna”) o sobre el papel del Concilio en relación al Papa ( que pueden dar pie a una interpretación ortodoxa, pero que suenan extrañas en el lenguaje de aquellos tiempos), cierta visión benévola de la Primera República Española, etc. Pero son ideas sueltas, no necesariamente constantes y que en todo caso desentonan en un cuadro general y firme, de adhesión al Papado, a la Cristiandad, y a la Tradición y que le llevaba a rezar dolorido: “¡Dios nuestro perdonadnos, e iluminad la marcha de los primeros hombres, en las Naciones de la Cristiandad!”


Fernando Romero Moreno

Bibliografía

Corvalán Lima, Héctor, Rosas y la Formación Constitucional Argentina, Separata de Idearium, Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Mendoza, N° 2, Mendoza, 1977

Ibarguren, Carlos , Juan Manuel de Rosas. Su vida, Su drama, su tiempo, Ediciones Teoría, Biblioteca de Estudios Históricos, Buenos Aires, 1962,

Sampay , Arturo Enrique, Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas, Juarez Editor, Buenos Aires, 1972

Sierra Vicente D., Historia de las ideas políticas en Argentina, Ediciones Nuestra Causa, Buenos Aires, 1950,


Tomado de: http://detierraycielo.blogspot.com.ar/